lunes, 7 de enero de 2019

Escena de Versos envenenados, 23


       Cuando salió del local se sentía contento, miró al cielo, que estaba azul, ese azul especial de Murcia, que no tienen otros cielos. Caminó sin prisas desde la calle de la Merced hacia la de Trapería, atravesando la plaza de Santo Domingo, donde se entretuvo en contemplar el gigantesco ficus que tanto le agradaba y le parecía un auténtico misterio que siguiese vivo, que su propio peso no le precipitase al suelo. Volvió a sorprenderse por sus raíces al aire, por el poder que representaba aquel enorme árbol, por los años que había vivido en Murcia.

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