Manuel Moyano
El imperio de Yegorov
Anagrama, noviembre de 2014
Hace unas fechas hablábamos Toñy Riquelme y yo de la última obra de Manuel Moyano, algo que solemos hacer cuando ambos hemos leído, en breve espacio de tiempo, el mismo libro, y coincidíamos en que es uno de nuestros escritores preferidos, algo que, los habituales y desconocidos lectores de estos Acantilados saben que no digo muy a menudo, que pueden contarse con los dedos de la mano los escritores que gozan de mi devoción declarada.
Nuevamente estamos ante un libro donde la palabra es protagonista, donde Manuel Moyano nos muestra su saber: escribir, narrar, contar. Luis Alberto de Cuenca lo dice en la contraportada: "Un narrador excepcional", y yo, ante el maestro, y en este caso, me quito el sombrero.
La presente novela trata de una planta y de ambición humana. El autor pronto nos desvelará de qué va todo, y lo hace dejando pequeños detalles a lo largo de las primeras páginas: "su jefe, que no pasará de los treinta años" (pág. 25); "un nematodo parásito que tiene como huésped intermedio a ese pez, pero que, posteriormente, pasa al hombre" (pág. 26); o, "todavía tenía el aspecto de una jovencita. y eso que debía de pasar de largo los cuarenta" (pág. 47)... bueno, la novela va de la planta, de un parásito, y de la ambición humana.
Con estos mimbres (y la palabra escrita) enlaza la trama el cordobés afincado en Molina de Segura, hasta llegar al punto culminante: la instauración de un poder mundial en una única persona.
Conoceremos el trágico final de los hamulai de Nueva Guinea; la inexplicable desaparición del profesor Mashimura, descubridor de una sustancia poderosísima; a Izumi, cuya belleza era reconocida por todos cuantos la conocieron; al admirador de Nietzsche, Oleg Yegorov, cuyo lema "vivir peligrosamente" le hizo dueño del mundo, a...
Una novela que leerás sin poder abandonarla hasta la última página y que seguro te traerá recuerdos de Guerra Mundial Z, de Max Brooks, algo en lo que también hemos coincidido algunos de los lectores de El Imperio de Yegorov.
Francisco Javier Illán Vivas
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