domingo, 13 de agosto de 2023

Fragmento de "1314 la venganza del templario", 19

 


            Ya no le quedaban uñas ni en los pies ni en las manos, le habían arrancado los dientes; sus manos, sus pies, eran una masa amorfa de carne sin forma, en la que los interrogadores de la Inquisición se habían empleado con saña impropia de clérigos de la Santa Madre Iglesia. Durante semanas le obligaron a calzar zapatos con afilados punzones en su interior; le coronaron de cintas con agujas, semejante a la corona de espinas que cubrió la cabeza de Nuestro Señor Jesucristo. Había probado el mordisco de las tenazas, sufrir las quemaduras de los hierros candentes que le marcaron como al ganado, pero aquel viejo testarudo curtido en mil batallas en Tierra Santa mostró una entereza ante los espantosos suplicios que tuvo que sufrir, un aguante que no se comprendería si no era por su fe, pues una y otra vez se repetía que a él se le estaba concediendo el insigne privilegio de participar de modo admirable en la pasión de Jesucristo y que sólo esperaba poder conformarse a su muerte igual que Él lo hizo, sin exclamar ni un solo gemido, impasible, como si su cuerpo no fuese suyo y, después de tamaña prueba, alcanzar la gloria de la resurrección.

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