Le había costado mucho esfuerzo recuperar la embocadura, pero ya su vieja trompeta sonaba como él siempre la recordaba, aunque era justo reconocer que ya la capacidad pulmonar no era la misma... ¡Habían transcurrido treinta años desde el último concierto!
Un concierto que no tuvo que ser el último, pues éste debía haberse celebrado en el conocido local llamado Ítaca. Aquella noche, mientras Zac soñaba con emular a John Coltrane en su próxima aventura en Barcelona, los demás tocaban ignorantes de las nuevas que, al final, les desveló.
La tertulia posterior, rodeada de cerveza y tabaco, terminó en batalla donde se dijeron lo que nunca quisieron. Julián intentó apaciguar las relaciones entre Salva, Zac y él, pero fue imposible. Todos deberían haber sabido que un plato, cuando se rompe, aunque se le pida perdón, ya no se arregla.
Y las relaciones entre él, Zac y Salvador se rompieron para siempre.
Tras saber que el primero viajó a Barcelona y el segundo a Madrid, en busca de nuevas metas para su carrera musical, el viejo trompetista no volvió a tener noticias de ellos. Hasta ahora.
Hasta que volvió a sacar la trompeta de su estuche, treinta años después. Sí, debió entender que fue toda una premonición descubrir que ya no existía ninguno de los locales donde actuaron, que se habían retirado o fallecido los promotores que les conocieron y que su capacidad pulmonar, además de la edad, no era la más adecuada para soportar un recital. Pero allí estaba Ítaca, delante de él, como llamándole, recordándole la cita pendiente, una cita que se había hecho esperar treinta años.
El viejo trompetista no necesitó entrar al local para ver el pequeño escenario, el micrófono, las luces, la mesa de mezclas. Todo parecía aguardarles.
Con una añoranza que casi le imposibilitaba hablar sacó el teléfono de uno de los bolsillos de la chaqueta y apretó el botón de llamada. ¡Había dejado fijado el número de Julián. Sí, sí, toda una sorpresa. Yo también me alegro de saber de ti. Llevo muchos días queriendo llamarte...
La comunicación entre ambos fue fácil, pues siempre fue sencillo hablar con Julián. Estoy delante de Ítaca, le dijo. Quítate ese sueño de la cabeza, contestaron al otro lado. Es imposible. ¿Por qué?, quiso saber. Han pasado treinta años, ellos habrán olvidado, como he hecho yo, aquella absurda discusión que fue más influenciada por las cervezas que ya nos habíamos tomado. No, te repito que es imposible. Salvador y Zac ya no están entre nosotros.
El viejo trompetista no supo por qué, pero entonces ya no escuchó nada más, excepto So what. Una y otra vez, So what.
Se dice que el tiempo es un gran maestro; lo malo es que va matando a sus discípulos (Hector Berlioz)
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