Escena de Versos envenenados, 41
Podía decir que Marta quiso quedarse cuando Isco se vio
en la necesidad de marcharse, pero finalmente ella le aconsejó que se fuese con
su hombre, quien además sufría algún problema que le turbaba. Y, a su lado,
apareció Juan, como una sombra protectora, como un taburete donde descansar
tras una agotadora marcha. La acompañó a casa y le deseó buenas noches. Ahora
ella estaba allí, sola, todo había terminado, de la mejor forma, aunque ―y a
pesar de los últimos momentos― no podía olvidar que Carlos la había hecho muy
feliz, que la había sacado de su ensimismamiento, pero tampoco deseaba olvidar que
se había aprovechado de ella, que su único objetivo fue ascender en la empresa
y que ella había sido para él un instrumento para alcanzar tan ambiciosos
objetivos.
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