¡Por Dios, no podía imaginarme cuan premonitorias eran
aquellas palabras! ¡Siempre Carmen!
Ella se arregló los pequeños desperfectos que mi impetuoso
abrazo le había producido en su negro vestido, se giró a un lado y a otro,
comprobando el perfecto estado de revista y definitivamente salimos hacia el tanatorio.
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