Desde el borde de la piscina
el agua era incolora y transparente,
un diamante
descomponiendo la luz.
Vi el arco iris
disperso, tallado en gresite
absorbiéndola blanca
la devolvía refractada.
Sentí una fijación sobre mí,
una sirena de senos floridos
me llamó para, en la luz amarilla,
adivinar lo oculto,
escuchar los ecos
de caracolas susurrantes.
Sus enormes ojos de mañana
eran solideos sonrosados
llamándome a adivinar el secreto.
Me dejé llevar
por aquella mirada
y aspiré tu piel,
derretida en mi boca,
como cada uno de tus ingenuos encantos.
Tú, amasada a caricias.
Me emborraché de tu piel,
era la brisa que aspiraba
mientras
reclinabas
tu cabeza en mis rodillas.
Mi mano, amasadora de caricias,
quiso tocarte
pero me la apresaron y surgí
de nuevo a la vida
arrancado del asfixiante mundo
donde pretendí ver
las delicias de tu piel.
Francisco Javier Illán Vivas
Dulce amargor
Dulce amargor
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