No, no detuvo la marcha; al contrario, aceleró hasta un
límite de imprudencia. Pronto estuvieron en Ronda Norte de Murcia, en el carril
de servicio, junto a su calle, Jerónimo Guijarro, donde encontró aparcamiento a
la puerta del edificio y paró el motor.
Durante unos minutos permanecieron en silencio, mirando
hacia adelante, temiendo mirarse entre ellos y que algo se rompiese; como si
ambos dudasen de los futuros pasos que iban a dar. Él la deseaba, estaba
decidido a tener algo con Carmen, algo que sabía que le haría feliz, aunque nadie
debía conocerlo. Aquella relación debía permanecer oculta en el trabajo y para
su madre. Por supuesto que no podía desvelarse en la oficina, no era prudente
por parte de ninguno de los dos. En realidad, y no quería reconocerlo, no era
prudente para sus objetivos.
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