Aquellos higos clavaron tragedias,
enemistades y espantos,
nunca la vulgar palera
soñó
con separar la familia,
con extirpar los besos,
con secar los abrazos.
Una inocente mano de niño
pedía un solo higo,
poco apetecible,
armado de espinas,
que le fue negado.
Recuerdo un caldero repleto
y aquel niño ojizarco
no obtuvo ni uno.
Tormentas provocó
la negativa.
Las paleras fueron cortadas
con odio,
con ira,
para que no volviera
el niño
a pedir un higo.
Hoy tú no estás,
las paleras sí.
Francisco Javier Illán Vivas
Crepusculario
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