lunes, 17 de febrero de 2020

Escena de Versos envenenados, 43


El sonido del teléfono la sobresaltó. Se llevó las manos a la altura de la boca para impedirse gritar.

            Dudó. Pero finalmente descolgó el teléfono.

            ¿Sí?

            ¿Carmen? ―en un principio no supo asociar la voz a una persona.

            Dime...

            Soy Isco ―al hombre le costaba modular las palabras―. ¿Estás sola? ―fueron unos minutos interminables. Al otro lado de la línea el hombre pensaría que la comunicación se había cortado.

― Estoy sola. ¿Qué quieres?

            ¿Te encuentras bien?

            Sí, gracias.

            Quiero verte... Mañana, pasado, cuando tú decidas, pero necesito verte y hablar contigo.

            Yo...

            Te repito que cuando tú lo consideres. Pero, por favor, que no transcurra mucho tiempo.

            ¿Mañana al salir del trabajo?

            ¿Podemos vernos en el restaurante El Churra y comemos o tapeamos? No está lejos de tu oficina...

            Sé dónde está ese lugar. A las tres y media estaré allí ―y colgó, y nunca supo por qué aceptó aquella invitación.

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