domingo, 8 de marzo de 2020

Escena de Versos envenenados, 44


          
  Juan sintió frío nada más entrar a las silenciosas salas de lectura de la biblioteca de Murcia, oscura, cuyo olor tanto le agradaba, cuyo silencio era como una segunda piel que se pegaba y te taponaba los poros hasta que volvías a salir a la calle.
            Pero aquella mañana sintió frío.

            Era una reacción lógica del cuerpo tras toda la noche de servicio. Sabía que no tardaría en reponerse, y que le sobrevendría el calor, invitándole a meterse en la cama, pero el descanso debería esperar, deseaba buscar unos libros y leer un rato antes de acostarse. ¡Ya dormiría toda la tarde!

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