Francisco Gijón, Madrid 1973, es historiador y reside actualmente en Cartagena.
Antes de dedicarse por completo a la escritura ha desempeñado multitud de oficios, pero con la creación de El secreto de Nicea ha aunado sus tres grandes pasiones: la literatura, la historia y los viajes.
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Pregunta.- El secreto de Nicea es la primera novela de Francisco Gijón (no descubriremos quien se esconde tras ese heterónimo) historiador madrileño que reside en Cartagena. Tal vez por eso la primera pregunta deba ser ¿qué hace un historiador en un sitio como este?
Respuesta.- Cartagena es una de las ciudades más antiguas del Mundo, de las pocas que quedan que conservan su pasado. Tiene siete colinas, al igual que Roma, tiene mar, buen clima…. Y lo que es más importante: soy cartagenero de adopción. Aquí es donde trabaja mi mujer que, como decía Ortega y Gasset, “es la labradora de mi alma”. Ella es de Cartagena.
P.- Situemos al lector, ¿qué es Nicea o dónde se encuentra?
R.- Actualmente creo que se llama Iznik y está en Turquía. En los tiempos del Concilio a que hace referencia la novela era una importante ciudad de Asia Menor muy próxima a Constantinopla, capital del Imperio Romano de Oriente.
P.- Lo primero que deseo decirle, y que hablemos sobre ello, es que su novela, sobre todo en lo referente a las Cartas de Atilio, me ha parecido un hermoso canto a la juventud (Pág. 66), al paso del tiempo (Pág. 50 y 61, por ejemplo), al amor (bellísimo fragmento en la página 66), con momentos de verdadera poesía que he ido subrayando a lo largo del texto.
R.- Muchas gracias. Es que Lucio Atilio es una persona muy sensible que no deja de reflexionar sobre todo aquello que hace que merezca la pena estar en este mundo. Supongo que todos nosotros tenemos nuestras nostalgias sobre tiempos pasados, la niñez especialmente, y, conforme vamos cumpliendo canas, reflexionamos sobre la juventud perdida… ¿perdida?. ¿Es la juventud algo que se pierde?. Tal vez no. Pero fíjate que en el fondo Atilio, tan nostálgico él, vive el momento y lo disfruta. Huye del dolor, sí, pero no para retroceder sino para avanzar hacia el futuro. En el fondo es como un niño: los niños no tienen pasado ni futuro, por eso gozan del presente. Pero la edad trae nostalgias inevitables…
P.- Además, en esas cartas conoceremos muchas de las vicisitudes de los reinados de Augusto, Tiberio y Calígua, con personajes secundarios muy destacados, como Livia, Sejano, Herodes Antipas, Poncio Pilato...
R.- La idea original era reflejar cómo era la vida política de la alta sociedad europea de la época. En el siglo I estamos por primera vez ante un mundo globalizado que gira en torno al Mediterráneo, comparte la misma moneda, el mismo idioma, las mismas leyes… pero también los mismos problemas: inflación, paro, inmigración ilegal, luchas por el poder… ¿Cómo eran estas personas y cómo se relacionaban entre ellas?. Por eso la narración es tan coral.
P.- Dígame, ¿tenía Augusto un andar de pies abiertos, como un pato con canilleras, los hombros caídos... pareciendo un ganso junto a Livia?
R.- Pues según cuenta Suetonio parece que sí. Era un tipo un poco tosco y, como diríamos hoy, muy campechano. Un tío simpático en su madurez pero un trepa en su juventud. No era amigo del despilfarro ni de los grandes lujos, se emborrachaba como cualquier otro y su hobby era cultivar su propio huerto en el palacio y cuidar de sus plantitas de jardín. No era nada viajero y siempre que pudo se escaqueó de cumplir con sus obligaciones como militar (a pesar de haber participado activamente en las Guerras Cántabras, lo cierto es que delegó en sus generales y él se pasó más de la mitad del tiempo en un balneario de los Pirineos mientras su hijastro Tiberio se moría de frío en Asturias).
Livia en cambio procedía de una familia de las que hoy diríamos “de rancio abolengo”, y eso se notaba en sus maneras, tenía clase sin duda, y ella lo sabía y se lo dejaba claro a todo el mundo (incluido su marido).
De todos modos, los andares de Augusto también podían ser fruto de su mala salud. Tal vez tenía artrosis, reuma o problemas de espalda, tan comunes en la época.
P.- ¿Y Livia? ¿Realmente era tan malísima como usted la describe, sobre todo en la página 88, esa cruel conversación mientras envenena a su esposo, Augusto?
R.- Bueno, yo siempre parto de la idea de que cuando alguien se convierte en poderoso es porque algo malo habrá hecho en su vida. La política no conoce hombres buenos (es un hecho histórico y podría ponerte ejemplos de casi cualquier siglo: en el origen de todas las fortunas siempre encontraremos cosas que nos harán temblar). Livia era ante todo ambiciosa y muy consciente de su estirpe. Los escritores de la época, incluidos los afectos, la describen así. Todos tenemos en la mente la Livia del “Yo, Claudio” de Robert Graves, que no es sino un plagio maravilloso de la “Vida de los doce Césares” de Suetonio. Para saber si era o no así tenemos que olvidarnos de las fuentes y, haciendo uso de la historiografía, rebuscar entre los indicios: durante el ejercicio de su vida pública tuvo una serie de comportamientos que dejan poco lugar a cualquier duda. Además está el curioso hecho de las muertes de todos los herederos de Augusto por enfermedad, accidente o envenenamiento… hasta que el heredero fue su hijo natural. Entonces ya se dejaron de morir todos (menos Augusto) y la familia Julio-Claudia gozó de unos años de buena salud que le dieron cierta estabilidad al Imperio, todo hay que decirlo.
P.- Sobre Herodías, Atilio dice que es de esas mujeres que no dudan ni por un instante en utilizar sus encantos para causar todo el daño posible a los hombres que las rodean.
R.- ¿Qué otra cosa podía hacer?. En el “Color Púrpura” hay una frase que me llegó al alma; decía así: “Eres mujer, negra y fea… ¿qué esperas conseguir?”. Terrible, ¿verdad?. En un mundo de hombres, hecho por hombres y gestionado por hombres, la que quería tener poder más le valía ser atractiva. Mujeres inteligentes siempre han abundado (más que los hombres), pero ellas han sido muy conscientes de que para “influir” debían primero ocupar el lecho adecuado. Ya lo decía Mika Waltari en “Sinué el Egipcio”: “los hombres siempre pensáis mucho, pero siempre acabáis decidiendo con esa minúscula cosa que os cuelga ahí abajo”. Personalmente opino que Herodías era una mujer fascinante, a la altura de Livia o de Cleopatra, pero la Historia no la ha recordado igual por motivos obvios. Afortunadamente quiero pensar que esa época ha pasado y que ahora las mujeres ya empiezan a ocupar el lugar que nunca deberían haber perdido (porque el origen de la civilización está en el matriarcado y no en el patriarcado, no lo olvidemos).
P.- ¿Octavio, cuando todavía no era nadie, se la chupaba a Julio César? ¿Así ascendió a las altas jerarquía del gobierno de Roma?
R.- Je, je. Bueno, aquí entramos en el escabroso terreno de las opiniones historiográficas. Lo cierto es que Octaviano (Augusto) era sobrino de Julio César por parte de hermana. Julio lo adoptó y le dio su cognomen (en aquella época podías adoptar a cualquiera, incluso a alguien mayor que tú, convertirlo en tu hijo y, por extensión, en tu heredero) y, tras darle el apellido, lo declaró su sucesor (para disgusto de Marco Antonio, al que casi le da un patatús). Pero es que Octaviano no era tampoco hijo natural de su padre biológico, sino adoptado a su vez. Dicho de otro modo: que no sabemos a ciencia cierta de donde sale este hombre en realidad. En cuestión de árboles genealógicos es más seguro andarse por las ramas que atenerse a las raíces, y eso fue lo que él hizo meticulosamente.
Cuando al final de su vida escribió sus memorias, idealizó tanto sobre sus orígenes que llegó a afirmar que era fruto del amor de su madre virgen con un dios (¿Júpiter?) que, en forma de serpiente, había yacido enroscado a ella durante toda una noche. Ahí nació la idea de recurrir a la madre virginal para glorificar todavía más a los personajes a los que se quería idealizar.
Ningún historiador ha dado hasta la fecha un referente claro sobre el origen de este señor ni ha encontrado justificación lógica para que César lo prefiriese a él antes que a Marco Antonio para sucederle, como esperaba todo el mundo. Lo que sí sabemos (y está muy documentado) es que Julio César, además de inteligente, valiente e intelectual, era un pillín que se lo pasaba en grande (“el marido de todas las mujeres y la mujer de todos los maridos”, que decía el poeta). Que Augusto hubiese sido un amante de César no es ningún disparate (aunque no lo sabemos) y, si comparamos la edad de uno y otro, cuadra bastante. Pero vaya usted a saber, la envidia es muy mala.
P.- Las citadas Cartas de Atilio tienen también importantes mensajes, que pueden ser muy actuales, no sólo por el contenido en la página 58 y que destaco en mi comentario sobre su novela, sino por este, de la página 199: el hombre sin principios encontrará siempre que la primera idea que se le ocurra se le subirá a la cabeza como el vino a un abstemio.
R.- Los tiempos cambian, pero las personas somos las mismas. El ser humano moderno tiene 35.000 años. Los dos mil últimos no son nada en comparación. Piensa que la historia no la escriben quienes vencen, sino que quienes vencen en la historia son los que se cuidan muy mucho de borrar lo que no les interesa. La Humanidad ha ido avanzando conforme la voluntad ha ido venciendo al miedo, por eso la Historia ha consistido siempre en dos pasos hacia delante y uno hacia atrás y nos ha costado tanto desde la Antigüedad Clásica llegar a los Derechos del Hombre o a la igualdad de la mujer. Somos lentos, muy lentos como especie, para lo inteligentes que creemos ser.
P.- ¿Sólo el hombre libre es dichoso y solo es libre quien nada espera y nada teme? (Pág. 254).
R.- Totalmente de acuerdo. La libertad es un hecho intelectual, no depende de la riqueza ni del poder. ¿Qué es la riqueza?: nada si no se gasta y aún menos si se malgasta. Opino que el hombre más peligroso es aquel que tiene miedo y que la ignorancia es la peor de las enfermedades. He conocido pocos hombres libres, pero muy dichosos todos ellos… y ninguno era un ignorante.
P.- No me resigno a preguntarle, ¿cuánto de Atilio hay en Francisco Gijón?
R.- Je, je, je. ¡Ay que ver…!. Francisco Gijón también es un personaje a su manera. Todos somos personajes. Pero con el corazón en la mano te diré que Atilio y yo tenemos en común la nostalgia de “un mundo todavía intacto, cuando todo era nuevo y el cielo reciente y cada cual vivía en una casa en el centro de un huerto sin vallar” (pag. 37). El ser humano ha complicado mucho la vida, se ha vuelto soberbio y… vacío. Atilio es un señor que ha conocido gente de todo tipo, alguna importantísima, pero que no renuncia a su esencia. En ese sentido yo soy igual y creo que en el postrer momento (última página de la novela) mis reflexiones no irían muy desencaminadas de las suyas. Al menos aspiro a eso.
P.- Intercalados entre las lecturas que el Emperador Claudio, ¿o debería decir el Príncipe Claudio?, hace de las cartas de su amigo Lucio Atilio Cretense, hay momentos históricos, que se inician con el encuentro entre Constantino y su cuñado Licinio, siempre alrededor de las Cartas. Al final de la novela, usted nos cuenta, en una extensa nota de autor, los pormenores de todos esos momentos históricos. Pero, ¿se sintió realmente Constantino un elegido?
R.- Total y absolutamente. No un elegido, sino EL ELEGIDO. Y actuó como tal, vaya que si lo hizo. En cuanto a la primera pregunta, tenemos la tendencia a llamar “emperadores” a los “príncipes”. En realidad el imperium era una especie de permiso senatorial que les daban a los príncipes para que gestionasen a sus anchas los dominios de Roma. Se trataba de una monarquía encubierta, disfrazada de república. Fíjate que Tiberio rechazó el título de emperador y se quedó con el mucho más republicano de Príncipe (primun inter pares, o sea, el primero de los iguales, el senador máximo por así decir).
P.- Hace pocos meses leí la novela histórica de mi amigo Jesús Caudevilla, sobre el Papa Pedro Martínez de Luna, Benedicto XIII. ¿Hay en su novela un acto de reivindicación de este personaje: “hasta cuatro pontífices ha tenido simultáneamente la cristiandad por culpa de la obcecación política de quienes gobiernan Europa... Pero yo era el único de todos ellos elegido en un cónclave legal por cardenales legítimos”?
R.- Bueno. Yo tengo la suerte de venir de una familia agnóstica, por lo que he tenido la posibilidad de adentrarme en la historia de la Iglesia Católica desde un punto de vista muy objetivo y distante. Lo cierto es que el Papa Luna fue el último legítimamente elegido por los cardenales. Aunque la costumbre se recuperó después, los siguientes papas ya venían pervertidos por una previa selección política. Según yo lo veo, Pedro Martínez de Luna fue el último Papa genuino. Para más información te recomiendo la novela “El Papa del Mar” de Vicente Blasco Ibáñez.
P.- Pone usted en boca de Pío VII estas palabras que me gustaría comentase, si es posible: lo que darían los padres dominicos por estar en mi lugar ahora mismo (Pág. 146).
R.- Los dominicos conformaban el grueso de la Inquisición. Aunque hay mucha leyenda negra sobre esta organización y sería farragoso entrar en detalles, si mal no recuerdo el fragmento al que te refieres es cuando Pío VII está a punto de tirar a la chimenea encendida unos papeles y quemarlos para siempre. La historia de la Iglesia es la historia de los libros y documentos que ha ido quemando (u ocultando) a lo largo de dieciséis siglos. También es la historia de los que ha ido falsificando, como la Donación de Constantino.
P.- ¿Fue Jesús de Nazaret un agente al servicio de Herodes Antipas?
R.- La verdad es que cuando tuve que documentarme sobre Jesús era tan ignorante sobre el personaje (jamás me había interesado lo más mínimo) que hasta dudaba de su existencia (sólo hay un testimonio contemporáneo que lo menciona, una obra del emperador Claudio, que hace referencia a “los disturbios de los seguidores judíos de un tal Jrestos”. Tras mucho indagar me incliné a pensar que Jesús fue un personaje histórico de verdad, pero ni idea de qué papel había jugado en realidad: nadie lo sabe en realidad. Lo de que fuese agente al servicio de Antipas no lo creo en absoluto. Si embargo sí que pienso que estaba más relacionado con los judíos egipcios que con los de lo que muy pronto se llamaría Palestina y me atrevo a opinar que su muerte perjudicó a los Antipas, por eso no quisieron tomar partido en su linchamiento.
P.- Para terminar con el libro, un par de preguntas más, extraídas de su Nota del Autor: incluye en esta novela un guiño irónico, una sátira sobre la literatura que tanto ha proliferado últimamente acerca de exagerados y oscuros secretos ocultos tras la opaca cortina del Vaticano. Y en concreto, lo hace narrando un encuentro en la Capilla Sixtina entre Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto XVI, en aquellos momentos, siendo los dos últimos cardenales.
R.- Sí, una coña marinera (y de las gordas) para los amantes de las “teorías de la conspiración” y un guiño para quienes están ya un poco hartos de leer novelas históricas mal documentadas, que se sirven de datos sesgados para hacerle un cacao mental y cultural al lector que no se merece.
P.- La otra es esta: el objetivo de El secreto de Nicea es entretener. Recuerdo un texto de Lin Carter que reivindicaba la única finalidad de entretener en una determinada clase de literatura, y fue criticado por sus colegas como que era hasta cierto punto inmoral que la literatura tuviese ese objetivo.
R.- ¿Ah sí?. Bueno, te contesto con una anécdota que le pasó a mi tío tatarabuelo, el Nobel Jacinto Benavente. Cierto día alguien que no le conocía le preguntó en un tren si le gustaba leer y llegó incluso a recomendarle un libro suyo y él contestó que, cuando quería leer una novela, la escribía. Personalmente yo no me termino un libro que no me entretiene. Si además me aporta algo, lo disfruto mucho. Pero si es un rollo… pues lo dejo; no pasa nada. No creo que la literatura sea un tótem y, aunque hay mucho dandismo en este mundillo, a mí no me da vergüenza admitir que de la indiscutible obra maestra (según los entendidos) ULISES, de James Joyce, no pasé de la página 15. Yo no le puedo discutir el mérito porque no la he soportado y confío ciegamente en gente que sabe muchísimo más que yo… pero para mí resultaba infumable, ¿qué hago?. Se volverá a intentar. Yo no creo que haya que escribir con un fin determinado más allá del entretenimiento, lo que sí que pienso es que hay obras que son literatura y otras que no lo son; pero sobre todo, que nadie está obligado a leerse algo que no le esté gustando. Si alguien se ofende por mi comentario es porque piensa que la novela tiene cierta altura literaria y le estaré muy agradecido por su opinión, que no es que no comparta, sino que no me incumbe.
P.- ¿En qué trabaja ahora la pluma de Francisco Gijón?
R.- Ahora mismo tengo en boxes una novela sobre Napoleón durante su exilio en Santa Elena (sin fecha de publicación para España por el momento) y ayer mismo terminé otra sobre la inauguración del Coliseo en tiempos de Domiciano, o sea de gladiadores, con mucha sangre, mucho bicho y mucha garra (cobre todo garra). Mientras vemos a quién le interesa seguiré con una que tengo a medias sobre el emperador Tiberio.
P.- Anuradha Roy, la escritora hindú, declaró que escribir es al mismo tiempo un regalo y una opresión. Su personaje, Lucio Atilio, dice: nadie que es feliz escribe, como tampoco nace el arte de ningún ser pleno. ¿Así lo ve usted?
R.- Pues la verdad es que no. Para mi es un hobby, una evasión, una necesidad. No escribo por obligación. Soy inmensamente feliz escribiendo y disfruto mucho. Y de opresión nada. Escribir para mí, además de una cosa inevitable, es una mezcla de constancia y técnica, pero a la vez es uno de los pocos oficios que te tiene que gustar mucho para poder hacerlo como es debido.
P.: Haruki Murakami dijo una vez que escribir novela es un reto, escribir cuentos un placer, que es la diferencia entre plantar un bosque o plantar un jardín. ¿Cómo lo ve Francisco Gijón?
R.- Cortázar hizo grandes bosques con sus pequeños jardines, ¿no crees?
P.: Y como esta sección se llama Hablando de Libros, el futuro de los mismos, ¿cómo lo ve el historiador?
R.- A los libros les veo mucho futuro. Creo que los que tienen que estar preocupados son los editores, porque les va a pasar lo mismo que a los de las discográficas y puede que a la vuelta de unos años cada autor tenga su página web y cobre un par de euros por descarga y punto pelota. El truco para que no se pasen las copias sería que cada libro esté dedicado personalmente a su comprador y que el precio sea razonable. Y es que la solución de todas las cosas en esta vida pasa siempre por lo razonable y está supeditado al progreso.
Muchas gracias, ha sido un auténtico placer leer El secreto de Nicea.
Gracias a ti, a mandar.
Antes de dedicarse por completo a la escritura ha desempeñado multitud de oficios, pero con la creación de El secreto de Nicea ha aunado sus tres grandes pasiones: la literatura, la historia y los viajes.
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Pregunta.- El secreto de Nicea es la primera novela de Francisco Gijón (no descubriremos quien se esconde tras ese heterónimo) historiador madrileño que reside en Cartagena. Tal vez por eso la primera pregunta deba ser ¿qué hace un historiador en un sitio como este?
Respuesta.- Cartagena es una de las ciudades más antiguas del Mundo, de las pocas que quedan que conservan su pasado. Tiene siete colinas, al igual que Roma, tiene mar, buen clima…. Y lo que es más importante: soy cartagenero de adopción. Aquí es donde trabaja mi mujer que, como decía Ortega y Gasset, “es la labradora de mi alma”. Ella es de Cartagena.
P.- Situemos al lector, ¿qué es Nicea o dónde se encuentra?
R.- Actualmente creo que se llama Iznik y está en Turquía. En los tiempos del Concilio a que hace referencia la novela era una importante ciudad de Asia Menor muy próxima a Constantinopla, capital del Imperio Romano de Oriente.
P.- Lo primero que deseo decirle, y que hablemos sobre ello, es que su novela, sobre todo en lo referente a las Cartas de Atilio, me ha parecido un hermoso canto a la juventud (Pág. 66), al paso del tiempo (Pág. 50 y 61, por ejemplo), al amor (bellísimo fragmento en la página 66), con momentos de verdadera poesía que he ido subrayando a lo largo del texto.
R.- Muchas gracias. Es que Lucio Atilio es una persona muy sensible que no deja de reflexionar sobre todo aquello que hace que merezca la pena estar en este mundo. Supongo que todos nosotros tenemos nuestras nostalgias sobre tiempos pasados, la niñez especialmente, y, conforme vamos cumpliendo canas, reflexionamos sobre la juventud perdida… ¿perdida?. ¿Es la juventud algo que se pierde?. Tal vez no. Pero fíjate que en el fondo Atilio, tan nostálgico él, vive el momento y lo disfruta. Huye del dolor, sí, pero no para retroceder sino para avanzar hacia el futuro. En el fondo es como un niño: los niños no tienen pasado ni futuro, por eso gozan del presente. Pero la edad trae nostalgias inevitables…
P.- Además, en esas cartas conoceremos muchas de las vicisitudes de los reinados de Augusto, Tiberio y Calígua, con personajes secundarios muy destacados, como Livia, Sejano, Herodes Antipas, Poncio Pilato...
R.- La idea original era reflejar cómo era la vida política de la alta sociedad europea de la época. En el siglo I estamos por primera vez ante un mundo globalizado que gira en torno al Mediterráneo, comparte la misma moneda, el mismo idioma, las mismas leyes… pero también los mismos problemas: inflación, paro, inmigración ilegal, luchas por el poder… ¿Cómo eran estas personas y cómo se relacionaban entre ellas?. Por eso la narración es tan coral.
P.- Dígame, ¿tenía Augusto un andar de pies abiertos, como un pato con canilleras, los hombros caídos... pareciendo un ganso junto a Livia?
R.- Pues según cuenta Suetonio parece que sí. Era un tipo un poco tosco y, como diríamos hoy, muy campechano. Un tío simpático en su madurez pero un trepa en su juventud. No era amigo del despilfarro ni de los grandes lujos, se emborrachaba como cualquier otro y su hobby era cultivar su propio huerto en el palacio y cuidar de sus plantitas de jardín. No era nada viajero y siempre que pudo se escaqueó de cumplir con sus obligaciones como militar (a pesar de haber participado activamente en las Guerras Cántabras, lo cierto es que delegó en sus generales y él se pasó más de la mitad del tiempo en un balneario de los Pirineos mientras su hijastro Tiberio se moría de frío en Asturias).
Livia en cambio procedía de una familia de las que hoy diríamos “de rancio abolengo”, y eso se notaba en sus maneras, tenía clase sin duda, y ella lo sabía y se lo dejaba claro a todo el mundo (incluido su marido).
De todos modos, los andares de Augusto también podían ser fruto de su mala salud. Tal vez tenía artrosis, reuma o problemas de espalda, tan comunes en la época.
P.- ¿Y Livia? ¿Realmente era tan malísima como usted la describe, sobre todo en la página 88, esa cruel conversación mientras envenena a su esposo, Augusto?
R.- Bueno, yo siempre parto de la idea de que cuando alguien se convierte en poderoso es porque algo malo habrá hecho en su vida. La política no conoce hombres buenos (es un hecho histórico y podría ponerte ejemplos de casi cualquier siglo: en el origen de todas las fortunas siempre encontraremos cosas que nos harán temblar). Livia era ante todo ambiciosa y muy consciente de su estirpe. Los escritores de la época, incluidos los afectos, la describen así. Todos tenemos en la mente la Livia del “Yo, Claudio” de Robert Graves, que no es sino un plagio maravilloso de la “Vida de los doce Césares” de Suetonio. Para saber si era o no así tenemos que olvidarnos de las fuentes y, haciendo uso de la historiografía, rebuscar entre los indicios: durante el ejercicio de su vida pública tuvo una serie de comportamientos que dejan poco lugar a cualquier duda. Además está el curioso hecho de las muertes de todos los herederos de Augusto por enfermedad, accidente o envenenamiento… hasta que el heredero fue su hijo natural. Entonces ya se dejaron de morir todos (menos Augusto) y la familia Julio-Claudia gozó de unos años de buena salud que le dieron cierta estabilidad al Imperio, todo hay que decirlo.
P.- Sobre Herodías, Atilio dice que es de esas mujeres que no dudan ni por un instante en utilizar sus encantos para causar todo el daño posible a los hombres que las rodean.
R.- ¿Qué otra cosa podía hacer?. En el “Color Púrpura” hay una frase que me llegó al alma; decía así: “Eres mujer, negra y fea… ¿qué esperas conseguir?”. Terrible, ¿verdad?. En un mundo de hombres, hecho por hombres y gestionado por hombres, la que quería tener poder más le valía ser atractiva. Mujeres inteligentes siempre han abundado (más que los hombres), pero ellas han sido muy conscientes de que para “influir” debían primero ocupar el lecho adecuado. Ya lo decía Mika Waltari en “Sinué el Egipcio”: “los hombres siempre pensáis mucho, pero siempre acabáis decidiendo con esa minúscula cosa que os cuelga ahí abajo”. Personalmente opino que Herodías era una mujer fascinante, a la altura de Livia o de Cleopatra, pero la Historia no la ha recordado igual por motivos obvios. Afortunadamente quiero pensar que esa época ha pasado y que ahora las mujeres ya empiezan a ocupar el lugar que nunca deberían haber perdido (porque el origen de la civilización está en el matriarcado y no en el patriarcado, no lo olvidemos).
P.- ¿Octavio, cuando todavía no era nadie, se la chupaba a Julio César? ¿Así ascendió a las altas jerarquía del gobierno de Roma?
R.- Je, je. Bueno, aquí entramos en el escabroso terreno de las opiniones historiográficas. Lo cierto es que Octaviano (Augusto) era sobrino de Julio César por parte de hermana. Julio lo adoptó y le dio su cognomen (en aquella época podías adoptar a cualquiera, incluso a alguien mayor que tú, convertirlo en tu hijo y, por extensión, en tu heredero) y, tras darle el apellido, lo declaró su sucesor (para disgusto de Marco Antonio, al que casi le da un patatús). Pero es que Octaviano no era tampoco hijo natural de su padre biológico, sino adoptado a su vez. Dicho de otro modo: que no sabemos a ciencia cierta de donde sale este hombre en realidad. En cuestión de árboles genealógicos es más seguro andarse por las ramas que atenerse a las raíces, y eso fue lo que él hizo meticulosamente.
Cuando al final de su vida escribió sus memorias, idealizó tanto sobre sus orígenes que llegó a afirmar que era fruto del amor de su madre virgen con un dios (¿Júpiter?) que, en forma de serpiente, había yacido enroscado a ella durante toda una noche. Ahí nació la idea de recurrir a la madre virginal para glorificar todavía más a los personajes a los que se quería idealizar.
Ningún historiador ha dado hasta la fecha un referente claro sobre el origen de este señor ni ha encontrado justificación lógica para que César lo prefiriese a él antes que a Marco Antonio para sucederle, como esperaba todo el mundo. Lo que sí sabemos (y está muy documentado) es que Julio César, además de inteligente, valiente e intelectual, era un pillín que se lo pasaba en grande (“el marido de todas las mujeres y la mujer de todos los maridos”, que decía el poeta). Que Augusto hubiese sido un amante de César no es ningún disparate (aunque no lo sabemos) y, si comparamos la edad de uno y otro, cuadra bastante. Pero vaya usted a saber, la envidia es muy mala.
P.- Las citadas Cartas de Atilio tienen también importantes mensajes, que pueden ser muy actuales, no sólo por el contenido en la página 58 y que destaco en mi comentario sobre su novela, sino por este, de la página 199: el hombre sin principios encontrará siempre que la primera idea que se le ocurra se le subirá a la cabeza como el vino a un abstemio.
R.- Los tiempos cambian, pero las personas somos las mismas. El ser humano moderno tiene 35.000 años. Los dos mil últimos no son nada en comparación. Piensa que la historia no la escriben quienes vencen, sino que quienes vencen en la historia son los que se cuidan muy mucho de borrar lo que no les interesa. La Humanidad ha ido avanzando conforme la voluntad ha ido venciendo al miedo, por eso la Historia ha consistido siempre en dos pasos hacia delante y uno hacia atrás y nos ha costado tanto desde la Antigüedad Clásica llegar a los Derechos del Hombre o a la igualdad de la mujer. Somos lentos, muy lentos como especie, para lo inteligentes que creemos ser.
P.- ¿Sólo el hombre libre es dichoso y solo es libre quien nada espera y nada teme? (Pág. 254).
R.- Totalmente de acuerdo. La libertad es un hecho intelectual, no depende de la riqueza ni del poder. ¿Qué es la riqueza?: nada si no se gasta y aún menos si se malgasta. Opino que el hombre más peligroso es aquel que tiene miedo y que la ignorancia es la peor de las enfermedades. He conocido pocos hombres libres, pero muy dichosos todos ellos… y ninguno era un ignorante.
P.- No me resigno a preguntarle, ¿cuánto de Atilio hay en Francisco Gijón?
R.- Je, je, je. ¡Ay que ver…!. Francisco Gijón también es un personaje a su manera. Todos somos personajes. Pero con el corazón en la mano te diré que Atilio y yo tenemos en común la nostalgia de “un mundo todavía intacto, cuando todo era nuevo y el cielo reciente y cada cual vivía en una casa en el centro de un huerto sin vallar” (pag. 37). El ser humano ha complicado mucho la vida, se ha vuelto soberbio y… vacío. Atilio es un señor que ha conocido gente de todo tipo, alguna importantísima, pero que no renuncia a su esencia. En ese sentido yo soy igual y creo que en el postrer momento (última página de la novela) mis reflexiones no irían muy desencaminadas de las suyas. Al menos aspiro a eso.
P.- Intercalados entre las lecturas que el Emperador Claudio, ¿o debería decir el Príncipe Claudio?, hace de las cartas de su amigo Lucio Atilio Cretense, hay momentos históricos, que se inician con el encuentro entre Constantino y su cuñado Licinio, siempre alrededor de las Cartas. Al final de la novela, usted nos cuenta, en una extensa nota de autor, los pormenores de todos esos momentos históricos. Pero, ¿se sintió realmente Constantino un elegido?
R.- Total y absolutamente. No un elegido, sino EL ELEGIDO. Y actuó como tal, vaya que si lo hizo. En cuanto a la primera pregunta, tenemos la tendencia a llamar “emperadores” a los “príncipes”. En realidad el imperium era una especie de permiso senatorial que les daban a los príncipes para que gestionasen a sus anchas los dominios de Roma. Se trataba de una monarquía encubierta, disfrazada de república. Fíjate que Tiberio rechazó el título de emperador y se quedó con el mucho más republicano de Príncipe (primun inter pares, o sea, el primero de los iguales, el senador máximo por así decir).
P.- Hace pocos meses leí la novela histórica de mi amigo Jesús Caudevilla, sobre el Papa Pedro Martínez de Luna, Benedicto XIII. ¿Hay en su novela un acto de reivindicación de este personaje: “hasta cuatro pontífices ha tenido simultáneamente la cristiandad por culpa de la obcecación política de quienes gobiernan Europa... Pero yo era el único de todos ellos elegido en un cónclave legal por cardenales legítimos”?
R.- Bueno. Yo tengo la suerte de venir de una familia agnóstica, por lo que he tenido la posibilidad de adentrarme en la historia de la Iglesia Católica desde un punto de vista muy objetivo y distante. Lo cierto es que el Papa Luna fue el último legítimamente elegido por los cardenales. Aunque la costumbre se recuperó después, los siguientes papas ya venían pervertidos por una previa selección política. Según yo lo veo, Pedro Martínez de Luna fue el último Papa genuino. Para más información te recomiendo la novela “El Papa del Mar” de Vicente Blasco Ibáñez.
P.- Pone usted en boca de Pío VII estas palabras que me gustaría comentase, si es posible: lo que darían los padres dominicos por estar en mi lugar ahora mismo (Pág. 146).
R.- Los dominicos conformaban el grueso de la Inquisición. Aunque hay mucha leyenda negra sobre esta organización y sería farragoso entrar en detalles, si mal no recuerdo el fragmento al que te refieres es cuando Pío VII está a punto de tirar a la chimenea encendida unos papeles y quemarlos para siempre. La historia de la Iglesia es la historia de los libros y documentos que ha ido quemando (u ocultando) a lo largo de dieciséis siglos. También es la historia de los que ha ido falsificando, como la Donación de Constantino.
P.- ¿Fue Jesús de Nazaret un agente al servicio de Herodes Antipas?
R.- La verdad es que cuando tuve que documentarme sobre Jesús era tan ignorante sobre el personaje (jamás me había interesado lo más mínimo) que hasta dudaba de su existencia (sólo hay un testimonio contemporáneo que lo menciona, una obra del emperador Claudio, que hace referencia a “los disturbios de los seguidores judíos de un tal Jrestos”. Tras mucho indagar me incliné a pensar que Jesús fue un personaje histórico de verdad, pero ni idea de qué papel había jugado en realidad: nadie lo sabe en realidad. Lo de que fuese agente al servicio de Antipas no lo creo en absoluto. Si embargo sí que pienso que estaba más relacionado con los judíos egipcios que con los de lo que muy pronto se llamaría Palestina y me atrevo a opinar que su muerte perjudicó a los Antipas, por eso no quisieron tomar partido en su linchamiento.
P.- Para terminar con el libro, un par de preguntas más, extraídas de su Nota del Autor: incluye en esta novela un guiño irónico, una sátira sobre la literatura que tanto ha proliferado últimamente acerca de exagerados y oscuros secretos ocultos tras la opaca cortina del Vaticano. Y en concreto, lo hace narrando un encuentro en la Capilla Sixtina entre Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto XVI, en aquellos momentos, siendo los dos últimos cardenales.
R.- Sí, una coña marinera (y de las gordas) para los amantes de las “teorías de la conspiración” y un guiño para quienes están ya un poco hartos de leer novelas históricas mal documentadas, que se sirven de datos sesgados para hacerle un cacao mental y cultural al lector que no se merece.
P.- La otra es esta: el objetivo de El secreto de Nicea es entretener. Recuerdo un texto de Lin Carter que reivindicaba la única finalidad de entretener en una determinada clase de literatura, y fue criticado por sus colegas como que era hasta cierto punto inmoral que la literatura tuviese ese objetivo.
R.- ¿Ah sí?. Bueno, te contesto con una anécdota que le pasó a mi tío tatarabuelo, el Nobel Jacinto Benavente. Cierto día alguien que no le conocía le preguntó en un tren si le gustaba leer y llegó incluso a recomendarle un libro suyo y él contestó que, cuando quería leer una novela, la escribía. Personalmente yo no me termino un libro que no me entretiene. Si además me aporta algo, lo disfruto mucho. Pero si es un rollo… pues lo dejo; no pasa nada. No creo que la literatura sea un tótem y, aunque hay mucho dandismo en este mundillo, a mí no me da vergüenza admitir que de la indiscutible obra maestra (según los entendidos) ULISES, de James Joyce, no pasé de la página 15. Yo no le puedo discutir el mérito porque no la he soportado y confío ciegamente en gente que sabe muchísimo más que yo… pero para mí resultaba infumable, ¿qué hago?. Se volverá a intentar. Yo no creo que haya que escribir con un fin determinado más allá del entretenimiento, lo que sí que pienso es que hay obras que son literatura y otras que no lo son; pero sobre todo, que nadie está obligado a leerse algo que no le esté gustando. Si alguien se ofende por mi comentario es porque piensa que la novela tiene cierta altura literaria y le estaré muy agradecido por su opinión, que no es que no comparta, sino que no me incumbe.
P.- ¿En qué trabaja ahora la pluma de Francisco Gijón?
R.- Ahora mismo tengo en boxes una novela sobre Napoleón durante su exilio en Santa Elena (sin fecha de publicación para España por el momento) y ayer mismo terminé otra sobre la inauguración del Coliseo en tiempos de Domiciano, o sea de gladiadores, con mucha sangre, mucho bicho y mucha garra (cobre todo garra). Mientras vemos a quién le interesa seguiré con una que tengo a medias sobre el emperador Tiberio.
P.- Anuradha Roy, la escritora hindú, declaró que escribir es al mismo tiempo un regalo y una opresión. Su personaje, Lucio Atilio, dice: nadie que es feliz escribe, como tampoco nace el arte de ningún ser pleno. ¿Así lo ve usted?
R.- Pues la verdad es que no. Para mi es un hobby, una evasión, una necesidad. No escribo por obligación. Soy inmensamente feliz escribiendo y disfruto mucho. Y de opresión nada. Escribir para mí, además de una cosa inevitable, es una mezcla de constancia y técnica, pero a la vez es uno de los pocos oficios que te tiene que gustar mucho para poder hacerlo como es debido.
P.: Haruki Murakami dijo una vez que escribir novela es un reto, escribir cuentos un placer, que es la diferencia entre plantar un bosque o plantar un jardín. ¿Cómo lo ve Francisco Gijón?
R.- Cortázar hizo grandes bosques con sus pequeños jardines, ¿no crees?
P.: Y como esta sección se llama Hablando de Libros, el futuro de los mismos, ¿cómo lo ve el historiador?
R.- A los libros les veo mucho futuro. Creo que los que tienen que estar preocupados son los editores, porque les va a pasar lo mismo que a los de las discográficas y puede que a la vuelta de unos años cada autor tenga su página web y cobre un par de euros por descarga y punto pelota. El truco para que no se pasen las copias sería que cada libro esté dedicado personalmente a su comprador y que el precio sea razonable. Y es que la solución de todas las cosas en esta vida pasa siempre por lo razonable y está supeditado al progreso.
Muchas gracias, ha sido un auténtico placer leer El secreto de Nicea.
Gracias a ti, a mandar.
1 comentario:
Hola Javier! Muy interesante tu blog, me ha gustado pasear por el.
Un beso de tu amiga!
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