martes, 18 de mayo de 2021

Micrófono abierto en la II Feria del Libro de Finestrat


 El sábado 15 de mayo, a las 17 horas, Francisco Javier Illán Vivas intervino en el evento Micrófono abierto de la II Feria del Libro de Finestratr, que coordinaba Carmen Almarcha, junto a la que aparece en una de las fotografías.


 

Reproducimos a continuación el texto que el autor de El retorno de la espada leyó, perteneciente a un fragmento de 1314 la venganza del templario:

 


FRAGMENTO DE 1314 la venganza del templario         

 

La oscuridad sólo era rota por la tímida luz que entraba por una ventana, rendija más bien, situada a tanta distancia del suelo que ni dos hombres, encaramado uno sobre los hombros del otro, hubiesen podido alcanzarla.

            Un posible visitante hubiese sufrido arcadas sólo con entrar allí, pues apestaba a excrementos humanos y orines, mezclado con el hedor agrio de alimentos en descomposición. Nada se movía, nada podía vivir en aquella hedionda estancia que pronto el imposible visitante adivinaría que era una mazmorra de castigo. Si las había, no se veían ratas, aunque algunos chillidos podrían confundir.

            Pero la realidad es que seis largos años ya hacía que aquella ergástula era ocupada por un prisionero, y que sólo la abandonaba para sufrir los más abominables suplicios que podía imaginar la perversa mente del dominico Guillermo Imbert, el Gran Inquisidor de Francia.

            Ya no le quedaban uñas ni en pies ni las manos; sus manos, sus pies, eran una masa amorfa de carne sin forma, en la que los inquisidores se habían empleado con saña impropia de clérigos de la Santa Madre Iglesia. Durante semanas le obligaron a calzar zapatos con afilados punzones en su interior; le coronaron de cintas con agujas, semejante a la corona de espinas que cubrió la cabeza de Nuestro Señor Jesucristo. Había probado el mordisco de las tenazas, sufrir las quemaduras de los hierros candentes que le marcaron como al ganado, pero aquel viejo testarudo curtido en mil batallas en Tierra Santa mostró una entereza ante los espantosos suplicios que tuvo que sufrir, un aguante que no se comprendería si no era por su fe, pues una y otra vez se repetía que a él se le estaba concediendo el insigne privilegio de participar de modo admirable en la pasión de Jesucristo y que sólo esperaba poder conformarse a su muerte igual que Él lo hizo, sin exclamar ni un solo gemido, impasible, como si su cuerpo no fuese suyo y, después de tamaña prueba, alcanzar la gloria de la resurrección.

            Especialmente duros fueron tres días, donde el Inquisidor se propuso quebrantar su voluntad, y fue atado a una columna con cadenas al rojo vivo. Fue allí donde le arrancaron uno a uno todos los dientes y las muelas de la boca; donde le rompieron los dedos de las manos falange por falange; donde le sacaron una a una las uñas de las manos y de los pies; donde le pellizcaron todo el cuerpo con pinzas ardientes.

            Sí, él, Jacobo Bernard de Molay, nacido noble en Vitrey, hijo de Juan, señor de Lonvy, heredero de Mathe y señor de Rahon, que se unió a los Pobres Caballeros de Cristo en Beaune en mil doscientos sesenta y cinco y que desde mil doscientos noventa y dos era su Gran Maestre, había sido mutilado, quemado y desgarrado por espacio de tres interminables días con sus tres horrendas noches sin tregua ni reposo, mientras le mantenían colgado de los pies.

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