Llegó unos minutos tarde, ella le esperaba y podría jurar que casi inmediatamente entre ambos se estableció una química especial, teniendo en cuenta que prácticamente eran dos desconocidos, personas que se habían visto en un funeral y, casi sin saberlo, otra vez con anterioridad en la biblioteca mientras se intercambiaban un libro.
—Hola. Disculpa el retraso, pero por mucho que he querido, al tomar la carretera de Fortuna para venir, no recordaba que se ha convertido, alrededor del Pantano de Santomera, en un lupanar interminable. En una carretera con tanto tráfico, sobre todo de camiones, ralentizan la circulación… pero además, al personal le gusta ir viendo la mercancía que ellas enseñan sin recato, a hombres, mujeres, ancianos, niños. No sé si ha sido un acierto o un despropósito llevarse a las prostitutas a una carretera tan peligrosa y con tanto tráfico.
Ella sonrió ante la inesperada excusa, tan inverosímil que debía ser cierta. Ni conocía el lugar ni de lo que le estaba hablando. Consideró que debía presentarse.
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