Carmen Sabater Rex nació en Molina de Segura y cursó magisterio en la escuela normal de Murcia, especializándose posteriormente en Lengua y Literatura en Valencia, donde fijó su profesión de maestra y por toda la geografía española, en aldeas y pueblos de Aragón, Ceuta, Canarias, Andalucía, Madrid, Murcia y Valencia.
Siempre le gustó escribir desenfadadamente y con humor. En 2000 obtuvo el Premio Ayuntamiento de Vicálvaro de Cuento y Poesía para Niños. Ha publicado Poesía boba para aprender y Teatro para mayores. En su libro memorialístico, Molina es mi pueblo, publicado por el Ayuntamiento de Molina de Segura en 2004, retrató con encanto y acierto su infancia y adolescencia en su localidad natal.
La entrevistamos por su última novela, La casa del canónigo.
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Pregunta.- La primera pregunta tal vez deba ser un tópico: ¿por qué la casa del canónigo y no la casa Ros, la casa de la Maita, Torre Anita, o incluso el Molino de Olayo, u otras más o menos emblemáticas de la historia de Molina de Segura?
Respuesta.- Necesitaba una casa lejos de un casco urbano y lo suficientemente señorial para que se ajustase a las necesidades de los protagonistas y esa era la Casa del Canónigo, que yo conocía bien. Torre Anita hubiera valido, pero al estar en el centro del pueblo se alejaba de lo que me proponía para el tema central.
P.- Dígame, ¿cuánto hay de real y cuánto de ficción en La casa del canónigo? Y me refiero, entre otras cosas, a que siendo real aquella casa, ¿lo es también la de Sabina y Nana en Espinardo?
R.- No. Sabina y Ana son hijas de mi imaginación. Bien es verdad que la primera, persona de cierto abolengo que tiene el gran mérito de asumir su situación de venida a menos con humildad, podía haber representado a mujeres de nuestro pueblo que supieron adaptarse a las circunstancias y a unas privaciones que eran comunes a todos.
P.- Supongo que el tipo de arrendamiento que Sabina y Nana se ven obligadas a firmar por el alquiler de la casa del canónigo- Pág. 42-, era habitual en aquella época.
R.- Si, desde luego, y más en nuestra tierra, donde la figura del administrador vigilante y eficaz, defensor a ultranza de los intereses del propietario era bien conocida.
P.-La pregunta anterior me lleva a ésta: ¿ha llevado un trabajo de investigación de las costumbres de entonces o se ha basado en sus recuerdos? Muchos de ellos publicados en su libro memorialístico, Molina es mi pueblo.
R.- Mitad y mitad. Siempre he sido observadora y he tenido –tengo, gracias a Dios-, una buena memoria. Aunque nací después de la guerra, sí que conocí algunas de las privaciones que todo el mundo sufrió en ambos bandos hasta bien entrados los años cincuenta. Entonces, con recordar cosas de mi familia y vecinos en su día a día, el lujo de poseer coche o la fiesta que suponía comer un huevo frito o pollo, estrenar vestido o zapatos… Eso me ha dado apoyo al tema central. La investigación sí que la he hecho en la hemeroteca para las riadas (más por situar las fechas que por otra cosa) para no errar en algo que todavía sigue fresco en el recuerdo de personas no muy mayores, como fueron las de Valencia en 1957.
P.- La escena, aventura, del bolillero entre Anica y Rosina me parece muy entrañable. Recuerdo la expresión “encaje de bolillos” como una tarea difícil y delicada.
R.- Yo sé hacer encaje de bolillos y eso es algo que me llena de satisfacción porque nunca fui muy paciente para los primores, pero ese es un arte que aprendí con ocho años en Galicia y necesitaba sacar algo de estas habilidades, por lo difícil, en el libro y así dejar patente la pericia de Rosina frente al desastre de la Fortunera.
P.- ¿Qué es el juego del Tiroriro?
R.- Es muy antiguo y en mi familia paterna se jugaba siendo yo muy niña. En la época aquella en que no había tele y la radio era un lujo para el que la poseía, valía todo para divertirse. Seguro que ni la radio había nacido cuando ellos empezaron. En casa de mis abuelos se jugaba en onomásticas o cumpleaños y consistía en hacer un tubo largo y delgado con un periódico o papel de estraza. Se colocaba entre los muslos o las rodillas y se iba caminando-bailando por la estancia donde se jugaba mientras alguien, con una tea encendida de llama tenue, trataba de prenderle fuego. Era difícil. El que la llevaba no podía mirar atrás y tenía su mucho de picardía por lo que se puede notar en el libro. Se adoptaba algún que otro movimiento erótico, como se diría ahora.
P.- Tengo especial interés en saber quien es ese pintor, casi un niño, que usted cita en la página 205 y que pintó a San Veroncio con la cara del alcalde de Abarán.
R.-Hay lugares y personajes de mi infancia que he querido reflejar. Uno de ellos, el pintor por el que me pregunta, es Pepito Salazar (José Antº. Arnaldos Salazar), mi vecino de San Roque, gran artista y mejor amigo.
P.- ¡Ya tenía que ser desconocido, en 1957, San Veroncio para que ni lo conociesen en la tienda de Perico Cipote!
R.-¡San Veroncio no existe! Y me ha hecho gracia que a raíz de la novela le haya salido alguna que otra devota según me dicen, pero no por piedad, ojo, sino por “cachas” y guapote…Aquí aflora mi manía contra eso de pintar siempre a los santos con caras merengosas. Seguro que eran alegres.
P.- ¿Son reales las hermanas Pujante?
R.- No, pero sí que había entonces señoras de bien, que lo mismo te metían a servir “en buenas cosas” que pagaban una dote a las que se querían ir a monjas y no tenían medios. Ahí me inspiré.
P.- Reales y trágicas son las escenas que nos cuenta de la Gran Riada de Valencia, en octubre de 1957.
R.- Desde luego que sí. Fotocopié escenas -fotografías de los periódicos- espeluznantes del Turia con todo su furor destructivo, pero al no llevar la novela ilustraciones, las guardé. Murcia está en el recuerdo de muchos valencianos como la provincia que se volcó en ayudar a los damnificados de aquella desgracia.
P.- La casa del canónigo es una novela costumbrista, y en ella está muy presente, a lo largo de la narración, la creencia religiosa de sus protagonistas y de la sociedad murciana y molinense de aquellos años.
R.- Así es. En toda ella se retratan aquellas esencias y costumbres tan arraigadas, no solo en Murcia sino en otros muchos sitios a lo largo de nuestra geografía. Era una época en la que cada cual se aferraba a lo que creía con su piedad y sus fervores, y gracias a eso muchos pudieron sobrevivir. El costumbrismo en las novelas parece desfasado, pero es que es muy difícil plasmarlo con fidelidad. Los grandes costumbristas del 98 alcanzaron la gloria con novelas y relatos así. Soy una admiradora de todos ellos y me encanta el retrato de aquellas sociedades, la fidelidad al personaje de época que no se distinguía por sus creencias precisamente y, salvando la gran distancia, si algo he logrado con mi novela recordando viejas usanzas y costumbres de mi tierra, me sentiré muy satisfecha.
P.- Dígame, desde la distancia valenciana, ¿ha cambiado la sociedad murciana, esa sociedad que representan Sabina y Nana, sobre todo la primera?
R.- Todo ha cambiado. Ya nada es igual y, como otras muchas regiones, Murcia ha enterrado tradiciones y usanzas porque el progreso así lo impone. Existen Sabinas ancladas en sus pasados más o menos gloriosos, pero no dejan de verse trasnochadas y fuera de lugar, aunque he de reconocer que me encanta encontrarme con este tipo de personas y escucharlas sin cansarme con sus historias cargadas de recuerdos sublimes de esa época que se fue. Ya escasean pero hay, y mujeres sobre todo.
P.- Aunque usted vive en Valencia, visita regularmente la Región, y tengo entendido que tiene intención de adquirir una casa aquí, ¿la tendremos más a menudo con nosotros?
R.- Espero que sí. Hablan de la morriña gallega como si fuera el colmo de las añoranzas de una persona por su tierra, pero el murciano…A mí me da que somos especiales. Somos generosos y acogedores y Murcia irradia luz y paz y se le echa de menos… ¡es preciosa! Ya me gustaría que la casa del canónigo fuera mía…
P.- Carmen Sabater ha publicado teatro, poesía, memorias y novela. Cuatro libros, cada uno de un género distinto.
R.- Bueno, lo que surge. Todo me gusta y me motiva, pero confesaré que soy algo lenta para cuando me pongo a escribir. Muy autocrítica, y por eso, mucho de lo que he escrito se quedó en el fondo de los cajones, sin recopilar, o destruido o, muchas veces, sin publicar y de usar y tirar, como es el caso del teatro.
P.- ¿Qué será lo próximo? ¿Ensayo?
R.- No se me da, lo reconozco. Mi poder de análisis no lo encuentro suficiente para ser tenido en cuenta y, aunque soy tolerante y comprensiva, en ciertos temas me temo que no sería imparcial. No creo que me atreva con el ensayo, así que lo próximo serán relatos cortos en los que estoy trabajando y tengo que acabar un sainete cómico que me han pedido.
P.: Ya sabe que esta sección se llama Hablando de Libros. Dígame, el futuro de los mismos, ¿cómo lo ve la maestra, o debo decir profesora?
R.- Ahora hay muchos que aventuran que el libro de papel está tocando a su fin con esto de la electrónica. Yo no lo creo. Hay mucha gente a la que le gusta el contacto, “el manoseo” de la obra que lee. Y por otro lado, como maestra, he tratado de inculcar a mis alumnos el gusto por la lectura y he trabajado muchas obras de distintas épocas y estilos con ellos, desmenuzándolas, comentándolas y haciendo todas las actividades que conlleva este tipo de enseñanza. Me consta que conseguí mucho, así que no veo mal el futuro de los libros porque muchos maestros y profesores hicieron bien su trabajo. Yo, ya ve que me vanaglorio de que así lo hice. El lector, nace, pero sobre todo, se hace, mostrándole el atractivo de las letras y toda la enseñanza que encierran con la amenidad debida y sin apremio.
Muchas gracias, ha sido un enorme placer conversar con usted.
R.- Igualmente y por cierto: me encanta el término de “maestra” ante su duda de llamarme profesora o maestra. Acertó usted.
Siempre le gustó escribir desenfadadamente y con humor. En 2000 obtuvo el Premio Ayuntamiento de Vicálvaro de Cuento y Poesía para Niños. Ha publicado Poesía boba para aprender y Teatro para mayores. En su libro memorialístico, Molina es mi pueblo, publicado por el Ayuntamiento de Molina de Segura en 2004, retrató con encanto y acierto su infancia y adolescencia en su localidad natal.
La entrevistamos por su última novela, La casa del canónigo.
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Pregunta.- La primera pregunta tal vez deba ser un tópico: ¿por qué la casa del canónigo y no la casa Ros, la casa de la Maita, Torre Anita, o incluso el Molino de Olayo, u otras más o menos emblemáticas de la historia de Molina de Segura?
Respuesta.- Necesitaba una casa lejos de un casco urbano y lo suficientemente señorial para que se ajustase a las necesidades de los protagonistas y esa era la Casa del Canónigo, que yo conocía bien. Torre Anita hubiera valido, pero al estar en el centro del pueblo se alejaba de lo que me proponía para el tema central.
P.- Dígame, ¿cuánto hay de real y cuánto de ficción en La casa del canónigo? Y me refiero, entre otras cosas, a que siendo real aquella casa, ¿lo es también la de Sabina y Nana en Espinardo?
R.- No. Sabina y Ana son hijas de mi imaginación. Bien es verdad que la primera, persona de cierto abolengo que tiene el gran mérito de asumir su situación de venida a menos con humildad, podía haber representado a mujeres de nuestro pueblo que supieron adaptarse a las circunstancias y a unas privaciones que eran comunes a todos.
P.- Supongo que el tipo de arrendamiento que Sabina y Nana se ven obligadas a firmar por el alquiler de la casa del canónigo- Pág. 42-, era habitual en aquella época.
R.- Si, desde luego, y más en nuestra tierra, donde la figura del administrador vigilante y eficaz, defensor a ultranza de los intereses del propietario era bien conocida.
P.-La pregunta anterior me lleva a ésta: ¿ha llevado un trabajo de investigación de las costumbres de entonces o se ha basado en sus recuerdos? Muchos de ellos publicados en su libro memorialístico, Molina es mi pueblo.
R.- Mitad y mitad. Siempre he sido observadora y he tenido –tengo, gracias a Dios-, una buena memoria. Aunque nací después de la guerra, sí que conocí algunas de las privaciones que todo el mundo sufrió en ambos bandos hasta bien entrados los años cincuenta. Entonces, con recordar cosas de mi familia y vecinos en su día a día, el lujo de poseer coche o la fiesta que suponía comer un huevo frito o pollo, estrenar vestido o zapatos… Eso me ha dado apoyo al tema central. La investigación sí que la he hecho en la hemeroteca para las riadas (más por situar las fechas que por otra cosa) para no errar en algo que todavía sigue fresco en el recuerdo de personas no muy mayores, como fueron las de Valencia en 1957.
P.- La escena, aventura, del bolillero entre Anica y Rosina me parece muy entrañable. Recuerdo la expresión “encaje de bolillos” como una tarea difícil y delicada.
R.- Yo sé hacer encaje de bolillos y eso es algo que me llena de satisfacción porque nunca fui muy paciente para los primores, pero ese es un arte que aprendí con ocho años en Galicia y necesitaba sacar algo de estas habilidades, por lo difícil, en el libro y así dejar patente la pericia de Rosina frente al desastre de la Fortunera.
P.- ¿Qué es el juego del Tiroriro?
R.- Es muy antiguo y en mi familia paterna se jugaba siendo yo muy niña. En la época aquella en que no había tele y la radio era un lujo para el que la poseía, valía todo para divertirse. Seguro que ni la radio había nacido cuando ellos empezaron. En casa de mis abuelos se jugaba en onomásticas o cumpleaños y consistía en hacer un tubo largo y delgado con un periódico o papel de estraza. Se colocaba entre los muslos o las rodillas y se iba caminando-bailando por la estancia donde se jugaba mientras alguien, con una tea encendida de llama tenue, trataba de prenderle fuego. Era difícil. El que la llevaba no podía mirar atrás y tenía su mucho de picardía por lo que se puede notar en el libro. Se adoptaba algún que otro movimiento erótico, como se diría ahora.
P.- Tengo especial interés en saber quien es ese pintor, casi un niño, que usted cita en la página 205 y que pintó a San Veroncio con la cara del alcalde de Abarán.
R.-Hay lugares y personajes de mi infancia que he querido reflejar. Uno de ellos, el pintor por el que me pregunta, es Pepito Salazar (José Antº. Arnaldos Salazar), mi vecino de San Roque, gran artista y mejor amigo.
P.- ¡Ya tenía que ser desconocido, en 1957, San Veroncio para que ni lo conociesen en la tienda de Perico Cipote!
R.-¡San Veroncio no existe! Y me ha hecho gracia que a raíz de la novela le haya salido alguna que otra devota según me dicen, pero no por piedad, ojo, sino por “cachas” y guapote…Aquí aflora mi manía contra eso de pintar siempre a los santos con caras merengosas. Seguro que eran alegres.
P.- ¿Son reales las hermanas Pujante?
R.- No, pero sí que había entonces señoras de bien, que lo mismo te metían a servir “en buenas cosas” que pagaban una dote a las que se querían ir a monjas y no tenían medios. Ahí me inspiré.
P.- Reales y trágicas son las escenas que nos cuenta de la Gran Riada de Valencia, en octubre de 1957.
R.- Desde luego que sí. Fotocopié escenas -fotografías de los periódicos- espeluznantes del Turia con todo su furor destructivo, pero al no llevar la novela ilustraciones, las guardé. Murcia está en el recuerdo de muchos valencianos como la provincia que se volcó en ayudar a los damnificados de aquella desgracia.
P.- La casa del canónigo es una novela costumbrista, y en ella está muy presente, a lo largo de la narración, la creencia religiosa de sus protagonistas y de la sociedad murciana y molinense de aquellos años.
R.- Así es. En toda ella se retratan aquellas esencias y costumbres tan arraigadas, no solo en Murcia sino en otros muchos sitios a lo largo de nuestra geografía. Era una época en la que cada cual se aferraba a lo que creía con su piedad y sus fervores, y gracias a eso muchos pudieron sobrevivir. El costumbrismo en las novelas parece desfasado, pero es que es muy difícil plasmarlo con fidelidad. Los grandes costumbristas del 98 alcanzaron la gloria con novelas y relatos así. Soy una admiradora de todos ellos y me encanta el retrato de aquellas sociedades, la fidelidad al personaje de época que no se distinguía por sus creencias precisamente y, salvando la gran distancia, si algo he logrado con mi novela recordando viejas usanzas y costumbres de mi tierra, me sentiré muy satisfecha.
P.- Dígame, desde la distancia valenciana, ¿ha cambiado la sociedad murciana, esa sociedad que representan Sabina y Nana, sobre todo la primera?
R.- Todo ha cambiado. Ya nada es igual y, como otras muchas regiones, Murcia ha enterrado tradiciones y usanzas porque el progreso así lo impone. Existen Sabinas ancladas en sus pasados más o menos gloriosos, pero no dejan de verse trasnochadas y fuera de lugar, aunque he de reconocer que me encanta encontrarme con este tipo de personas y escucharlas sin cansarme con sus historias cargadas de recuerdos sublimes de esa época que se fue. Ya escasean pero hay, y mujeres sobre todo.
P.- Aunque usted vive en Valencia, visita regularmente la Región, y tengo entendido que tiene intención de adquirir una casa aquí, ¿la tendremos más a menudo con nosotros?
R.- Espero que sí. Hablan de la morriña gallega como si fuera el colmo de las añoranzas de una persona por su tierra, pero el murciano…A mí me da que somos especiales. Somos generosos y acogedores y Murcia irradia luz y paz y se le echa de menos… ¡es preciosa! Ya me gustaría que la casa del canónigo fuera mía…
P.- Carmen Sabater ha publicado teatro, poesía, memorias y novela. Cuatro libros, cada uno de un género distinto.
R.- Bueno, lo que surge. Todo me gusta y me motiva, pero confesaré que soy algo lenta para cuando me pongo a escribir. Muy autocrítica, y por eso, mucho de lo que he escrito se quedó en el fondo de los cajones, sin recopilar, o destruido o, muchas veces, sin publicar y de usar y tirar, como es el caso del teatro.
P.- ¿Qué será lo próximo? ¿Ensayo?
R.- No se me da, lo reconozco. Mi poder de análisis no lo encuentro suficiente para ser tenido en cuenta y, aunque soy tolerante y comprensiva, en ciertos temas me temo que no sería imparcial. No creo que me atreva con el ensayo, así que lo próximo serán relatos cortos en los que estoy trabajando y tengo que acabar un sainete cómico que me han pedido.
P.: Ya sabe que esta sección se llama Hablando de Libros. Dígame, el futuro de los mismos, ¿cómo lo ve la maestra, o debo decir profesora?
R.- Ahora hay muchos que aventuran que el libro de papel está tocando a su fin con esto de la electrónica. Yo no lo creo. Hay mucha gente a la que le gusta el contacto, “el manoseo” de la obra que lee. Y por otro lado, como maestra, he tratado de inculcar a mis alumnos el gusto por la lectura y he trabajado muchas obras de distintas épocas y estilos con ellos, desmenuzándolas, comentándolas y haciendo todas las actividades que conlleva este tipo de enseñanza. Me consta que conseguí mucho, así que no veo mal el futuro de los libros porque muchos maestros y profesores hicieron bien su trabajo. Yo, ya ve que me vanaglorio de que así lo hice. El lector, nace, pero sobre todo, se hace, mostrándole el atractivo de las letras y toda la enseñanza que encierran con la amenidad debida y sin apremio.
Muchas gracias, ha sido un enorme placer conversar con usted.
R.- Igualmente y por cierto: me encanta el término de “maestra” ante su duda de llamarme profesora o maestra. Acertó usted.
2 comentarios:
Toda la entrevista me ha parecido muy interesante, así como la "maestra" escritora. Comparto en gran medida su visión acerca del futuro de los libros (especialmente lo del "manoseo" de la obra, si bien es cierto que concurren muchos otros factores a favor y en contra del libro en papel). Me ha gustado especialmente este comentario suyo: "Hablan de la morriña gallega como si fuera el colmo de las añoranzas de una persona por su tierra, pero el murciano…A mí me da que somos especiales. Somos generosos y acogedores y Murcia irradia luz y paz y se le echa de menos… ¡es preciosa!".
Un abrazo.
Desde mi lugar de la Huerta (aún de vacaciones).
Disfruté mucho con "La Casa del Canónigo", una novela costumbrista y entrañable que alegra el alma. Un saludo
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