viernes, 23 de noviembre de 2018

Escena de Versos envenenados, 19








            El poco dinero de la familia fue invertido para que él terminase sus estudios, se sobornó a cuantos hubo de sobornar, se intentó con malas artes eliminar a algunos adversarios y obstáculos que encontró a su paso y él, «sin saberlo», llegó al final de su formación académica e inicio de la profesional en un tiempo demasiado corto para sus capacidades naturales.
            Sabía, y estaba preparado para ello, que cuando alcanzase el éxito profesional, su madre le pasaría factura. Ella veía a su hijo Carlos como la solución de todos sus problemas económicos, que con él éstos terminarían para siempre, soñaba con recuperar las tierras que habían pertenecido a la familia y que fueron malvendidas por su padre, entre juergas, borracheras y apuestas. Pero no quedaban ahí los sueños de grandeza de su madre. No. Ella ansiaba arrebatar la posición a otras familias que fueron comprando sus originales tierras. ¡Esperaba poderlas ver arruinadas! Y Carlos era el instrumento inicial de su venganza, de su bíblica venganza amargada durante décadas en su conciencia, en su alma y en su cerebro.


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