Mi madre llegó y bajé el cuchillo a tiempo.
Me preguntó qué hacía y le dije que cenando. Ella se extrañó, pues le había dicho que no iba a cenar, y por ello no preparó nada para mí, cuando me dijo que había sobrado sopa de la que se hizo. Se acercó a mí y me dio un beso, pues iba a acostarse. No le extrañó que estuviese levantado, muchas noches lo hago hasta tarde, retrasando el momento de ir a la cama para caer en ella dormido, y sumergirme lejos de las pesadillas, de los sueños, del dolor, maldito dolor lacerante. ¿Qué hora era? Creo que me dijo que las doce menos cuarto. ¡Había estado bebiendo sin interrupción, y sin comer nada, prácticamente dos horas!
Esta mañana, pues no recuerdo nada más, el cuchillo estaba junto al jamón, cerca del lugar donde había «cenado», pero también estaba la botella de Glenfiddich que había bajado bastante de nivel.
He mirado ese maravilloso cuchillo... Es la misma sensación que tengo cuando cojo uno de los coches de la empresa, la capacidad de acabar con todo, mandarlo todo a tomar por culo, de un solo tajo, de una descomunal cuchillada que raje carne, entrañas y hueso.
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