El poco dinero de la familia fue invertido para que él
terminase sus estudios, se sobornó a cuantos hubo de sobornar, se intentó con
malas artes eliminar a algunos adversarios y obstáculos que encontró a su paso
y él, «sin saberlo», llegó al final
de su formación académica e inicio de la profesional en un tiempo demasiado
corto para sus capacidades naturales.
Sabía, y estaba preparado para ello, que cuando alcanzase
el éxito profesional, su madre le pasaría factura. Ella veía a su hijo Carlos como
la solución de todos sus problemas económicos, que con él éstos terminarían
para siempre, soñaba con recuperar las tierras que habían pertenecido a la
familia y que fueron malvendidas por su padre, entre juergas, borracheras y
apuestas. Pero no quedaban ahí los sueños de grandeza de su madre. No. Ella
ansiaba arrebatar la posición a otras familias que fueron comprando sus
originales tierras. ¡Esperaba poderlas ver arruinadas! Y Carlos era el
instrumento inicial de su venganza, de su bíblica venganza amargada durante
décadas en su conciencia, en su alma y en su cerebro.
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