El autor de novelas históricas como Testamentvm y Signum, José Guadalajara, comenta La Maldición, primera entrega de La cólera de Nébulos, desde una perspectiva muy personal:
El arte de crear Historia imaginaria
Franciscus illanida, recién llegado un veinte de octubre al Reino de Tudmir en el año de la era de 1958, observaba desde una orilla del río Oued Al abyad la silueta difusa de un niño que flotaba dentro de una barquilla de mimbre sobre las sinuosas aguas.
Atónito aún por el repentino descubrimiento, se desperezó los ojos del Sueño Celeste. El viento que soplaba desde el Mar Osponto había empujado contra corriente la endeble cestilla hasta hacerla embarrancar ahora entre el espeso cañaveral de la ribera.
Se aproximó y contempló una imagen extraña: grabada sobre la curvada popa distinguió las trazas de una inscripción, aunque lo que alborotó sus pupilas expectantes fuera sin embargo la empuñadura de una espada resplandeciente que sobresalía sobre el borde de la improvisada embarcación.
Aturdido, sin comprender aún los límites estrechos e infinitos entre la razón y la imaginación, rememoró una vieja leyenda. Se acordó de Numitor y de Rea Silvia y de Luperca, la loba, pero fue tan solo un atisbo repentino. Enseguida dirigió la mirada al rótulo de la barquilla. Leyó sin entender, pero leyó: “Francisco Illán Vivas, La cólera de Nébulos, La maldición”.
Al cabo de más de cuatro décadas, el Navegante Solitario, que había crecido bajo su amparo, le desveló la esencia de aquel secreto: La espada se llamaba Dragonia y había sido forjada por Wasfas el Armero en las fraguas de Celestos la Imperecedera. Fue entonces cuando comenzó a escribir en los Libros del Tiempo.
De este modo, sumergido en un mundo insólito de fantasía, creó la Historia imaginaria y la pobló de seres y de tierras: Grzahcorm, Infernos, Augus, Nébulos, Eleazar, Eostes, Safardeus… le susurraron al oído y de sus voces extrajo lo que los Humanos llaman en su lenguaje una novela, que algún día, Alguien, porque así está escrito en los Libros, ha de sustituir su diseño en rústica por esas tapas duras que parecen ennoblecer la letra de los escritores. Desde luego, al colérico Franciscus illanida estilo, imaginación, argumentos y arte no le faltan.
Franciscus illanida, recién llegado un veinte de octubre al Reino de Tudmir en el año de la era de 1958, observaba desde una orilla del río Oued Al abyad la silueta difusa de un niño que flotaba dentro de una barquilla de mimbre sobre las sinuosas aguas.
Atónito aún por el repentino descubrimiento, se desperezó los ojos del Sueño Celeste. El viento que soplaba desde el Mar Osponto había empujado contra corriente la endeble cestilla hasta hacerla embarrancar ahora entre el espeso cañaveral de la ribera.
Se aproximó y contempló una imagen extraña: grabada sobre la curvada popa distinguió las trazas de una inscripción, aunque lo que alborotó sus pupilas expectantes fuera sin embargo la empuñadura de una espada resplandeciente que sobresalía sobre el borde de la improvisada embarcación.
Aturdido, sin comprender aún los límites estrechos e infinitos entre la razón y la imaginación, rememoró una vieja leyenda. Se acordó de Numitor y de Rea Silvia y de Luperca, la loba, pero fue tan solo un atisbo repentino. Enseguida dirigió la mirada al rótulo de la barquilla. Leyó sin entender, pero leyó: “Francisco Illán Vivas, La cólera de Nébulos, La maldición”.
Al cabo de más de cuatro décadas, el Navegante Solitario, que había crecido bajo su amparo, le desveló la esencia de aquel secreto: La espada se llamaba Dragonia y había sido forjada por Wasfas el Armero en las fraguas de Celestos la Imperecedera. Fue entonces cuando comenzó a escribir en los Libros del Tiempo.
De este modo, sumergido en un mundo insólito de fantasía, creó la Historia imaginaria y la pobló de seres y de tierras: Grzahcorm, Infernos, Augus, Nébulos, Eleazar, Eostes, Safardeus… le susurraron al oído y de sus voces extrajo lo que los Humanos llaman en su lenguaje una novela, que algún día, Alguien, porque así está escrito en los Libros, ha de sustituir su diseño en rústica por esas tapas duras que parecen ennoblecer la letra de los escritores. Desde luego, al colérico Franciscus illanida estilo, imaginación, argumentos y arte no le faltan.
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