Fulgencio Martínez (Murcia, 1960) es docente y escritor. Licenciado en filosofía y letras por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). Es autor de los libros de poesía: "Trisagio", "La docta ignorancia", "La baraja de Andrés Acedo" y "Nueve para Alfeo". Fue incluido en la "Antología de Poesía Nueva", seleccionada por Luis Rosales y Hugo Gutiérrez (Vega, 1981). En "Cosas que quedaron a la sombra"( 2006), recogió, a modo de antología ficticia, los libros de poesía no publicados con anterioridad a "León busca gacela. Poemas de séptimo alba (2002-2008)" (Renacimiento, 2009).
Fundó y dirige la revista literaria Ágora y la asociación cultural Taller de Arte Gramático.
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Pregunta.- Fulgencio Martínez, Séptimo Alba, Alfeo, Andrés Acedo… Dígame, ¿con quien estoy hablando en este momento?
Respuesta.- Todos esos tipos son lo que yo llamo ortónimos míos, es decir, perspectivas, rostros de un ser innominado que desconozco. Mi verdadero centro existencial, al cual trato de llegar con la poesía, se expresa a través de ellos, por la secreta voz de un ontónimo que aún no sé cómo se llama, ni quién es. En la vida civil, en la cual transcurre esta entrevista, adopto el nombre de Fulgencio Martínez, quien te habla ahora.
P.- ¿Cómo se ponen de acuerdo usted y sus heterónimos para escoger los poemas que deben formar un libro?
R.- Quiero aclarar algo que he tenido claro desde el principio de mi escritura: aunque, por comodidad, desde Pessoa los críticos llaman heterónimos a todo tipo de despersonalizaciones y desdoblamientos del yo poético, ha habido otros casos que para mí son más magistrales, como los complementarios de Antonio Machado, mi maestro. En mi caso, no son heterónimos, sino ortónimos: no, porque, como he dicho, son perspectivas de un único caso existencial, no tienen una biografía ni una experiencia propia (a diferencia de los heterónimos de Pessoa); por tanto, responden más a los complementarios machadianos, creados en torno a la reflexión sobre la esencial heterogeneidad del ser y la necesidad de comunicación.
Contestando ahora a tu pregunta: a la hora de recoger la poesía de esas voces diferentes, intento que haya en la obra una polifonía bajo la base de un contraste de tonos y un hilo de desarrollo dinámico. A veces, como en “Cosas que quedaron en la sombra”, de un mismo motivo dan versiones distintas dos voces (Alfeo y Alba); también, dentro de la misma voz, hay una evolución psicológica, de tono y temática (caso de Acedo, por ejemplo, desde la amargura cínica a la ironía más templada). De todos modos, las voces no son “puras”, están mutuamente contaminadas; como ocurre en la vida misma. Acedo es la fuente, aunque, como en un poemario inédito que tengo (“Hospital, gozo y laurel”), Séptimo Alba le dispute esa prioridad, y este autor llegue, incluso, de forma casi despectiva, a llamar “heterónimos” a los otros. Así, en el poema “Dedicatoria”:
No he escrito tu nombre
en la dedicatoria de estos poemas
pues, de hacerlo, parecería
que todos mis heterónimos
son tus enamorados,
y estaría celoso.
Dedica este libro Séptimo Alba
a una horquilla del pelo
de su musa anónima.
Como comprenderás, a veces, tengo que restringir un poemario a un solo “autor”. Así en mi último libro: León busca gacela.
P.- Cosas que quedaron en la sombra, en 2006, fue una antología ficticia; León busca gacela, 2009, una antología real. Esto que he leído en la contraportada de su último poemario me lo debe explicar.
R.- Llamé a “Cosas” antología ficticia, sí. Antología ficticia, porque el libro es lo más parecido a una selección de poemas... de libros que no han sido publicados... y que tampoco existen ni han sido escritos como tales libros, o no hay constancia de ello... y de autores que tampoco son reales. En un tour de force, intenté hacer de toda esa ficción una libro unitario y plural y sobre todo, verdadero. Es mi mejor libro, hasta ahora.
En cuanto a “León busca...” no es una antología en absoluto. Es, en todo caso, una dilogía: presenta dos caras del mismo autor, Alba: en una rebelde e intimista, y en otra, desilusionado y, paradójicamente, abierto, incluso poeta cívico-social. La ironía no puede ser más hiriente.
P.- Séptimo Alba desea que su obra esté comprometida con el futuro de la humanidad y del planeta, esta casa que vamos destruyendo sin remedio cada día.
R.- Esta reflexión de Alba apareció ya en el libro “Cosas”, en la sección, en prosa poética, “Presente perfecto”. Luego, la recojo en la poética de Séptimo Alba, que cierra el libro al que venimos refiriéndonos. Me importa aclarar una cosa: las condiciones del mundo actual, a finales de la primera década de siglo XXI, no son las mismas que las que había en torno a la época de la poesía social de los 50 y 60. Más que esos poetas me interesa, incluso, la poesía cívica del siglo XIX, a pesar de distanciarme, de un Quintana, por ejemplo, el concepto lírico. Hoy, pues, la poesía preocupada, comprometida con la justicia y con el futuro, no parte de las mismas premisas y presupuestos, ni ideológicos ni estéticos, de todo lo que hasta hoy se ha llamado poesía cívica o social. ¿Cuáles son esos presupuestos? Diré sólo algunos, decisivos: no hay una verdad, en que la crítica se apoye; ni siquiera una utopía: hay sólo un anhelo, si quieres llamarlo platónico, de justicia, no para un país (nada de poesía patriótica) ni para una clase social (nada de poesía de partido), y no sólo para los seres humanos actuales, sino para los venideros y para la vida del planeta, víctimas éste de la codicia y el nihilismo de la economía de presa global.
P.- Estos versos: Vienen en cayucos, en galeones, en pateras, en balsas/ como en la America´s Cup de los pobres/…. O estos otros: ya no hay islas desiertas/ sino un litoral y un bosque/ urbanizado, ruidoso; ladrillo/ y campos de tiro y campos de golf, son versos de quien, además de afirmarlo, se compromete.
R.- El compromiso es ético y estético, en mi caso. Esto último no es lo menos difícil.
P.- En el mundo de las prisas, del calentamiento global, de una pandemia que anuncia miles de muertos como lo más natural del mundo, ¿es el compromiso el sentido de la poesía?
R.- Hoy la poesía (al menos, la poesía española, que es la que conozco) está en un laberinto, un laberinto de burbujas de jabón. Mira, ¿tú conoces a algún poeta que lea a César Vallejo? Te dirán: qué premio ha ganado ése; y si, acaso, reviviese y ganase un premio importante, entonces, bueno, se leería su nombre. Quiero decir que vivimos una época de silencio. A pesar de que, casi tanto como hacen los del mundillo del teatro, los poetas se premian entre sí, todos los días de cobro. Nadie lee en serio a nadie. Nadie critica a nadie, en serio. Nadie dice: esto es una mierda, aunque huela bien. En fin, que a ningún poeta hoy le preocupa la suerte de que lo expulsen de la República. Están, pseudocantores, bien avenidos en su papel de comparseros. Un síntoma: profusión de poemas dedicados, por unos poetas a otros... hasta la náusea... dedicación a modo de guiño o pasaporte con que reconocerse y subir en la capillita.
El compromiso ha de ser, primero, con la autenticidad.
P.- Camino de retorno a la melancolía,/ escribimos la oda de una victoria/ moral, fácil contento para el poeta,/ dura piedra de angustia para el hombre. Dígame, ante el cambio climático, ¿existe la victoria moral?
R.- La poesía, en el mejor de los casos, sólo es una victoria moral. Por desgracia. Pero no es baladí ese logro: el logro de la lucidez, de la autenticidad, el no dejarnos adormecer por las mentiras que se pasan por verdades, el no contentarnos con las etiquetas, que se saldan como esencias; y en fin, el que no nos duerman con cuentos, como dijo León Felipe. Ahora bien, el poeta siente, más íntimo, la inconformidad, la angustia de estar dando pasos en círculo y de perderse en un tiempo sin plenitud.
P.- Francisco Javier Díez de Revenga dijo, respecto a su poesía, que usted fustiga y satiriza el presente.
R.- Es cierto, pero junto a la sátira hay también denuncia. No amo la poesía meramente satírica, que no compromete, y que se hace sólo desde una pretendida superioridad moral.
P.- Pero antes de alcanzar esa fase, la primera parte de León busca gacela, está cargada de nostalgia.
R.- Sí, es la nostalgia de la adolescencia, en que se es intolerante con lo basto y feo del mundo, con los propios defectos y que, como Antígona, creemos que hay un derecho natural a la justicia y
a la felicidad. Curiosamente, cuando se pasa al tiempo real, que llamo “Tiempo de intolerancia”, los papeles están cambiados: ahora el mundo es el intolerante, el que no acepta que seas sino como él quiere cambiarte, no tú mismo; en fin, un tiempo donde hay que negociar. Las “ilusiones” (palabra clave en mi poesía, que recoge ecos de Gil Albert y de Leopaldi), las ilusiones hay que inventarlas, y la nostalgia convertirla en bastón de zahorí, o en bastón de Max Estrella para aporrear conciencias. Importa seguir buscando la gacela: de la poesía, de la justicia, de la verdad de cada uno y la contraria.
P.- Dígame, ¿Cuáles son sus, o vuestras fuentes, vuestros maestros?
R.- ¿Qué es fuente? Todo lo que nos influye o incita a crear, o aquello de donde parte nuestro reconocimiento como creadores....Me gustaría hablar de aquellas fuentes que son compañeros en la misma búsqueda y que así pueden entrar, sin hacer ruido, en diálogo con nosotros. En mi caso, como he dicho antes, Andrés Acedo es la fuente. Es mi “hortónimo” con h. Mi huerto o jardín más íntimo. Maestro de mí, amaestrador de esta (o aquella) fiera. Y citaré, luego, a otros ilustres ilusos
que se sueñan maestros de este ignorante: Venancio Iglesias, Francisco de Quevedo, Pedro Salinas, Antonio Machado, T.S.Eliot, Luis Cernuda, y por encima de todos ellos, la Vox Populi.
P.- ¿Qué ocupa ahora su tiempo creativo?
R.- En pulir una colección de relatos, que escribí hace ya años, y que quisiera publicar este curso.
P.- Fulgencio Martínez es, además de poeta, director de la revista de creación literaria Ágora, papeles de arte gramático, con quince números publicados y otros tantos años de vida.
R.- Ágora es casi un milagro. Es una revista independiente (de instituciones, grupos, editoriales, etc) y se mantiene económicamente por un filo de credulidad. Nació con el propósito de no ser pasto de una capillita, lo que lo llamo: no ser una revista de aprisco, de rebañito: de esas hechas por unos amiguetes para medrar entre y con otros amiguetes. No sólo ha estado, y está abierta a todas las voces de calidad, sino a todos los géneros literarios que encuentran en la poesía su entronque.
La revista hoy pasa por una etapa de ajustes y de redefinición de tareas, pues, aunque se mantiene su vocación de revista de papel, busca otros soportes para abrirse a una mayor difusión.
P.- Revista que desde hace dos años tiene su versión digital. ¿Qué representan las nuevas tecnologías en un campo como el de las revistas literarias?
R.- En principio, una difusión más abierta, incluso inmediato. Pero no deja de tener su lado “estúpido” o ciego el soporte digital. La poesía, que es un hecho de habla, y sólo después es pintura, tuvo que vérsela con el soporte libro y acomodarse a lo visual, sin perder su esencia de habla, de sonido. De alguna forma, acostumbró al ojo lector a pensar, a ser paciente, a valorar y admirar.
Pero ahora, con el medio digital, el ojo vago, rápido, otra vez campea por sus anchas. Y, sobre todo, el ojo espía, el ojo cotilla, el ojo H, el ojo envidioso, el pio-ojo.
En serio, ahora: estamos muy lejos aún de saber en qué parará todo esto de la “literatura digital”.
Se necesitará un tiempo largo de cultura, de selección y adaptación del nuevo lector digital, y esa selección sólo lo harán los contenidos, han de ser éstos -no los medios- los que tengan protagonismo. Por otra parte, como siempre ha sido en la cultura.
P.: Tengo especial interés en conocer su opinión a una pregunta que, últimamente, vengo formulando a mis entrevistados. Verá, el japonés Haruki Murakami dijo que escribir una novela es un reto, escribir cuentos un placer, que es la diferencia entre plantar un bosque o plantar un jardín. Entonces, ¿qué debe ser escribir poesía?
R.- Yo apenas entiendo el lenguaje florido, oriental. Me pasa lo mismo que con el haikú: lo veo como una superficie muy tersa, demasiado, que querrá decir algo, pero qué... no sé. El poeta ha de entrar en el jardín, en esa tersa superficie, y mancharlo, y hacerlo vivo, no sólo pintura, hacerlo viviente, de tres o más dimensiones. Poesía es plantar dudas. Desde un punto de vista que no sea gratuitamente magnitud, extensión creciente, o en todo caso decreciente, hasta llegar al cero, al punto: la poesía sería plantar un punto.
P.: Esta veterana sección de mi bitácora y de vegamediapress.com se llama Hablando de Libros, el futuro de los mismos, ¿cómo lo ve el profesor de literatura?
R.- La comunicación será siempre una búsqueda individual, y los libros, por tanto, serían siempre necesarios. Yo, como profesor, hasta he leído alguno. Tan importante, o más que los libros, es la memoria. Recuerdo el lugar, el momento, la hora y el color del aire que queda asociado con cada libro que leí en mis años de adolescencia y juventud.
Muchas gracias.
Fundó y dirige la revista literaria Ágora y la asociación cultural Taller de Arte Gramático.
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Pregunta.- Fulgencio Martínez, Séptimo Alba, Alfeo, Andrés Acedo… Dígame, ¿con quien estoy hablando en este momento?
Respuesta.- Todos esos tipos son lo que yo llamo ortónimos míos, es decir, perspectivas, rostros de un ser innominado que desconozco. Mi verdadero centro existencial, al cual trato de llegar con la poesía, se expresa a través de ellos, por la secreta voz de un ontónimo que aún no sé cómo se llama, ni quién es. En la vida civil, en la cual transcurre esta entrevista, adopto el nombre de Fulgencio Martínez, quien te habla ahora.
P.- ¿Cómo se ponen de acuerdo usted y sus heterónimos para escoger los poemas que deben formar un libro?
R.- Quiero aclarar algo que he tenido claro desde el principio de mi escritura: aunque, por comodidad, desde Pessoa los críticos llaman heterónimos a todo tipo de despersonalizaciones y desdoblamientos del yo poético, ha habido otros casos que para mí son más magistrales, como los complementarios de Antonio Machado, mi maestro. En mi caso, no son heterónimos, sino ortónimos: no, porque, como he dicho, son perspectivas de un único caso existencial, no tienen una biografía ni una experiencia propia (a diferencia de los heterónimos de Pessoa); por tanto, responden más a los complementarios machadianos, creados en torno a la reflexión sobre la esencial heterogeneidad del ser y la necesidad de comunicación.
Contestando ahora a tu pregunta: a la hora de recoger la poesía de esas voces diferentes, intento que haya en la obra una polifonía bajo la base de un contraste de tonos y un hilo de desarrollo dinámico. A veces, como en “Cosas que quedaron en la sombra”, de un mismo motivo dan versiones distintas dos voces (Alfeo y Alba); también, dentro de la misma voz, hay una evolución psicológica, de tono y temática (caso de Acedo, por ejemplo, desde la amargura cínica a la ironía más templada). De todos modos, las voces no son “puras”, están mutuamente contaminadas; como ocurre en la vida misma. Acedo es la fuente, aunque, como en un poemario inédito que tengo (“Hospital, gozo y laurel”), Séptimo Alba le dispute esa prioridad, y este autor llegue, incluso, de forma casi despectiva, a llamar “heterónimos” a los otros. Así, en el poema “Dedicatoria”:
No he escrito tu nombre
en la dedicatoria de estos poemas
pues, de hacerlo, parecería
que todos mis heterónimos
son tus enamorados,
y estaría celoso.
Dedica este libro Séptimo Alba
a una horquilla del pelo
de su musa anónima.
Como comprenderás, a veces, tengo que restringir un poemario a un solo “autor”. Así en mi último libro: León busca gacela.
P.- Cosas que quedaron en la sombra, en 2006, fue una antología ficticia; León busca gacela, 2009, una antología real. Esto que he leído en la contraportada de su último poemario me lo debe explicar.
R.- Llamé a “Cosas” antología ficticia, sí. Antología ficticia, porque el libro es lo más parecido a una selección de poemas... de libros que no han sido publicados... y que tampoco existen ni han sido escritos como tales libros, o no hay constancia de ello... y de autores que tampoco son reales. En un tour de force, intenté hacer de toda esa ficción una libro unitario y plural y sobre todo, verdadero. Es mi mejor libro, hasta ahora.
En cuanto a “León busca...” no es una antología en absoluto. Es, en todo caso, una dilogía: presenta dos caras del mismo autor, Alba: en una rebelde e intimista, y en otra, desilusionado y, paradójicamente, abierto, incluso poeta cívico-social. La ironía no puede ser más hiriente.
P.- Séptimo Alba desea que su obra esté comprometida con el futuro de la humanidad y del planeta, esta casa que vamos destruyendo sin remedio cada día.
R.- Esta reflexión de Alba apareció ya en el libro “Cosas”, en la sección, en prosa poética, “Presente perfecto”. Luego, la recojo en la poética de Séptimo Alba, que cierra el libro al que venimos refiriéndonos. Me importa aclarar una cosa: las condiciones del mundo actual, a finales de la primera década de siglo XXI, no son las mismas que las que había en torno a la época de la poesía social de los 50 y 60. Más que esos poetas me interesa, incluso, la poesía cívica del siglo XIX, a pesar de distanciarme, de un Quintana, por ejemplo, el concepto lírico. Hoy, pues, la poesía preocupada, comprometida con la justicia y con el futuro, no parte de las mismas premisas y presupuestos, ni ideológicos ni estéticos, de todo lo que hasta hoy se ha llamado poesía cívica o social. ¿Cuáles son esos presupuestos? Diré sólo algunos, decisivos: no hay una verdad, en que la crítica se apoye; ni siquiera una utopía: hay sólo un anhelo, si quieres llamarlo platónico, de justicia, no para un país (nada de poesía patriótica) ni para una clase social (nada de poesía de partido), y no sólo para los seres humanos actuales, sino para los venideros y para la vida del planeta, víctimas éste de la codicia y el nihilismo de la economía de presa global.
P.- Estos versos: Vienen en cayucos, en galeones, en pateras, en balsas/ como en la America´s Cup de los pobres/…. O estos otros: ya no hay islas desiertas/ sino un litoral y un bosque/ urbanizado, ruidoso; ladrillo/ y campos de tiro y campos de golf, son versos de quien, además de afirmarlo, se compromete.
R.- El compromiso es ético y estético, en mi caso. Esto último no es lo menos difícil.
P.- En el mundo de las prisas, del calentamiento global, de una pandemia que anuncia miles de muertos como lo más natural del mundo, ¿es el compromiso el sentido de la poesía?
R.- Hoy la poesía (al menos, la poesía española, que es la que conozco) está en un laberinto, un laberinto de burbujas de jabón. Mira, ¿tú conoces a algún poeta que lea a César Vallejo? Te dirán: qué premio ha ganado ése; y si, acaso, reviviese y ganase un premio importante, entonces, bueno, se leería su nombre. Quiero decir que vivimos una época de silencio. A pesar de que, casi tanto como hacen los del mundillo del teatro, los poetas se premian entre sí, todos los días de cobro. Nadie lee en serio a nadie. Nadie critica a nadie, en serio. Nadie dice: esto es una mierda, aunque huela bien. En fin, que a ningún poeta hoy le preocupa la suerte de que lo expulsen de la República. Están, pseudocantores, bien avenidos en su papel de comparseros. Un síntoma: profusión de poemas dedicados, por unos poetas a otros... hasta la náusea... dedicación a modo de guiño o pasaporte con que reconocerse y subir en la capillita.
El compromiso ha de ser, primero, con la autenticidad.
P.- Camino de retorno a la melancolía,/ escribimos la oda de una victoria/ moral, fácil contento para el poeta,/ dura piedra de angustia para el hombre. Dígame, ante el cambio climático, ¿existe la victoria moral?
R.- La poesía, en el mejor de los casos, sólo es una victoria moral. Por desgracia. Pero no es baladí ese logro: el logro de la lucidez, de la autenticidad, el no dejarnos adormecer por las mentiras que se pasan por verdades, el no contentarnos con las etiquetas, que se saldan como esencias; y en fin, el que no nos duerman con cuentos, como dijo León Felipe. Ahora bien, el poeta siente, más íntimo, la inconformidad, la angustia de estar dando pasos en círculo y de perderse en un tiempo sin plenitud.
P.- Francisco Javier Díez de Revenga dijo, respecto a su poesía, que usted fustiga y satiriza el presente.
R.- Es cierto, pero junto a la sátira hay también denuncia. No amo la poesía meramente satírica, que no compromete, y que se hace sólo desde una pretendida superioridad moral.
P.- Pero antes de alcanzar esa fase, la primera parte de León busca gacela, está cargada de nostalgia.
R.- Sí, es la nostalgia de la adolescencia, en que se es intolerante con lo basto y feo del mundo, con los propios defectos y que, como Antígona, creemos que hay un derecho natural a la justicia y
a la felicidad. Curiosamente, cuando se pasa al tiempo real, que llamo “Tiempo de intolerancia”, los papeles están cambiados: ahora el mundo es el intolerante, el que no acepta que seas sino como él quiere cambiarte, no tú mismo; en fin, un tiempo donde hay que negociar. Las “ilusiones” (palabra clave en mi poesía, que recoge ecos de Gil Albert y de Leopaldi), las ilusiones hay que inventarlas, y la nostalgia convertirla en bastón de zahorí, o en bastón de Max Estrella para aporrear conciencias. Importa seguir buscando la gacela: de la poesía, de la justicia, de la verdad de cada uno y la contraria.
P.- Dígame, ¿Cuáles son sus, o vuestras fuentes, vuestros maestros?
R.- ¿Qué es fuente? Todo lo que nos influye o incita a crear, o aquello de donde parte nuestro reconocimiento como creadores....Me gustaría hablar de aquellas fuentes que son compañeros en la misma búsqueda y que así pueden entrar, sin hacer ruido, en diálogo con nosotros. En mi caso, como he dicho antes, Andrés Acedo es la fuente. Es mi “hortónimo” con h. Mi huerto o jardín más íntimo. Maestro de mí, amaestrador de esta (o aquella) fiera. Y citaré, luego, a otros ilustres ilusos
que se sueñan maestros de este ignorante: Venancio Iglesias, Francisco de Quevedo, Pedro Salinas, Antonio Machado, T.S.Eliot, Luis Cernuda, y por encima de todos ellos, la Vox Populi.
P.- ¿Qué ocupa ahora su tiempo creativo?
R.- En pulir una colección de relatos, que escribí hace ya años, y que quisiera publicar este curso.
P.- Fulgencio Martínez es, además de poeta, director de la revista de creación literaria Ágora, papeles de arte gramático, con quince números publicados y otros tantos años de vida.
R.- Ágora es casi un milagro. Es una revista independiente (de instituciones, grupos, editoriales, etc) y se mantiene económicamente por un filo de credulidad. Nació con el propósito de no ser pasto de una capillita, lo que lo llamo: no ser una revista de aprisco, de rebañito: de esas hechas por unos amiguetes para medrar entre y con otros amiguetes. No sólo ha estado, y está abierta a todas las voces de calidad, sino a todos los géneros literarios que encuentran en la poesía su entronque.
La revista hoy pasa por una etapa de ajustes y de redefinición de tareas, pues, aunque se mantiene su vocación de revista de papel, busca otros soportes para abrirse a una mayor difusión.
P.- Revista que desde hace dos años tiene su versión digital. ¿Qué representan las nuevas tecnologías en un campo como el de las revistas literarias?
R.- En principio, una difusión más abierta, incluso inmediato. Pero no deja de tener su lado “estúpido” o ciego el soporte digital. La poesía, que es un hecho de habla, y sólo después es pintura, tuvo que vérsela con el soporte libro y acomodarse a lo visual, sin perder su esencia de habla, de sonido. De alguna forma, acostumbró al ojo lector a pensar, a ser paciente, a valorar y admirar.
Pero ahora, con el medio digital, el ojo vago, rápido, otra vez campea por sus anchas. Y, sobre todo, el ojo espía, el ojo cotilla, el ojo H, el ojo envidioso, el pio-ojo.
En serio, ahora: estamos muy lejos aún de saber en qué parará todo esto de la “literatura digital”.
Se necesitará un tiempo largo de cultura, de selección y adaptación del nuevo lector digital, y esa selección sólo lo harán los contenidos, han de ser éstos -no los medios- los que tengan protagonismo. Por otra parte, como siempre ha sido en la cultura.
P.: Tengo especial interés en conocer su opinión a una pregunta que, últimamente, vengo formulando a mis entrevistados. Verá, el japonés Haruki Murakami dijo que escribir una novela es un reto, escribir cuentos un placer, que es la diferencia entre plantar un bosque o plantar un jardín. Entonces, ¿qué debe ser escribir poesía?
R.- Yo apenas entiendo el lenguaje florido, oriental. Me pasa lo mismo que con el haikú: lo veo como una superficie muy tersa, demasiado, que querrá decir algo, pero qué... no sé. El poeta ha de entrar en el jardín, en esa tersa superficie, y mancharlo, y hacerlo vivo, no sólo pintura, hacerlo viviente, de tres o más dimensiones. Poesía es plantar dudas. Desde un punto de vista que no sea gratuitamente magnitud, extensión creciente, o en todo caso decreciente, hasta llegar al cero, al punto: la poesía sería plantar un punto.
P.: Esta veterana sección de mi bitácora y de vegamediapress.com se llama Hablando de Libros, el futuro de los mismos, ¿cómo lo ve el profesor de literatura?
R.- La comunicación será siempre una búsqueda individual, y los libros, por tanto, serían siempre necesarios. Yo, como profesor, hasta he leído alguno. Tan importante, o más que los libros, es la memoria. Recuerdo el lugar, el momento, la hora y el color del aire que queda asociado con cada libro que leí en mis años de adolescencia y juventud.
Muchas gracias.
3 comentarios:
Magnífica entrevista. Toda una muestra de docta sabiduría de un poeta íntegro.
Un gusto conocer a Fulgencio porque ya en el fragmento poético de esa dedicatoría, denota agudeza y buen hacer. Espero que "el" "Fulgencio" si que sea su verdadero nombre. Una entrevista muy interesante y vaya mi felicitación por esa supervivencia de Ágora, que tiene mucho mérito eso de "estar" ahí contra viento y marea.
Un abrazo.
Es su verdadero nombre.
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