Lola López Mondéjar nació en Molina de Segura, Murcia. Es psicoanalista y escritora. Cultivó el periodismo literario en el diario La Opinión de Murcia. Ha publicado las novelas, Una casa en La Habana, Yo nací con las bossa nova, No quedará la noche y Lenguas vivas, así como un libro de relatos, El pensamiento mudo de los peces, que ha sido finalista del Libro Murciano del Año, llegando a la votación final y sólo un voto le apartó de alzarse con ese galardón. Además, pronto publicará el ensayo, Psicoanálisis y creatividad: el factor Munchausen.
Sus artículos y relatos han sido publicados en distintas revistas y volúmenes colectivos. Es también profesora en masteres de Psicoanálisis y de Arte-terapia y coordinadora de talleres de escritura creativa. Durante diez ediciones dirigió el festival de literatura La mar de letras.
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Pregunta.- Lenguas vivas, sexo explícito sin prejuicio alguno: “el doctor Beltrán es... y se esmera entre ellas limpiando mi coño con un algodón”. Desde el primer párrafo, para que no quede duda.
Respuesta.- Quería tratar la sexualidad humana con realismo, desde una perspectiva naturalista; describir los actos sexuales como si estuviese describiendo un edificio, un ambiente: sin ningún pudor, llamando a cada órgano como se le nombra coloquialmente, o incluso, como se hace durante la misma relación sexual, y acercarme así a la intimidad de los lectores sin cortapisas, como si estuviera hablándoles al oído en la penumbra de su cuarto.
P.- La protagonista de su nueva novela es una ama de casa que ejerce la prostitución, empeñada en contarnos sus avatares, con tres premisas: no utilizar lugares comunes, reconocer que lo más importante en el trabajo de escritora son las palabras y la importancia del sexo en el género erótico, para que esté “siempre tiesa”. Ella, o usted como autora, lo han conseguido.
R.- La protagonista es una mujer que evoluciona a lo largo de la novela en muchos sentidos: de ama de casa a prostituta, de ignorante a semi-ilustrada. Con esta mujer, que se inicia en la escritura trayendo a ella su modo coloquial de hablar, y acaba la novela con un lenguaje más refinado,
quería homenajear la capacidad de aprendizaje de las mujeres, su enorme plasticidad. Como escritora, su chulo le aconseja que no debe utilizar lugares comunes, pero ella lo hace sin parar porque los lugares comunes le parecen de una expresividad extraordinaria. Son lo más consensuado de una lengua, aquello de tenemos de más familiar, de ahí que no pueda desprenderse de ellos. Es un guiño a una norma de escritura que he querido transgredir: nunca hables de lugares comunes, justamente para señalar que la trasgresión de las normas forma parte tanto de la escritura como de la sexualidad.
Nuestra protagonista adora las palabras, podría decirse que las paladea, le producen tantas emociones como la sexualidad. De ahí el título del libro Lenguas vivas, que hace alusión al idioma que hablamos y también a la lengua como el instrumento erótico por excelencia en la sexualidad femenina. Las palabras son los vehículos privilegiados de nuestro erotismo.
P.- Literatura erótica desde la perspectiva de la mujer. ¿Es una novedad?
R.- Creo que Lenguas vivas muestra la sexualidad masculina desde la perspectiva de una mujer-testigo, nuestra prostituta, a la que le llaman poderosamente la atención los modos de ser de ciertos hombres. Ella muestra un abanico de clientes, un fresco multicolor de diferentes tipos de hombres de hoy, y expone para sus lectores con desparpajo sus secretos sexuales; muestra su sorpresa hacia ellos, y los describe con una enorme capacidad de comprensión, sin emitir juicios sobre lo que ve.
La literatura erótica escrita por hombres ha sido y es muy falocéntrica, todo gira alrededor del pene y de la penetración, no siendo así la que escriben las mujeres. Esto es así, a mi entender, porque una y otra pretenden dar cuenta de dos modos distintos de enfrentarse al hecho sexual. El erotismo femenino es más epidérmico y generalizado, menos focalizado en el coito que el erotismo masculino, de ahí que las palabras sean tan importantes para las mujeres, tan estimulantes como desencadenante de un deseo que tarda más en aparecer. La mirada, por ejemplo, que en el hombre es casi imprescindible para que se despierte el deseo, en la mujer es menos prioritaria. De ahí que nuestra puta diga que cuando se excita pensando en ella tiene los ojos cerrados.
Hoy parece que se está desarrollando una literatura erótica (incluso una industria pornográfica) que toma en cuenta a las mujeres como protagonistas, se ocupa de nuestras fantasías, no de las masculinas, y esto es de agradecer. En Lenguas vivas la sexualidad femenina está presente; aunque nuestra prostituta trabaje haciendo realidad las fantasías de los hombres, a veces puede conectar con sus propios deseos y exponer al lector las claves de su erotismo, como en la escena con Solomon sobre la mesa de billar; en la carretera, tras la visita del Fantasma, o con el cliente-niño que la quiere adolescente y colegiala, y le permite evocar su propia iniciación sexual.
P.- En la página 36 y 37 la protagonista nos desvela una teoría: a los hombres las mujeres no les importan lo más mínimo, sino que quienes les importan son los propios hombres.
R.- Aquí coincido plenamente con ella. Históricamente, los hombres se han tomado en cuenta sólo a ellos mismos. Es una experiencia común que sólo se lean entre ellos, se citen entre ellos, tomen en cuenta las opiniones de sus amigos, nunca de las mujeres. Si bien esto está cambiando, por suerte para nosotras.
El papel que las mujeres tenemos en la personalidad del hombre convencional es el de mera comparsa. Necesitan de nosotras, le somos imprescindibles porque “ser hombre es tener una o muchas mujeres”, pero como un sostén para su autoestima, como una propiedad; los hombres convencionales tienen enormes dificultades para tomarnos en cuenta como seres autónomos y deseantes.
En literatura, que es de lo que aquí se trata, las mujeres que los hombres representan en sus libros son siempre mujeres planas. En alguna novela erótica, La casa de las bellas durmientes, de Yasunari Kawabata, o Memoria de mis putas tristes, de García Márquez, por ejemplo, los protagonistas confiesan abiertamente que prefieren que las mujeres con las que gozan estén mudas y dormidas, pues de ese modo las tienen plenamente a su disposición, como objetos de su placer. La mujer callada, sumisa, es una mujer de plastilina, en la que el hombre puede esculpir, como Pigmalión, a la mujer de su fantasía que más le excite o interese.
Creo que cuanto más identidad tiene la mujer, cuando más habla, más se expone, menos interesante se hace para el hombre. Esto es un problema en las relaciones que las mujeres libres y poco convencionales mantienen con sus parejas en la actualidad, pues se quejan de que cuando ganan en satisfacción propia, menos amor pueden encontrar en el otro.
Los hombres tienen una tarea pendiente, a mi entender, y es aprender a amar a las mujeres de carne y hueso, aquellas que no son una simple extensión de sus fantasías, las que no están ahí sólo para satisfacer sus necesidades.
P.- Reproduzco otro fragmento que me gustaría comentar: “la fidelidad es un invento nefasto, contrario a la naturaleza humana”.
R.- La protagonista piensa que la fidelidad es una represión impuesta por la dominación masculina a las mujeres para garantizar la filiación. Dado que la paternidad es una ficción legal, pues el padre sólo está legitimado por la madre (si bien hoy podemos hacer pruebas de ADN), los hombres necesitaban garantizar su paternidad imponiendo la monogamia y una moral sexual que tenía en la fidelidad un pivote fundamental, para transmitir los bienes a sus hijos biológicos y no a los de otros.
Sin embargo, la doble moral sexual, dejaba libres a los hombres para ser infieles. Incluso, en algún momento, la Iglesia confiaba a las prostitutas la estabilidad de la familia, pues daban a los hombres lo que la moral no permitía a las esposas que les dieran. Si nos damos cuenta, el sujeto aquí es siempre el hombre, la mujer será puta o casta para satisfacerle a él.
El riesgo de la igualdad entre los géneros que hoy está en el horizonte de nuestras sociedades avanzadas comporta una disyuntiva interesante: o bien las mujeres se igualan a los hombres en su moral sexual, luego son también infieles como ellos, o los hombres aceptan negociar la fidelidad con sus parejas, asumiendo la misma restricción que antes sólo les afectaba a ellas.
Creo que este es un debate que nos afecta. La independencia económica de las mujeres les acerca a la libertad que antes disfrutaban sólo los hombres, y corremos el riesgo de heredar también sus prerrogativas. Lo cierto es que, sin represión, todos seríamos profundamente infieles, pues el deseo surge a lo largo de la vida estimulado por distintas personas. El único freno al deseo es nuestra concepción ética.
Sólo en el interior de cada pareja cabría gestionar esta pareja deseo-moral, a menudo contradictoria. Pero los hombres se sienten muy indefensos y perdidos frente a las mujeres libres, tanto como antes las mujeres se han sentido con la infidelidad de los hombres.
P.- El hombre no sale bien parado de su novela.
R.- Me llama la atención esta observación. Quisiera exportarla a las novelas de otros escritores, para poner el acento sobre el doble rasero que se aplica a la literatura escrita por mujeres y a la escrita por hombres.
¿Sale bien parada la Emma Bovary creada por Flaubert? ¿La mujer insatisfecha que busca en el amor romántico la salvación?; ¿o La Maga de Rayuela?, la mujer que Cortázar describe como tonta, infeliz y desgraciada; ¿o las mujeres que ama Gustavo Adolfo Bécquer?, ¿tal vez las amadas por Pablo Neruda, que le gustan calladas, ausentes? (Y tomo algunos de estos ejemplos del excelente ensayo de Clara Obligado dedicado al tema ¿De qué se ríe la Gioconda? O por qué las mujeres no están en el arte)
Las mujeres en la literatura no salen bien paradas casi nunca, sino que son meras proyecciones de los hombres, son lo que los hombres han deseado que sean. La Lolita de Nabokov es una niña cuyo destino sexual, el abuso de Humbert, ha producido escalofríos a muchas de sus lectoras. Hay que llegar a Coetzee, por ejemplo, para encontrarnos con personajes femeninos reales, de carne y hueso, como decía antes. Aunque, para la educación estética occidental, a menudo la aparición de personajes femeninos complejos (un escritor que logra hacerlo en nuestro país es Álvaro Pombo) no es plato de gusto, pues estamos acostumbrados a enfrentarnos en literatura con personajes femeninos de rasgos muy planos.
Que los hombres no salgan bien parados de mi novela es algo lógico, pues no pretendía idealizar al hombre sino mostrarlo en sus debilidades: los describo tal y como creo que son hoy, y no es para enorgullecerse. Los hombres que aparecen en la novela existen, algunos de los episodios narrados los he tomado de confesiones de amigos y conocidos, existen tal y como existían y existen aún mujeres como Emma Bovary. Otra cosa es que nos gusten o no.
P.- ¿No hay nada establecido en la sexualidad?
R.- Creo que en la sexualidad no hay nada establecido, como tampoco en la literatura debería haberlo. Es el campo de la libertad. Él único límite estriba en que la relación sexual es un encuentro con el otro, y éste existe fuera de nosotros mismos, luego el juego sexual ha de ser consensuado, consentido, gozado mutuamente, de otro modo sólo sería abuso.
De lo anterior se desprende que me refiero siempre a la sexualidad entre adultos y en idénticas condiciones de poder.
P.- Dígame, aunque debería preguntárselo a la protagonista de Lenguas vivas, “con la edad, uno de los mejores placeres es adormecerse al sol, sin querer, así, sin más, dejando que la somnolencia se apodere de uno”? ¿Estamos hechos para cosas tan sencillas?
R.- Creo que la sexualidad está muy sobrevalorada en nuestra cultura. Es un impulso que va perdiendo fuerza con los años. El placer sexual se transforma en placer textual (leer, escribir), intelectual o sensual, pienso en el ligado a comer y beber, por ejemplo, a escuchar música o contemplar un paisaje. Los placeres sencillos son muy ricos, y con los años los más asequibles y gratificantes.
Sin embargo, es verdad que el ser humano ama lo extraordinario, pues siempre parece necesitar más de lo que la vida le ofrece. Pero lo extraordinario no tiene que estar forzosamente ligado a lo sexual.
P.- Y yo que sospecho que su profesión de psicoanalista siempre se ve reflejada en su obra literaria.
R.- Lo que pasa es que tengo como modelo escritores y escritoras que caracterizan a sus personajes en profundidad, como Sándor Marai, Iris Murdoch, Coetzee, cierto Kafka, Joyce Karol Oates o Alice Munro, entre tantos otros. La literatura es más sutil que el psicoanálisis, más fiel a la complejidad de la vida, y yo me limito a intentar mostrar esta complejidad en la medida que puedo.
No me resisto a citar a Marai, que no era psicoanalista, para demostrar mi afirmación anterior, en un fragmento del diálogo entre los dos protagonistas de su novela El último encuentro:
“En el fondo de cada relación humana existe una realidad palpable, y esa realidad no cambia, por muchos argumentos o astucias que se utilicen. La realidad era que tú me odiabas, que me habías odiado durante veintidós años, con una pasión cuyo fervor caracteriza sólo las relaciones más intensas, como... sí, como el amor. Me odiabas, y cuando un sentimiento, una pasión, se apodera por completo del alma humana, al lado del entusiasmo arde el deseo de venganza también... Porque la pasión no conoce el lenguaje de la razón, ni sus argumentos. Para una pasión, es completamente indiferente lo que reciba de la otra persona....
Tenemos que soportar que nuestros deseos no siempre tengan repercusión en el mundo. Tenemos que soportar que las personas que amamos no siempre nos amen, o que no nos amen como nos gustaría. Tenemos que soportar las traiciones y las infidelidades, y lo más difícil de todo: que una persona en concreto sea superior a nosotros, por sus cualidades morales o intelectuales. Esto es lo que he aprendido en setenta y cinco años de vida, aquí, en medio de este bosque. Pero tú no has podido soportarlo –dice en voz baja”.
Sandor Marai, (1.900- 1.989), El último encuentro.
¿Sospechamos aquí de su profesión como analista o de su perspicacia como escritor? Podría citar cientos de ejemplos semejantes.
P.- La protagonista, ¿cumplió su sueño de poner una tienda de lencería fina y de ropa interior masculina?
R.- Pues no sé. No creo que ganase ningún concurso porque el premio La sonrisa vertical se extinguió por sí sólo hace unos años, justo al ir desvaneciéndose la frontera entre la literatura erótica y la literatura sin apellidos. Hoy encontramos erotismo y sexo explícito en cualquier novela, sin catalogarla de erótica, de ahí lo innecesario, tal vez, de prolongar este premio.
En fin, creo que mi protagonista se quedó sin su tienda, pero que está contenta porque ha llegado a muchos lectores con su novela.
P.- No puedo despedirme sin preguntarle cómo se llama ella.
R.- Casi nunca le pongo nombre a las protagonistas de mis historias. Aún no sé por qué, pero creo que pretendo facilitar que el lector o la lectora se identifique con ellos. Además, Lenguas vivas tiene estructura de diario, o de monólogo interior, según se prefiera entender; es muy oral, y es muy difícil que uno se llame a sí mismo por su nombre propio cuando habla o escribe en primera persona.
P.- Además del contenido de su novela, me ha agradado especialmente la portada que, tras cerrar el libro, creo que no podría haber sido otra. Hábleme de ella.
R.- Lo hago con sumo placer, ya que se trata de un diseño de mi hijo Pablo Matías, que es diseñador digital, en quien confiamos a la hora de hacerle este encargo. Ha sido un éxito, a juzgar por los comentarios elogiosos de los lectores. La modelo es una compañera de curso suya. Casi puedo decir, con orgullo de madre, que me ha costado que la novela esté a la altura de su portada. De modo que va a repetir con el diseño de la ilustración de la portada del libro de ensayos que saldrá este próximo mes de junio.
P.: ¿Qué será lo próximo que nos deparará la pluma de Lola López Mondéjar?
Hay una novela que está buscando editor, una novela completamente diferente a Lenguas vivas, pues me gusta asumir riesgos, bucear en diferente estilos, estructuras y temáticas. Ojala que pronto pueda llegar a los lectores.
Ha sido un placer volver a charlar con usted.
Gracias por la atención que desde siempre vienes prestando a mi obra.
Sus artículos y relatos han sido publicados en distintas revistas y volúmenes colectivos. Es también profesora en masteres de Psicoanálisis y de Arte-terapia y coordinadora de talleres de escritura creativa. Durante diez ediciones dirigió el festival de literatura La mar de letras.
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Pregunta.- Lenguas vivas, sexo explícito sin prejuicio alguno: “el doctor Beltrán es... y se esmera entre ellas limpiando mi coño con un algodón”. Desde el primer párrafo, para que no quede duda.
Respuesta.- Quería tratar la sexualidad humana con realismo, desde una perspectiva naturalista; describir los actos sexuales como si estuviese describiendo un edificio, un ambiente: sin ningún pudor, llamando a cada órgano como se le nombra coloquialmente, o incluso, como se hace durante la misma relación sexual, y acercarme así a la intimidad de los lectores sin cortapisas, como si estuviera hablándoles al oído en la penumbra de su cuarto.
P.- La protagonista de su nueva novela es una ama de casa que ejerce la prostitución, empeñada en contarnos sus avatares, con tres premisas: no utilizar lugares comunes, reconocer que lo más importante en el trabajo de escritora son las palabras y la importancia del sexo en el género erótico, para que esté “siempre tiesa”. Ella, o usted como autora, lo han conseguido.
R.- La protagonista es una mujer que evoluciona a lo largo de la novela en muchos sentidos: de ama de casa a prostituta, de ignorante a semi-ilustrada. Con esta mujer, que se inicia en la escritura trayendo a ella su modo coloquial de hablar, y acaba la novela con un lenguaje más refinado,
quería homenajear la capacidad de aprendizaje de las mujeres, su enorme plasticidad. Como escritora, su chulo le aconseja que no debe utilizar lugares comunes, pero ella lo hace sin parar porque los lugares comunes le parecen de una expresividad extraordinaria. Son lo más consensuado de una lengua, aquello de tenemos de más familiar, de ahí que no pueda desprenderse de ellos. Es un guiño a una norma de escritura que he querido transgredir: nunca hables de lugares comunes, justamente para señalar que la trasgresión de las normas forma parte tanto de la escritura como de la sexualidad.
Nuestra protagonista adora las palabras, podría decirse que las paladea, le producen tantas emociones como la sexualidad. De ahí el título del libro Lenguas vivas, que hace alusión al idioma que hablamos y también a la lengua como el instrumento erótico por excelencia en la sexualidad femenina. Las palabras son los vehículos privilegiados de nuestro erotismo.
P.- Literatura erótica desde la perspectiva de la mujer. ¿Es una novedad?
R.- Creo que Lenguas vivas muestra la sexualidad masculina desde la perspectiva de una mujer-testigo, nuestra prostituta, a la que le llaman poderosamente la atención los modos de ser de ciertos hombres. Ella muestra un abanico de clientes, un fresco multicolor de diferentes tipos de hombres de hoy, y expone para sus lectores con desparpajo sus secretos sexuales; muestra su sorpresa hacia ellos, y los describe con una enorme capacidad de comprensión, sin emitir juicios sobre lo que ve.
La literatura erótica escrita por hombres ha sido y es muy falocéntrica, todo gira alrededor del pene y de la penetración, no siendo así la que escriben las mujeres. Esto es así, a mi entender, porque una y otra pretenden dar cuenta de dos modos distintos de enfrentarse al hecho sexual. El erotismo femenino es más epidérmico y generalizado, menos focalizado en el coito que el erotismo masculino, de ahí que las palabras sean tan importantes para las mujeres, tan estimulantes como desencadenante de un deseo que tarda más en aparecer. La mirada, por ejemplo, que en el hombre es casi imprescindible para que se despierte el deseo, en la mujer es menos prioritaria. De ahí que nuestra puta diga que cuando se excita pensando en ella tiene los ojos cerrados.
Hoy parece que se está desarrollando una literatura erótica (incluso una industria pornográfica) que toma en cuenta a las mujeres como protagonistas, se ocupa de nuestras fantasías, no de las masculinas, y esto es de agradecer. En Lenguas vivas la sexualidad femenina está presente; aunque nuestra prostituta trabaje haciendo realidad las fantasías de los hombres, a veces puede conectar con sus propios deseos y exponer al lector las claves de su erotismo, como en la escena con Solomon sobre la mesa de billar; en la carretera, tras la visita del Fantasma, o con el cliente-niño que la quiere adolescente y colegiala, y le permite evocar su propia iniciación sexual.
P.- En la página 36 y 37 la protagonista nos desvela una teoría: a los hombres las mujeres no les importan lo más mínimo, sino que quienes les importan son los propios hombres.
R.- Aquí coincido plenamente con ella. Históricamente, los hombres se han tomado en cuenta sólo a ellos mismos. Es una experiencia común que sólo se lean entre ellos, se citen entre ellos, tomen en cuenta las opiniones de sus amigos, nunca de las mujeres. Si bien esto está cambiando, por suerte para nosotras.
El papel que las mujeres tenemos en la personalidad del hombre convencional es el de mera comparsa. Necesitan de nosotras, le somos imprescindibles porque “ser hombre es tener una o muchas mujeres”, pero como un sostén para su autoestima, como una propiedad; los hombres convencionales tienen enormes dificultades para tomarnos en cuenta como seres autónomos y deseantes.
En literatura, que es de lo que aquí se trata, las mujeres que los hombres representan en sus libros son siempre mujeres planas. En alguna novela erótica, La casa de las bellas durmientes, de Yasunari Kawabata, o Memoria de mis putas tristes, de García Márquez, por ejemplo, los protagonistas confiesan abiertamente que prefieren que las mujeres con las que gozan estén mudas y dormidas, pues de ese modo las tienen plenamente a su disposición, como objetos de su placer. La mujer callada, sumisa, es una mujer de plastilina, en la que el hombre puede esculpir, como Pigmalión, a la mujer de su fantasía que más le excite o interese.
Creo que cuanto más identidad tiene la mujer, cuando más habla, más se expone, menos interesante se hace para el hombre. Esto es un problema en las relaciones que las mujeres libres y poco convencionales mantienen con sus parejas en la actualidad, pues se quejan de que cuando ganan en satisfacción propia, menos amor pueden encontrar en el otro.
Los hombres tienen una tarea pendiente, a mi entender, y es aprender a amar a las mujeres de carne y hueso, aquellas que no son una simple extensión de sus fantasías, las que no están ahí sólo para satisfacer sus necesidades.
P.- Reproduzco otro fragmento que me gustaría comentar: “la fidelidad es un invento nefasto, contrario a la naturaleza humana”.
R.- La protagonista piensa que la fidelidad es una represión impuesta por la dominación masculina a las mujeres para garantizar la filiación. Dado que la paternidad es una ficción legal, pues el padre sólo está legitimado por la madre (si bien hoy podemos hacer pruebas de ADN), los hombres necesitaban garantizar su paternidad imponiendo la monogamia y una moral sexual que tenía en la fidelidad un pivote fundamental, para transmitir los bienes a sus hijos biológicos y no a los de otros.
Sin embargo, la doble moral sexual, dejaba libres a los hombres para ser infieles. Incluso, en algún momento, la Iglesia confiaba a las prostitutas la estabilidad de la familia, pues daban a los hombres lo que la moral no permitía a las esposas que les dieran. Si nos damos cuenta, el sujeto aquí es siempre el hombre, la mujer será puta o casta para satisfacerle a él.
El riesgo de la igualdad entre los géneros que hoy está en el horizonte de nuestras sociedades avanzadas comporta una disyuntiva interesante: o bien las mujeres se igualan a los hombres en su moral sexual, luego son también infieles como ellos, o los hombres aceptan negociar la fidelidad con sus parejas, asumiendo la misma restricción que antes sólo les afectaba a ellas.
Creo que este es un debate que nos afecta. La independencia económica de las mujeres les acerca a la libertad que antes disfrutaban sólo los hombres, y corremos el riesgo de heredar también sus prerrogativas. Lo cierto es que, sin represión, todos seríamos profundamente infieles, pues el deseo surge a lo largo de la vida estimulado por distintas personas. El único freno al deseo es nuestra concepción ética.
Sólo en el interior de cada pareja cabría gestionar esta pareja deseo-moral, a menudo contradictoria. Pero los hombres se sienten muy indefensos y perdidos frente a las mujeres libres, tanto como antes las mujeres se han sentido con la infidelidad de los hombres.
P.- El hombre no sale bien parado de su novela.
R.- Me llama la atención esta observación. Quisiera exportarla a las novelas de otros escritores, para poner el acento sobre el doble rasero que se aplica a la literatura escrita por mujeres y a la escrita por hombres.
¿Sale bien parada la Emma Bovary creada por Flaubert? ¿La mujer insatisfecha que busca en el amor romántico la salvación?; ¿o La Maga de Rayuela?, la mujer que Cortázar describe como tonta, infeliz y desgraciada; ¿o las mujeres que ama Gustavo Adolfo Bécquer?, ¿tal vez las amadas por Pablo Neruda, que le gustan calladas, ausentes? (Y tomo algunos de estos ejemplos del excelente ensayo de Clara Obligado dedicado al tema ¿De qué se ríe la Gioconda? O por qué las mujeres no están en el arte)
Las mujeres en la literatura no salen bien paradas casi nunca, sino que son meras proyecciones de los hombres, son lo que los hombres han deseado que sean. La Lolita de Nabokov es una niña cuyo destino sexual, el abuso de Humbert, ha producido escalofríos a muchas de sus lectoras. Hay que llegar a Coetzee, por ejemplo, para encontrarnos con personajes femeninos reales, de carne y hueso, como decía antes. Aunque, para la educación estética occidental, a menudo la aparición de personajes femeninos complejos (un escritor que logra hacerlo en nuestro país es Álvaro Pombo) no es plato de gusto, pues estamos acostumbrados a enfrentarnos en literatura con personajes femeninos de rasgos muy planos.
Que los hombres no salgan bien parados de mi novela es algo lógico, pues no pretendía idealizar al hombre sino mostrarlo en sus debilidades: los describo tal y como creo que son hoy, y no es para enorgullecerse. Los hombres que aparecen en la novela existen, algunos de los episodios narrados los he tomado de confesiones de amigos y conocidos, existen tal y como existían y existen aún mujeres como Emma Bovary. Otra cosa es que nos gusten o no.
P.- ¿No hay nada establecido en la sexualidad?
R.- Creo que en la sexualidad no hay nada establecido, como tampoco en la literatura debería haberlo. Es el campo de la libertad. Él único límite estriba en que la relación sexual es un encuentro con el otro, y éste existe fuera de nosotros mismos, luego el juego sexual ha de ser consensuado, consentido, gozado mutuamente, de otro modo sólo sería abuso.
De lo anterior se desprende que me refiero siempre a la sexualidad entre adultos y en idénticas condiciones de poder.
P.- Dígame, aunque debería preguntárselo a la protagonista de Lenguas vivas, “con la edad, uno de los mejores placeres es adormecerse al sol, sin querer, así, sin más, dejando que la somnolencia se apodere de uno”? ¿Estamos hechos para cosas tan sencillas?
R.- Creo que la sexualidad está muy sobrevalorada en nuestra cultura. Es un impulso que va perdiendo fuerza con los años. El placer sexual se transforma en placer textual (leer, escribir), intelectual o sensual, pienso en el ligado a comer y beber, por ejemplo, a escuchar música o contemplar un paisaje. Los placeres sencillos son muy ricos, y con los años los más asequibles y gratificantes.
Sin embargo, es verdad que el ser humano ama lo extraordinario, pues siempre parece necesitar más de lo que la vida le ofrece. Pero lo extraordinario no tiene que estar forzosamente ligado a lo sexual.
P.- Y yo que sospecho que su profesión de psicoanalista siempre se ve reflejada en su obra literaria.
R.- Lo que pasa es que tengo como modelo escritores y escritoras que caracterizan a sus personajes en profundidad, como Sándor Marai, Iris Murdoch, Coetzee, cierto Kafka, Joyce Karol Oates o Alice Munro, entre tantos otros. La literatura es más sutil que el psicoanálisis, más fiel a la complejidad de la vida, y yo me limito a intentar mostrar esta complejidad en la medida que puedo.
No me resisto a citar a Marai, que no era psicoanalista, para demostrar mi afirmación anterior, en un fragmento del diálogo entre los dos protagonistas de su novela El último encuentro:
“En el fondo de cada relación humana existe una realidad palpable, y esa realidad no cambia, por muchos argumentos o astucias que se utilicen. La realidad era que tú me odiabas, que me habías odiado durante veintidós años, con una pasión cuyo fervor caracteriza sólo las relaciones más intensas, como... sí, como el amor. Me odiabas, y cuando un sentimiento, una pasión, se apodera por completo del alma humana, al lado del entusiasmo arde el deseo de venganza también... Porque la pasión no conoce el lenguaje de la razón, ni sus argumentos. Para una pasión, es completamente indiferente lo que reciba de la otra persona....
Tenemos que soportar que nuestros deseos no siempre tengan repercusión en el mundo. Tenemos que soportar que las personas que amamos no siempre nos amen, o que no nos amen como nos gustaría. Tenemos que soportar las traiciones y las infidelidades, y lo más difícil de todo: que una persona en concreto sea superior a nosotros, por sus cualidades morales o intelectuales. Esto es lo que he aprendido en setenta y cinco años de vida, aquí, en medio de este bosque. Pero tú no has podido soportarlo –dice en voz baja”.
Sandor Marai, (1.900- 1.989), El último encuentro.
¿Sospechamos aquí de su profesión como analista o de su perspicacia como escritor? Podría citar cientos de ejemplos semejantes.
P.- La protagonista, ¿cumplió su sueño de poner una tienda de lencería fina y de ropa interior masculina?
R.- Pues no sé. No creo que ganase ningún concurso porque el premio La sonrisa vertical se extinguió por sí sólo hace unos años, justo al ir desvaneciéndose la frontera entre la literatura erótica y la literatura sin apellidos. Hoy encontramos erotismo y sexo explícito en cualquier novela, sin catalogarla de erótica, de ahí lo innecesario, tal vez, de prolongar este premio.
En fin, creo que mi protagonista se quedó sin su tienda, pero que está contenta porque ha llegado a muchos lectores con su novela.
P.- No puedo despedirme sin preguntarle cómo se llama ella.
R.- Casi nunca le pongo nombre a las protagonistas de mis historias. Aún no sé por qué, pero creo que pretendo facilitar que el lector o la lectora se identifique con ellos. Además, Lenguas vivas tiene estructura de diario, o de monólogo interior, según se prefiera entender; es muy oral, y es muy difícil que uno se llame a sí mismo por su nombre propio cuando habla o escribe en primera persona.
P.- Además del contenido de su novela, me ha agradado especialmente la portada que, tras cerrar el libro, creo que no podría haber sido otra. Hábleme de ella.
R.- Lo hago con sumo placer, ya que se trata de un diseño de mi hijo Pablo Matías, que es diseñador digital, en quien confiamos a la hora de hacerle este encargo. Ha sido un éxito, a juzgar por los comentarios elogiosos de los lectores. La modelo es una compañera de curso suya. Casi puedo decir, con orgullo de madre, que me ha costado que la novela esté a la altura de su portada. De modo que va a repetir con el diseño de la ilustración de la portada del libro de ensayos que saldrá este próximo mes de junio.
P.: ¿Qué será lo próximo que nos deparará la pluma de Lola López Mondéjar?
Hay una novela que está buscando editor, una novela completamente diferente a Lenguas vivas, pues me gusta asumir riesgos, bucear en diferente estilos, estructuras y temáticas. Ojala que pronto pueda llegar a los lectores.
Ha sido un placer volver a charlar con usted.
Gracias por la atención que desde siempre vienes prestando a mi obra.
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