domingo, 13 de octubre de 2019

Escena de Versos envenenados, 40


            Y efectivamente, viajamos a Madrid, pero cuarenta y ocho horas después. Ni una palabra en todo el trayecto. ¡Qué horas más interminables! Pero aquello no fue todo. A las quince horas entré en un despacho. A las quince treinta horas yo no existía. Y no podía decirle a nadie dónde estaba. La condición era esa: si aceptaba, desaparecería sin que nadie supiese qué había ocurrido conmigo, sin que nadie supiese qué ocurría conmigo en los siguientes cuatro años.

            Y desconozco el motivo, pero acepté.

No hay comentarios: