Nacido en Hellín (Albacete) en 1956. Estudió en la Universidad Complutense de Madrid en donde se licenció en Filosofía Pura. Profesor de Filosofía, ha ejercido la docencia en centros de Ronda (Málaga), Águilas y Murcia. Ha participado en numerosas actividades literarias, tertulias, recitales, presentaciones y conferencias. Cofundador de los grupos literarios “Ateneo aguileño de las artes y las letras”, Águilas, y de “Espartaria de poesía”, Lorca. Pertenece a la asociación Taller de arte gramático, Murcia.
Ha publicado A la desnuda vida creciente de la nada, 1989; Kyrie eleison, 1994; Estridularia, 1999; La luz Herida, 1999; Fanal de la aventura, 2000; Transluminaciones y presencias, 2005, todas ellas poesía; y Dulcísimas hebras de oro, 2009, relatos. Además ha aparecido en una veintena de antologías de poesía y en otros títulos colectivos de poesía y narrativa.
Sus poemas, relatos, reseñas y ensayos han sido publicados en otra veintena de revistas, regionales, nacionales e internacionales, destacando entre ellas la revista de creación literaria Baquiana.
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Pregunta.- Eres cofundador de dos grupos culturales, uno en Águilas y otro en Lorca. Fuiste un elemento activo del movimiento cultural de La Puerta Falsa, Murcia. Perteneces a la asociación Taller de Arte gramático, que aunque no lo sea, tiene mucha tendencia hacia Alcantarilla (por su presidente). Activo cultural y geográficamente, para quien, además nació en Hellín.Respuesta.- La cultura no es algo que recibimos pasivamente (lo cual sucede en nuestra etapa de formación) y se acabó; por el contrario, cuando somos adultos debemos participar activamente en su construcción, arrimar el hombro, colaborar allí donde estamos o vivimos, poner nuestro granito, hacerla. Me impliqué en su día, motivado por esta idea, en la fundación del “Ateneo aguileño de las artes y las letras”; su fruto fue una serie de Encuentros poéticos de ámbito Regional y las correspondientes publicaciones. Otro tanto sucedió con “Espartaria de Poesía”. Un grupo de poetas y críticos literarios (profesores la mayoría) con afinidades comunes decidimos, allá por el final del siglo pasado, fundar el grupo. Creo que después de más de diez años de andadura el fenómeno Espartaria ha dejado una huella importante y en el futuro merecerá una consideración atenta, no sólo por los poetas que ha congregado (casi todos ellos con galardones nacionales e internacionales —soy el único de sus miembros que no ha conseguido distinguirse, vergüenza...—), sino también por la proyección que han supuesto en el contexto de la literatura nacional sus numerosas publicaciones y actos realizados; puedo decir que con los “espartarios” he vivido la poesía en intensidad. Respecto a La Puerta Falsa, ¿qué voy a decir? La Puerta Falsa, allá por la década de los 90 del siglo pasado (¡qué viejos somos!), constituyó una auténtica movida murciana de las letras. Agrupaba tanto a poetas como a pintores (recuerdo a Párraga, quien asistía a los recitales, sentado en una mesa poco iluminada y chupando de vez en cuando un caramelo de eucalipto). En su mejor momento, cuando la presidía Fulgencio Martínez, fue el catalizador de la joven poesía y los poetas de aquel tiempo adquirían precisamente allí su carta de presentación. Era lugar de prueba al estilo “los trabajos de Hércules”; Andrés Salom, a este respecto, instituyó un coloquio con el autor invitado que más que coloquio era un “acoso y derribo” de la víctima, y las más de las veces incluía, de pasada, el derribo del presentador. Nunca se llegó a la sangre. Tengo en reserva algunas anécdotas que contar al respecto. Pero los poetas veteranos también circulaban por aquel antro que algunas noches se parecía al platónico. De la Puerta Falsa data mi conocimiento de los mencionados, Fulgencio Martínez y Andrés Salom, pero también de María Pilar López, de Juana J. Marín Saura, de José Luis Martínez Valero, de Juan Gregorio, de María José Bernal, de Elvira Vicente, de Isabelle García Molina, de Leopoldo Hércules de Solás, de Antonio Marín Albalate, de Antonio Parra, de José Martínez (el Lali), de Pascual García, de Antonio Soto… y que me perdonen los que no nombro, la lista sería larga. Cuando (lo que suele ocurrir), por una serie de problemas internos y externos, La Puerta Falsa se vino abajo, Fulgencio Martínez tuvo la iniciativa de sacar el proyecto de la revista “Ágora”, amparada en la nueva asociación Taller de arte gramático. Fue una feliz intuición. Con buena parte de los poetas que participaban en La Puerta Falsa y con nuevos colaboradores (de los que es de rigor citar a Pepa Muñoz, Javier Mateo, Raquel Lanseros, Joaquín Piqueras, María Ángeles Moragues, José Belmonte y a un tal Francisco Javier Illán) no ha hecho sino crecer y hoy en día se ha convertido en la revista literaria mejor cualificada y con más proyección de la Región de Murcia. Con el nuevo impulso que le estáis dando los cibernautas “se le abren las perspectivas del infinito”, según recuerdo que decía un chamán de la selva del Amazonas, o por ahí. Pero, ¡bueno!, corresponde a Fulgencio y no a mí hablar de Ágora y de la Asociación de arte gramático. Dejará huella.
P.- Y para acrecentar esa sensación de que estamos ante un autor cosmopolita, has publicado en Madrid, Sevilla, Murcia, Lorca, Águilas, Cartagena, Cieza, Totana, Alhama de Murcia, Caravaca de la Cruz, Benferri, El Campello, Nueva York, Miami, Argentina...
R.- Lo interesante hubiera sido nacer en Hellín, criarse en Buenos Aires, estudiar en París, haber pasado alguna temporada en un ashram en la India y viajar con frecuencia de Tokio a Nueva York. No ha sido así y mi periplo vital ha tenido un vuelo más corto. Pero cada uno también es su circunstancia, ya lo decía Ortega, y no debemos ni renunciar ni denigrar lo que nos ha deparado la vida: yo he nacido en una familia humilde y a mucha honra, ¡qué le vamos a hacer! Si el cosmopolitismo en mi caso se ha reducido a un microcosmopolitismo, sin embargo, incluso a pesar de una movilidad ceñida a reducidos espacios geográficos, he aprendido a renunciar a las pequeñas patrias y a los chovinismos de la edad tardía, y a no buscar identidades o pertenencias que harto frecuentemente encubren intereses mezquinos. No diré, por supuesto, que “la tierra no es de nadie, salvo del viento”, porque me parece tópico algo gastado, pero sí incidiré en que “el viento —ese viento por el que respiramos— sopla donde quiere”. Y dicho esto, vengo a explicarme. Hubo una época en mi vida que cogía el coche y no paraba, iba de un sitio para otro: asistía a recitales, conferencias, reuniones, talleres, presentaciones... Por eso he ido conociendo a personas en todos los sitios que nombras (menos en los del extranjero), a los que habría que sumar alguno más, Almería, por ejemplo, donde poseo un buen amigo, Domingo Nicolás, dedicado a estos menesteres poéticos. Pero es cierto que cuando te entregas, recibes; por esta razón se me ha recabado con frecuencia para participar en libros colectivos, antologías, y otro tipo de actividades relacionadas con la poesía. Estoy agradecido a todos estos compañeros de viaje, con los que he disfrutado a tope de nuestra afición común. Publicar en el extranjero, ya ha sido otro cantar. Se lo debo, en primer lugar, al editor de mis dos primeros libros (editorial Betania), Felipe Lázaro, quien se definía como “el hombre orquesta”, pues en una maleta echaba un montón de libros y se iba para las ferias de Frankfurt o Miami. Gracias a él seleccionaron unos poemas míos en “La Nuez”, revista hispana de Nueva York. También aparecí en una antología de escritores hispanoamericanos, en la que se encabezaban mis poemas de esta manera: “Jesús Cánovas Martínez, poeta nacido en Hellín (Cuba)”. Las publicaciones en el Editor Interamericano (Buenos Aires), se las debo a Juan José Cantón, poeta madrileño, quien me puso en contacto con Óscar Abel Ligaluppi. Debo a la primera edición de Ardentísima el haber conocido a Maricel Mayor Marsán, la codirectora, junto con su marido, Patricio E. Palacios de la revista digital Baquiana. Maricel es una mujer encantadora, inteligente y profunda; congeniamos rápidamente. A ella le debo publicar en “Baquiana”.
P.- Me dicen que la mayor parte de tu vida transcurre polarizada entre dos grandes amores: Murcia y Madrid. Pero, ¿no le has sido o le eres infiel con Ronda?R.- Volvemos al tema del cosmopolitismo… Hay más amores si a lo geográfico nos referimos. He nacido en Hellín pero me he criado entre Lorca y Murcia, y mi adolescencia y primera juventud las he vivido en Madrid. Hice la mili en Figueirido (Pontevedra), cuando se hacían esas cosas, lo que me permitió conocer Galicia y llevarme algo de sus brumas. Mi primer año de trabajo fue en Ronda, donde deslumbrado por su belleza, tal vez aquejado del síndrome de Stendhal, me hubiera quedado a vivir allí; sin embargo, las circunstancias mandan y me vine para Águilas, que no es poco, a disfrutar de su mar y su sol; ahora vivo en Murcia pero con frecuencia me escapo a Cabo de Palos. De todos los sitios por donde he pasado, hayan sido estancias más o menos prolongadas, hay algo que se ha quedado en mí y su recuerdo me es grato. Pero son más interesantes los vínculos que he establecido con las personas y, de todos esos lugares, aún conservo amigos. Mis amores principales son mi mujer y mi hija, y mis tres gatas: la Wendy, la Lucy y la Chata. La familia es corta, pero suficiente para llenar mi intimidad. Aunque he tenido la oportunidad de conocer a muchas personas, sobre todo en los submundos de la poesía, es notoria en mí la carencia de destrezas sociales (debido a mi timidez, que, aunque se atenúa con la edad, no desaparece), y cualquiera que establece relación conmigo enseguida se percata de que soy un hombre solitario. Tengo alma de monje y frecuentemente suelo pasear solo y con mis pensamientos (ya lo decía el poeta, “quien anda a solas espera ver a Dios un día”). Sin embargo, puedo decir que la cualidad es importante en las cuestiones de la amistad, y gracias a unos pocos amigos fieles he podido aguantar etapas verdaderamente duras de mi existencia. Para terminar con tu pregunta, en referencia a lo de Ronda, te diré que abunda la clueca salida de corral. Me sorprende la poca hombría de algunos y el modo en que se solapan unos con otros a la hora de extender calumnias. Y dicho esto, no descarto la posibilidad de a quienes así lo merezcan proveerles de las aclaraciones que su curiosidad demande. Mientras tanto sepan que me acuerdo de sus santas madres como es debido. Las pobres debieron de darles mucha ternura cuando eran pequeños.
P.- Faustino Fernández Conejero decía que eras un “etrusco, un miembro de esa raza cuya lengua se olvidó exiliándose al paraíso”.
R.- En su día me explicó Faustino esta apreciación que señalas. Me llamó etrusco, porque —según él— yo pertenecía a un pueblo extinguido que, lógicamente, hablaba una lengua extinguida; esta lengua era la de la poesía, y, más concretamente, la de la poesía que aparece en el “Fanal de la aventura”. Los poemas de este libro son producto de, casi, una escritura automática (no, no consumí absenta), y por eso pertenecen a una lengua olvidada, asintáctica, con reglas emotivas pero no lógicas, caprichosa e intelectualizada, todo a la vez. Una lengua que busca la sonoridad del significante, la belleza de la sola palabra, sus conexiones de sonido para crear más belleza, como nueva significación en que se expresa el amor al mundo, a su forma. Una lengua de amor a la palabra por la palabra, sinfonía de letras que se siguen para perseguir la belleza, paraíso de signos que se deleitan en sí mismos. El “Fanal” es una luz, un faro, pero también un círculo a modo de jardín cerrado. Bueno, si no se me entiende del todo es porque soy poeta.
P.- Filosofía y poesía. ¿Qué papel tienen en un mundo como el actual, abocado a cambios climáticos, a superpoblación, a pérdida de valores, a globalización, a una pandemia tras otra?
R.- Es una buena pregunta. Primero deberíamos definirlas; después veríamos que función cumplen en nuestro mundo. Quizá sea más fácil comenzar por la filosofía. Etimológicamente todo el mundo sabe lo que significa, “amor al saber”, y podríamos ampliar tal definición y decir que es el intento de comprensión del yo y del mundo a través del logos; es decir, suministra una interpretación racional de la existencia. La poesía también es un modo de conocimiento (una interpretación) pero incluye facetas que no son las meramente racionales: involucra a la emoción, busca la belleza con preferencia a la verdad. Esto dicho, ¿qué funciones cumplen en un mundo tan complejo y contradictorio como el nuestro? Hoy en día quizá la función más relevante de la filosofía, y hago mención a un texto de Gilles Deleuze muy conocido por los filósofos, sea la de entristecer. La filosofía señala que las cosas van mal y por qué van mal; su función fundamental es la de denuncia y crítica de cualquier tipo de impostura. La poesía, por el contrario, en nuestro momento histórico, a veces entristece, otras no. Puede servir para denunciar, pero también sirve para celebrar; canta la miseria, pero incide en la belleza. A petición de José Cantabella escribí un artículo, “Repaso a la situación”, publicado en el nº 1 de la revista “Lunas de papel”, en el que trataba este tema. Con el fin de no extenderme más de lo debido, remito allí a quien desee conocer mis opiniones. Termino señalando, y para que sirva de motivo de reflexión, el hecho de que los primeros filósofos escribían sus obras en forma de poema. Y decir también que no es extraño encontrar en la actualidad al filósofo de temperamento poético, el caso de Heidegger.
P.- Tu primer libro de relatos “Dulcísimas hebras de oro”, en la colección LA biblioteca del tranvía, de Tres Fronteras Ediciones, no puede tener más carácter viajero.R.-Supongo que sí. Me produce cierto alborozo interior pensar que, en principio, parte de los tres mil ejemplares (creo) de la primera tirada, van a subir y bajar con el Tranvía. De momento, parece que el libro (o “librico”, como a mí me gusta llamarlo, por lo diminuto), por los comentarios que me llegan, está teniendo una buena acogida. Si pincho el título en el google, me sorprenden las entradas que tiene. Han sido publicadas, hasta la fecha, cinco reseñas del mismo: la de José Antonio Bascuñana, la de María Ángeles Moragues, la de Ana María Alcaraz Roca, la de Antonio Ortega y, la tuya, Paco. Espero que aparezca alguna más. Se han hecho dos presentaciones: una, con motivo de la semana del SELÍN, en Blanca; otra, en el Huerto Ruano de Lorca. Agradezco especialmente la implicación que han tenido en su difusión los compañeros de la Asociación Taller de arte gramático, a ti, a Fulgencio Martínez y a Joaquín Piqueras, quien ha tenido la amabilidad de incluirlo en su blog de insólitos. El libro, por lo general, sorprende; el título es engañoso y quien lo lee se encuentra con algo que es de todo menos melifluo, una cabalgada. En la pasada feria del libro se agotaron y hubo que reponerlos, y hace pocos días un amigo fue a Expo-Libro a comprar unos cuantos para regalo y sólo pudo llevarse dos. Espero que pronto los repongan y se agoten, para que mueva a la editorial Tres Fronteras a una segunda tirada. De verdad, os doy las gracias a todos los que os habéis implicado en él.
P.- Siete relatos en los que, en el que da título, nos presentas a un profesor “enamoradizo, y es verdad, especialmente con mis discípulas, ellas me cautivan, ¡están en esa edad tan tierna de la adolescencia!”. Te confesaré que, cuando leí este relato acababa de terminar de leer “Las grietas del infierno”, de nuestro común amigo Rubén Castillo. ¿Tan pillines son algunos profesores, o cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia?
R.- Me impresiona las filiaciones que lectores y amigos le han encontrado al libro. Unos dicen que ven allí a Vila Matas, otros a Kafka, otros a Azorín, otros a Gabriel Miró, otros a Bukowski, otros a San Juan de la Cruz, otros a Carver... Agradezco sus apreciaciones, y más si vienen desde la confianza, pero, tengo que decirlo, algunas de ellas me parecen hasta contradictorias. He leído a esos autores, ¡faltaría!, pero también a otros, por fortuna. Voy a citar unos cuantos a voz de pronto: Miguel Espinosa, Dostoyevski, Somerset Maugham, Eduardo Mendoza, Borges, Gabriel García Márquez, Giorgio Bassani, Pérez Galdós, Stendhal, Bécquer, Pascual García, Salvador García Jiménez, Andrés Salom (los miércoles, en La Opinión, recomendable), Camus, Andreiev, Chéjov, Sologub, Solojov, Cela, Blasco Ibáñez... ¡En fin! Podría poner en la lista, y muy gustosamente, hasta a Cervantes. Cualquier lector tiene derecho a su lectura y, en consecuencia, puede opinar lo que le venga en gana (sobre este punto no hay nada más que hablar). Ahora bien, asumiendo que ningún escritor es puro en el sentido de que inmaculado se ponga a escribir (lo cual es imposible), hago notar dos cosas: que las lecturas de un autor concreto no tienen por qué coincidir con las lecturas del lector, y, que la propia experiencia del autor tamiza cualquier tipo de lectura que previamente haya realizado. Y a lo que vamos: No he leído “Las grietas del infierno”, por lo que no sé cómo trata el tema Rubén. El caso de una mutua seducción entre profesor y alumna no es tan extraño; yo lo he tratado con un poco de locura, de forma poética, con una gran ironía y guiándome de manera implícita por la idea del cazador cazado. La dulce alumna es, en realidad, una graciosa y perversa bruja con nombre de demonio. El amor del profesor es obsesivo, propio de su naturaleza introvertida y solitaria, pero comprende bien que tarde que éste amor ha sido inducido por una voluntad diferente a la suya, la de Anabel, la apacible y atormentadora discípula. El final del relato queda abierto, puede suceder cualquier cosa, por lo que el lector discreto sabrá ponderar debidamente el equilibrio que hay entre ficción y realidad. Ahora bien, la realidad las más de las veces supera a la ficción. Conozco varios matrimonios que han surgido a modo docente, y, por cierto, ahora que son tantos los que se vienen a pique, funcionan perfectamente. En cualquier caso, Paco, este tipo de peripecias no obedecen a pillería: son amor.
P.- Ya sabes que lo de pillines ha sido con todo cariño. Durante la lectura de estos relatos señalé dos posibles hilos conductores: la belleza de las protagonistas, reales o imaginarias; y que el narrador, siempre en primera persona, no podrá alcanzarlas. Sirva este ejemplo: “te quiero amor, te destrozaré, amor” .
R.- Muy acertada tu apreciación. En todos estos relatos la mujer está idealizada, y los protagonistas buscan el amor puro, el ideal, la fusión con esa mujer de sus sueños, real, aunque también engrandecida por la imaginación. Nunca lo consiguen, y esa unión que pretenden queda frustrada. Quizá por la misma irrealidad que persiguen, quizá por la misma complejidad de los protagonistas, la pulsión erótica corre en ellos pareja a la pulsión thanática, por lo que, casi como necesidad, confrontan la muerte con el amor (en uno de los relatos “No sabes bailar, pero eres un caballero”, muy directamente). El amor que sienten, por otra parte, es de tal naturaleza que salta por encima de las convenciones sociales. Este amor que no admite a su lado nada que no sea el amor, se constituye en una paradoja: es puro, porque es esencial, pero es impuro, por imposible, por contradictorio, por quimérico, por destructivo; y la destrucción, sabemos, es la forma inversa del amor, su otra cara (o, su no cara). En referencia a la utilización de la primera persona, pienso que es la mejor para expresar la zozobra de los protagonistas; además, expresa la zozobra del autor y espero que también la del lector, o, por lo menos, lo involucre. ¿Quién no ha pasado por este tipo de experiencias aunque sólo haya sido en sueños?
P.- Si alguien tiene duda de la importancia de El Corte Inglés en Murcia, sólo tiene que leer tus relatos. Pero dime, ¿de verdad crees que hay “tanto culo peyéndose por este Corte Inglés”?R.- Y aún más, es necesidad fisiológica por más que alguien quiera escatimarla. Cuando alguien campea solo por el monte y truenan los cañones de Navarone, los sienten los pájaros; cuando “comprea” por el Corte Inglés se camuflan en la masa. En el relato “Fragmentos de un cuaderno desconocido” es metáfora de nuestra sociedad de consumo, la denuncia de una sociedad que poco a poco se ha convertido en sólo fachada. Detrás de los oropeles y las candilejas, de los rótulos y anuncios llamativos, de las lucecitas de colores, se esconde un gran trasero. Este es el mundo que hemos construido llegados al “final de la historia”, con sentido escatológico.
P.- En “Talismán” he leído una muy original, e inútil, forma de declarar el amor.
R.- Bruno Corcos (nombre que tomo de un personaje de Bassani), el protagonista del relato, es un hombre tan complejo, con una riqueza interior tan grande, que esta misma riqueza le impide pasar a la acción. Se le atropellan las ideas en la cabeza, quiere aclarar su mente sobre la naturaleza del amor, pero esto, justamente, le lleva a no tener nada claro y a que se frustren sus pretensiones. Hubiera sido todo más fácil si hubiera pasado a la acción directamente, si se hubiera dejado de cábalas y hubiera abordado a la amada sin preámbulos. Pero, debido a su psicología, esto resulta inconcebible. Ama en soledad, odia en soledad, desespera en soledad; todo el arrojo que en un momento tiene, se desvanece y rápidamente pierde su fuerza (no ajena a tal debilidad la diarrea que le acompaña a lo largo de su periplo), y, al final del relato, desiste de sus pretensiones. Mientras que se desarrolla la trama, el lector ha asistido a una reflexión, casi tematización, del amor, de su naturaleza. Por otro lado, Bruno Corcos no es real, es el personaje de un cuento que un desconocido entrega a Mari Luz en una cafetería, una mañana de primavera, cuando los vencejos pueblan las cornisas del aire.
P.- Ese hilo conductor que nos lleva desde Dulcísimas hebras de oro, el primer relato, hasta El traidor judeo-masón, el último, ¿lo decide el autor o es el editor quien ordena los relatos?R.- Presenté una colección de relatos al editor, José Antonio Bascuñana, con un título diferente, y éste hizo la selección con el fin de adaptar la extensión del libro al formato de la colección de El Tranvía. Le llamó la atención el relato “Dulcísimas hebras de oro”, cuyo título le pareció “redondo”, así que pasó a dar nombre al conjunto. Fue un acierto, pues si el libro perdió en extensión, ganó en intensidad, a parte de que quedó dotado de una unidad. El orden en el que aparecen estos relatos, sin embargo, me lo deben a mí. Que sean siete los que lo componen también ha sido un feliz “azar”; la estructura septenaria es ideal para representar el despliegue de la temporalidad. Hay una especie de secuencia in crescendo desde el primero de ellos, de choque, captador de la atención, fresco, hasta el último, que supone el aldabonazo final; en medio, la tragedia, o la tragicomedia.
P.- Poesía y relato. Tal vez la respuesta sea obvia, pero no puedo dejar de preguntarte, ¿dónde te encuentras más a gusto?R.-En principio, con la poesía, porque me parece que su reto es mayor del que supone la narrativa. Dicho esto, cuando observas que cualquiera que escribe la lista de la compra en forma de versículos reclama el derecho de llamarse poeta, te hace pensar. Sin embargo, incluso con este lastre, la poesía es un género especial. Hay una frase de Thierry Maulnier que me gusta citar en este sentido: “La poesía concentra el espíritu en el punto más alto de su vigilancia para un minuto de posesión de los secretos del universo”. La poesía auténtica dota al mundo de nuevas significaciones, de nueva profundidad, intensifica cualquier experiencia. Y al producirse el hallazgo, el poema, la concreción objetiva, en concomitancia aparece una especie de vértigo, de ebriedad, como correlato subjetivo. Pasar por tal experiencia es arrasador. Pero esto dicho, la narrativa posee un tipo de expresividad diferente al poético con el cual también se enriquece la experiencia del mundo. Y también, hay que decirlo, conlleva el disfrute del autor. Es cuestión de cambiar de “chip” para escribir de uno u otro modo. Se complementan.
P.- Muchos autores y autoras me han dicho que es su gran problema. ¿Cómo sabe Jesús Cánovas que un texto, un poema, es bueno o malo?
R.- Cuando me gusta, me hace vibrar, me emociona... lo considero bueno. Ciertamente es un criterio subjetivo, pero yo hablo desde mi subjetividad, que es, además, desde donde únicamente puedo hablar. Fíjate que preguntas por la “maldad” o “bondad” del poema, pero no por su “corrección” o “incorrección”. Implícitamente esto significa que para construir un buen poema no basta con el dominio de las técnicas expresivas, hace falta un “plus” que no da la técnica y que, incluso, un exceso de técnica podría ahogar. Borges tiene un cuento, “El Alef”, donde satiriza a un tal Carlos Argentino Daneri empeñado en componer un inefable poema; es tan inefable que, siendo técnicamente perfecto, resulta soporífero, a pesar de lo cual su autor recibe el Segundo Premio Nacional de Literatura (lo que nos lleva a pensar acerca del “enmierdamiento” de ciertos galardones). Otro peligro sería pensar que las modas pasajeras o el canon de la época de por sí son suficientes para determinar lo que puede ser el “buen” poema, menos aún lo que dictan ciertos lobbies poéticos, llevados las más de las veces por intereses demasiado patentes. Lo “bueno” o lo “malo” supone otro tipo de valoración o enjuiciamiento diferente a lo “correcto” o lo “incorrecto”. Quizá, con el fin de objetivar la “bondad” o “maldad” del poema podríamos buscar una serie de parámetros entre los cuales, la carga de emotividad que transmite sería uno de ellos. Otros podrían ser el sentido del ritmo, la coherencia interna, la innovación expresiva, la originalidad de la idea, la fluidez, la exactitud de la palabra, la intensidad, la sensación de belleza, la capacidad de evocación... Siempre estos criterios deben ser amplios y flexibles, no se trata de ahogar la creatividad, sino de facilitarla. El buen poema posee un sentido global, un equilibrio y, siempre, de alguna manera deslumbra; por más que lo hayas leído, descubres nuevas resonancias, cargas semánticas que no sospechabas, un extraño temblor. Por eso, por poner un ejemplo, “Las coplas a la muerte de su padre” de Jorge Manrique siguen siendo tan actuales. Cada nueva lectura lleva en sí una nueva perspectiva, nunca se agota. Pero que nadie se asuste, en todo hay grados.
P.- ¿Usas mucho la papelera, ya sea real o digital?
R.- Sí, me cuesta trabajo escribir. Soy de los que vuelven una y otra vez sobre lo escrito; hago, deshago y rehago. Y esto, aunque parezca tópico, supone una tortura. Pero es grata. Exceptuando algunos poemas y los libros “Kyrie eleison” y “Fanal de la aventura” que han sido muy espontáneos, el resto de lo producido por mí obedece a un trabajo laborioso. He llevado durante años en papeles un libro, o un poema, al que he vuelto de forma recurrente. Por eso son muchos los escritos que tengo inacabados. Sin embargo, no creo que la escritura (y menos aún la poesía) vaya contra la vida, como pensaba Cernuda, pero sí, por el contrario, que es un intento de clarificación de la vida, arduo y laborioso.
P.- Como nos hemos adentrado en preguntas más generales de tu actividad creativa. Y ya que hasta la fecha has publicado mayoritariamente poesía, ¿qué criterio te lleva a agrupar, secuenciar, relacionar, los poemas de una manera, y no de otra, para un libro?R.-Hasta ahora mis poemarios poseen un orden. El criterio suele ser numérico, es decir, procuro que sus poemas mantengan unas proporciones, un equilibrio, que estén íntimamente trabados como partes de una estructura. Pero me explico: Comienzo a escribir porque me llega una idea, una determinada intuición que poco a poco se va plasmando y concretando. Al principio, no sé qué es lo que estoy escribiendo, si eso constituirá un libro o no; no sé si aquello poseerá una unidad de sentido. Simplemente escribo. Pero después (en el ínterin pueden pasar años), cuando ya hay una colección suficiente de poemas, sucede una especie de revelación, aparece un orden, y este mismo orden demanda su propia estructura, la que ahora ha de ser completada. Joaquín Campillo, en su excelente prólogo de “A la desnuda vida creciente de la nada” (y a quien debo la publicación del mismo), ya hacía alusión a este particular y se preguntaba si no se buscaba con este ordenamiento una simetría arcana, al sesgo nombraba las cualificaciones que los pitagóricos otorgaban a los números. Joaquín se hacía esa pregunta para espolear la atención del lector; tal orden fue consciente. La primera parte del libro, la que le da título, supone una tirada con los XXII arcanos mayores del Tarot (jugaba con esta simbología), completada con una tríada de epitafios y un octógono (total 33 poemas); en ella se busca el sentido. La segunda parte del libro, “Del fondo de tus ojos”, está compuesta de cuatro series, a modo de los cuatro elementos, de siete poemas cada una de ellas (total 28 poemas, número de completud, pues es el triangular de 7); en ella se expresa el amor. Habría que añadir a estas consideraciones que los poemas son sonetos blancos. Emilio Saura, conocedor de la cábala en profundidad, le puso prólogo a “Kyrie eleison” (escrito en peregrinación por el Camino de Santiago) y desveló de manera magistral el tema sobre el que me preguntas. El poemario está trabado según una estructura septenaria que expresa el despliegue de la temporalidad. Las series impares, menos la última (que la componen 5 poemas), están compuestas de 17 poemas (el 17 es el número de la Iglesia, y su triangular es 151, la suma de peces de la pesca milagrosa); las pares, de 4 poemas cada una de ellas, por lo que su suma total supone 12, número que cierra un círculo, despliegue de una totalidad. Los poemas de las series pares constan cada uno de ellos de 56 versos, con ello expresan una subida, pues el número 56 hace referencia a la palabra “Carmel”, Carmelo. Mis conocimientos de numerología son rudimentarios y no se pueden comparar a los de Joaquín Campillo o Emilio Saura, pero es indudable que la intuición del poeta adelanta una suerte de comprensión que luego los que entienden de estas cosas precisan. En mis otros libros vuelven a aparecer este tipo de ordenamientos, pero dejo al lector curioso que vaya a descubrirlos por sí mismo, porque para él han sido publicados.
P. Escribía Eduardo García que un solo verso feliz puede permanecer durante siglos, mientras toneladas de poemas fallidos se pierden para siempre. ¿No desanima esa realidad al poeta?
R.- No, lo anima. Un solo poema puede justificar una vida y la hojarasca existe para ser barrida por el viento. El reto de cada escritor, y, en general, de cada artista, consiste en asumir de manera más o menos consciente que debe medirse con la muerte. Lógicamente, no sólo con la muerte, afortunadamente también con el sexo; y, entre el sexo y la muerte, con su creatividad, con el arte. No soy original al expresarme de esta forma, pues ya Raymond Abellio advertía de la existencia de únicamente tres temas merecedores de ser tratados, a los cuales pueden reducirse los restantes, y son estos: el sexo, que nos abre a una alteridad; el arte, que nos abre a una comunidad; y, finalmente, la muerte, que nos pone en contacto con la trascendencia. Lo común de estas experiencias es que nos sacan de sí, nos diluyen, rompen nuestros esquemas egoicos. Pero la paradoja está servida: Si nuestro destino es la muerte, nuestra obra, sin embargo, nos trasciende; sea en el hijo como la producción de nuestra sexualidad, en el poema como la de nuestra plesexualidad, o en el recuerdo (o “la otra vida”) como la de nuestra cerebralidad.
P.- Como lector curtido en mil libros. ¿Es verdad eso que dicen que hay pocas cosas más espantosas que un poeta malo?
R.-Los poetas malos son terribles, y no sólo porque sean malos, sino porque son pedantes, cargantes y pretenciosos, y esto último es lo realmente grave. Así, los poetas malos son también malas personas. No le ha concedido el cielo a todo el mundo el don de lo poético, la chispa que puede saltar en el pecho, como decía Carles Riba. No basta con un dominio de la técnica para producir un buen poema si falta el brote de la intuición, y hay que asumirlo. Pero este no es el caso. El problema está en transgredir el límite del buen gusto, y así a algunos que van de poetas habría que recordarles aquellos versos de León Felipe: “Sistema, poeta, sistema./ Primero cuenta las piedras,/después contarás las estrellas.” Se debe tener un sentido del pudor que a veces no se tiene, y se escriba como se escriba, hacer el propósito de no ser pelma; tal actitud producirá sus beneficios en quien así actúe, sin duda, pues se convertirá en buena persona, y, como consecuencia, logrará escribir buenos poemas. Que no desespere, que todo llega.
P.: ¿La buena literatura está hecha por gente desobediente?
R.- La rebeldía es consustancial al escritor. Si no protestas de algo, si no te rebelas contra algo, ¿qué vas a escribir? Un modo de afirmarse y de decir “yo soy” es la escritura. La escritura concreta las ideas, define las creencias; por la escritura nos clarificamos a nosotros mismos, nos definimos. Definirse supone enfrentarse con un límite; establecer lo que somos y lo que no somos. La escritura construye y destruye, y, sobre las ruinas de lo destruido, vuelve a construir; la escritura, en este sentido, es una herramienta privilegiada de conocimiento. Aunque los temas que podemos experimentar y, consiguientemente, hablar, son los mismos que ya han tratado las generaciones anteriores, sería absurdo repetir lo ya dicho de la misma forma ha como se ha dicho. Borges decía que sólo había un libro, los demás eran repeticiones, cacofonías, al igual que sólo hay una Biblioteca, que agrandan los espejos y la ignorancia. Seguro que es así, pero cada uno de nosotros tiene que experimentar el libro y conocer la Biblioteca. Recuerdo que Leopoldo Hércules de Solás tenía un consejo en la boca a la hora de beber: Whisky, whisky, whisky… y whisky. De la misma forma al escritor habría que sugerirle: Rebeldía, rebeldía, rebeldía… y rebeldía.
P.- No me resisto a añadir esta reflexión de Francisco Gijón pone en boca de uno de los personajes de su última novela: nadie que es feliz escribe, como tampoco nace el arte de ningún ser pleno.
R.- Me recuerda esta sentencia, al pronto, un texto de Gabriel Miró (ahora mismo no sabría precisar de qué obra) en la que se quejaba de aquella gente que piensa que el escritor debe pasar necesidad para que su genio sea espoleado. El oriolano pensaba que, tal vez, con sus necesidades cubiertas, produciría obras con mucha más calidad. También me recuerda el mito platónico del andrógino. Al principio los dioses crearon a los hombres con forma redonda, es decir, perfecta, pero pronto tuvieron miedo de que escalaran el Olimpo y pudieran desbancarlos, por lo que decidieron sesgarlos. El hombre, desde entonces, es un ser partido que busca su otra mitad, la completud. Por último me recuerda la caída de nuestros primeros padres del Paraíso, tal y como se relata en el Génesis; después de la caída ya nada es igual. Los hijos de Adán (aquel que hablaba con Dios a la caída de la tarde) son seres desestructurados, carentes, faltos y cuyo destino es el polvo. Esta es la realidad; la infelicidad existe, pero junto a la experiencia de la desgracia también existe la añoranza de la felicidad. El ser humano por su propia naturaleza (ya lo decía Aristóteles), tiende a eliminar las causas de su desgracia y a alcanzar la felicidad. La escritura (el arte, en general) es uno de los mejores instrumentos para procurar ese intento, para elevar el clamor.
P.: Cristina Fernández Cubas definió el cuento como “algo misterioso y titánico, que va siempre más allá de la extensión que tiene”.
R.-Me parece una excelente definición que se puede extender al poema. Escribí hace tiempo un artículo, “Fragmentos para una poética: a propósito del entusiasmo”, que apareció en el nº 9 de “Ágora”, donde incidía en el aspecto numinoso que debe tener un buen poema. Decía allí que la experiencia poética, por la carga de emoción de que es portadora, alude a capas profundas de nuestro ser, y que con la “sensación poética” se experimenta un nuevo orden de interrelaciones; lo cual conduce, concomitantemente, a una nueva estructuración de lo cotidiano, a una nueva inferencia de sentido. Por lo mismo, se podría hablar de cierta analogía entre la experiencia mística y la poética; en ambas no se nombran o describen situaciones propiamente, sino que se aluden, evocan, intensifican e integran. Por eso la lengua en que se suele expresar la mística es la de la poesía, en la que con facilidad aparecen como preeminentes las figuras retóricas de la metáfora, la metonimia, la imagen o el símbolo, ideales para tal cometido. El poeta es, en definitiva, “un intérprete de los dioses”, de ahí las palabras “vate” o “augur” con las que se le conocía en la antigüedad, referidas a la acepción original de su cometido. Apoyándome en la autoridad de René Guénon, en el artículo nombrado, señalaba que la palabra “carmina”, remite a la raíz sánscrita “Kr”, de donde proviene “Karma”, la que se encuentra en el verbo latino “creare”. Así, el poeta, en su sentido más genuino, es un creador, es decir, colabora con la obra de Dios. Adán hablaba en verso. Heidegger, por su parte, ha incidido en este aspecto. En la poesía acontece una comprensión radical del Ser, se asiste a su desvelamiento. En definitiva, que estoy muy de acuerdo con la definición del cuento de Cristina Fernández Cubas, pero la extendería al poema.
P.- No sólo de letras vive el hombre. ¿Dónde podemos encontrar a Jesús Cánovas en la red o es de los pocos que no tienen ni bitácora, ni ciberpágina, ni están en feisbuk...? ¿Le dedicas mucho tiempo a ella?
R.- No tengo bitácora, ni ciberpágina, ni estoy en el facebook; me temo que soy de los renuentes. Pero todo se andará. Estamos asistiendo a cambios demasiado profundos en lo que se refiere a comunicaciones, para que los de mi generación, que se puede comparar a la de los últimos dinosaurios, se adapten con facilidad a estos cambios. A empujones estoy entrando en el mundo de la informática, y esto por razones profesionales. He estado en alguna página web, pero ya no son operativas. Quizá la más interesante de ellas fue la que sacó mi buen amigo Pedro Javier Martínez con motivo del proyecto de la editorial Hipocampo donde publiqué “Fanal de la aventura”; te digo su dirección, porque todavía, creo, se puede visitar: http://perso.wanadoo.es/hipocampoed. Por otro lado, haciendo referencia a Internet, si pincho mi nombre en algún buscador (¡oh, vanidad!), quedo sorprendido por los otros jesuses cánovas que encuentro, y no sólo por esto, sino por las vueltas que puede dar un nombre con desconocimiento de quien lo lleva. Ante esta perplejidad, me pregunto, ¿quién soy yo?, ¿quién hay detrás de un nombre? Recuerdo a un amigo, que me decía que le gustaría escuchar detrás de una puerta todo lo que se hablara de él. Esta posibilidad quizá fuera terrible, pues nos ocurriría como a aquel Funes el Memorioso (esta mañana estoy algo borgiano), que, debido a su memoria y a su atención sostenida, incapaz de albergar en su mente tal cantidad de datos y recuerdos, terminó por morir. La ubicuidad sólo pertenece a Dios, pero con los adelantos técnicos estamos creando un simulacro de eternidad, donde la temporalidad queda abolida a favor de la espacialidad. A mi me da vértigo esta perspectiva. Estos miedos referidos, con la revolución informática nos estamos abriendo a un mundo fascinante; los caminos de Internet son multiplicativos. Afortunadamente, ahora, a Jesús Cánovas (y creo que ése seré yo mismo) se le puede encontrar en Ágora digital.
(Y en la gigantesca Biblioteca digital Leelibros, donde se ha subido una importante muestra de tu obra creativa, me atrevo a añadir. Como se observa en la fotografía, se necesitan más de cuatro manos para mostrar la obra publicada de Jesús Cánovas).
P.: Y como esta sección se llama Hablando de Libros, el futuro de los mismos, ¿cómo lo ve el licenciado en filosofía pura?
R.- Creo que mi generación, y la tuya, Paco, que somos casi de la misma edad, está pronta a extinguirse como la de los dinosaurios; lo que hemos visto y vivido nos pertenece, pero son otros los parámetros y circunstancias con las que se carean los jóvenes. Hemos visto sucederse muchas cosas, y rápidamente. De niños veíamos ir a nuestros padres al trabajo en bicicleta, que eso vestía, y asistimos a la entrada de los frigoríficos y televisores en nuestras casas; después llegó el hombre a la Luna, se poblaron las calles de automóviles y sucedió la revolución informática y la tecnobiológica, en las que estamos inmersos; paralelamente aconteció ese fenómeno de la globalización que todavía no sabemos qué nos deparará. Aparecen luces y sombras, temores y esperanzas inéditos; la humanidad, en general, tiene la sensación de estar al borde de un abismo, en un momento crítico como antes no lo hubo en la historia. Me impresionó, recién derribadas las Torres Gemelas, la lectura de “La tercera muerte de Dios” de André Glucksmann. ¿Qué es lo que llena el vacío que deja Dios en el psiquismo del hombre europeo? El nihilismo. Aquellas intuiciones del visionario Nietzsche, son hoy una realidad patente. Ahora bien, Nietzsche optó por el canto del optimismo, y el optimismo desembocó en los campos de concentración nazi y los archipiélagos GULAG soviéticos. Imposibilitado este optimismo, comprobamos con estupor que lo que hoy colma al nihilismo es una caricatura de religión en la que caven todos los fanatismos y, en última, instancia, el terror. ¿Qué podemos hacer? Ante la sensación de que la historia se nos escapa de las manos, de que no tiene sujeto, o de que es movida por unos hilos alienadores de las voluntades individuales, hay algo en lo que podemos estar de acuerdo la inmensa mayoría: restituir el sentido ético de la vida. Urge. Bueno… todo este royete lo he soltado por eso que has dicho de “licenciado en filosofía pura”, al oírlo me han chisporroteado las neuronas. Y, terminando, quizá el libro en soporte de papel esté entonando su canto de cisne, a los que le rendimos culto nos entristece. Pero los tiempos cambian. Asistimos a un cambio cualitativo en lo que se refiere a la comunicación de la información. La imprenta tipográfica de Gutenberg lo supuso, y en su momento fue un adelanto increíble sobre el manuscrito; un mismo libro podía multiplicarse de forma indefinida. Hoy en día, tal adelanto lo supone el libro digital y las posibilidades de Internet. El hecho de poder llevar una biblioteca en el bolsillo, es algo que pertenece a la magia más que a la realidad; lo mismo que la difusión al instante que puede tener cualquier libro en cualquier lugar del globo. En fin, a falta del Ganges, cuando vayamos muriendo los últimos dinosaurios, se nos debería quemar en la pira de nuestros libros a la orilla del calmo y sugerente Segura. Sería un espectáculo grandioso, ¿o no?, para los que entendéis de gestas épicas.
Un placer charlar contigo en esta mañana de extraña primavera, a la sombra del ficus de Santo Domingo.
R. Decía Poe que sería imposible escribir un libro cuyo título fuera “Mi corazón al desnudo” porque se incendiarían sus páginas. Sin embargo, algo de esto ha ocurrido con tus preguntas, y a lo largo de la entrevista las imágenes del fuego han pasado con frecuencia por mi imaginación. Gracias, Paco, por darme la oportunidad de hablar de mi obra y casi de confesarme. El placer ha sido mío.
PD: Un par de apuntes. En la Biblioteca de Sedice
Ha publicado A la desnuda vida creciente de la nada, 1989; Kyrie eleison, 1994; Estridularia, 1999; La luz Herida, 1999; Fanal de la aventura, 2000; Transluminaciones y presencias, 2005, todas ellas poesía; y Dulcísimas hebras de oro, 2009, relatos. Además ha aparecido en una veintena de antologías de poesía y en otros títulos colectivos de poesía y narrativa.
Sus poemas, relatos, reseñas y ensayos han sido publicados en otra veintena de revistas, regionales, nacionales e internacionales, destacando entre ellas la revista de creación literaria Baquiana.
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Pregunta.- Eres cofundador de dos grupos culturales, uno en Águilas y otro en Lorca. Fuiste un elemento activo del movimiento cultural de La Puerta Falsa, Murcia. Perteneces a la asociación Taller de Arte gramático, que aunque no lo sea, tiene mucha tendencia hacia Alcantarilla (por su presidente). Activo cultural y geográficamente, para quien, además nació en Hellín.Respuesta.- La cultura no es algo que recibimos pasivamente (lo cual sucede en nuestra etapa de formación) y se acabó; por el contrario, cuando somos adultos debemos participar activamente en su construcción, arrimar el hombro, colaborar allí donde estamos o vivimos, poner nuestro granito, hacerla. Me impliqué en su día, motivado por esta idea, en la fundación del “Ateneo aguileño de las artes y las letras”; su fruto fue una serie de Encuentros poéticos de ámbito Regional y las correspondientes publicaciones. Otro tanto sucedió con “Espartaria de Poesía”. Un grupo de poetas y críticos literarios (profesores la mayoría) con afinidades comunes decidimos, allá por el final del siglo pasado, fundar el grupo. Creo que después de más de diez años de andadura el fenómeno Espartaria ha dejado una huella importante y en el futuro merecerá una consideración atenta, no sólo por los poetas que ha congregado (casi todos ellos con galardones nacionales e internacionales —soy el único de sus miembros que no ha conseguido distinguirse, vergüenza...—), sino también por la proyección que han supuesto en el contexto de la literatura nacional sus numerosas publicaciones y actos realizados; puedo decir que con los “espartarios” he vivido la poesía en intensidad. Respecto a La Puerta Falsa, ¿qué voy a decir? La Puerta Falsa, allá por la década de los 90 del siglo pasado (¡qué viejos somos!), constituyó una auténtica movida murciana de las letras. Agrupaba tanto a poetas como a pintores (recuerdo a Párraga, quien asistía a los recitales, sentado en una mesa poco iluminada y chupando de vez en cuando un caramelo de eucalipto). En su mejor momento, cuando la presidía Fulgencio Martínez, fue el catalizador de la joven poesía y los poetas de aquel tiempo adquirían precisamente allí su carta de presentación. Era lugar de prueba al estilo “los trabajos de Hércules”; Andrés Salom, a este respecto, instituyó un coloquio con el autor invitado que más que coloquio era un “acoso y derribo” de la víctima, y las más de las veces incluía, de pasada, el derribo del presentador. Nunca se llegó a la sangre. Tengo en reserva algunas anécdotas que contar al respecto. Pero los poetas veteranos también circulaban por aquel antro que algunas noches se parecía al platónico. De la Puerta Falsa data mi conocimiento de los mencionados, Fulgencio Martínez y Andrés Salom, pero también de María Pilar López, de Juana J. Marín Saura, de José Luis Martínez Valero, de Juan Gregorio, de María José Bernal, de Elvira Vicente, de Isabelle García Molina, de Leopoldo Hércules de Solás, de Antonio Marín Albalate, de Antonio Parra, de José Martínez (el Lali), de Pascual García, de Antonio Soto… y que me perdonen los que no nombro, la lista sería larga. Cuando (lo que suele ocurrir), por una serie de problemas internos y externos, La Puerta Falsa se vino abajo, Fulgencio Martínez tuvo la iniciativa de sacar el proyecto de la revista “Ágora”, amparada en la nueva asociación Taller de arte gramático. Fue una feliz intuición. Con buena parte de los poetas que participaban en La Puerta Falsa y con nuevos colaboradores (de los que es de rigor citar a Pepa Muñoz, Javier Mateo, Raquel Lanseros, Joaquín Piqueras, María Ángeles Moragues, José Belmonte y a un tal Francisco Javier Illán) no ha hecho sino crecer y hoy en día se ha convertido en la revista literaria mejor cualificada y con más proyección de la Región de Murcia. Con el nuevo impulso que le estáis dando los cibernautas “se le abren las perspectivas del infinito”, según recuerdo que decía un chamán de la selva del Amazonas, o por ahí. Pero, ¡bueno!, corresponde a Fulgencio y no a mí hablar de Ágora y de la Asociación de arte gramático. Dejará huella.
P.- Y para acrecentar esa sensación de que estamos ante un autor cosmopolita, has publicado en Madrid, Sevilla, Murcia, Lorca, Águilas, Cartagena, Cieza, Totana, Alhama de Murcia, Caravaca de la Cruz, Benferri, El Campello, Nueva York, Miami, Argentina...
R.- Lo interesante hubiera sido nacer en Hellín, criarse en Buenos Aires, estudiar en París, haber pasado alguna temporada en un ashram en la India y viajar con frecuencia de Tokio a Nueva York. No ha sido así y mi periplo vital ha tenido un vuelo más corto. Pero cada uno también es su circunstancia, ya lo decía Ortega, y no debemos ni renunciar ni denigrar lo que nos ha deparado la vida: yo he nacido en una familia humilde y a mucha honra, ¡qué le vamos a hacer! Si el cosmopolitismo en mi caso se ha reducido a un microcosmopolitismo, sin embargo, incluso a pesar de una movilidad ceñida a reducidos espacios geográficos, he aprendido a renunciar a las pequeñas patrias y a los chovinismos de la edad tardía, y a no buscar identidades o pertenencias que harto frecuentemente encubren intereses mezquinos. No diré, por supuesto, que “la tierra no es de nadie, salvo del viento”, porque me parece tópico algo gastado, pero sí incidiré en que “el viento —ese viento por el que respiramos— sopla donde quiere”. Y dicho esto, vengo a explicarme. Hubo una época en mi vida que cogía el coche y no paraba, iba de un sitio para otro: asistía a recitales, conferencias, reuniones, talleres, presentaciones... Por eso he ido conociendo a personas en todos los sitios que nombras (menos en los del extranjero), a los que habría que sumar alguno más, Almería, por ejemplo, donde poseo un buen amigo, Domingo Nicolás, dedicado a estos menesteres poéticos. Pero es cierto que cuando te entregas, recibes; por esta razón se me ha recabado con frecuencia para participar en libros colectivos, antologías, y otro tipo de actividades relacionadas con la poesía. Estoy agradecido a todos estos compañeros de viaje, con los que he disfrutado a tope de nuestra afición común. Publicar en el extranjero, ya ha sido otro cantar. Se lo debo, en primer lugar, al editor de mis dos primeros libros (editorial Betania), Felipe Lázaro, quien se definía como “el hombre orquesta”, pues en una maleta echaba un montón de libros y se iba para las ferias de Frankfurt o Miami. Gracias a él seleccionaron unos poemas míos en “La Nuez”, revista hispana de Nueva York. También aparecí en una antología de escritores hispanoamericanos, en la que se encabezaban mis poemas de esta manera: “Jesús Cánovas Martínez, poeta nacido en Hellín (Cuba)”. Las publicaciones en el Editor Interamericano (Buenos Aires), se las debo a Juan José Cantón, poeta madrileño, quien me puso en contacto con Óscar Abel Ligaluppi. Debo a la primera edición de Ardentísima el haber conocido a Maricel Mayor Marsán, la codirectora, junto con su marido, Patricio E. Palacios de la revista digital Baquiana. Maricel es una mujer encantadora, inteligente y profunda; congeniamos rápidamente. A ella le debo publicar en “Baquiana”.
P.- Me dicen que la mayor parte de tu vida transcurre polarizada entre dos grandes amores: Murcia y Madrid. Pero, ¿no le has sido o le eres infiel con Ronda?R.- Volvemos al tema del cosmopolitismo… Hay más amores si a lo geográfico nos referimos. He nacido en Hellín pero me he criado entre Lorca y Murcia, y mi adolescencia y primera juventud las he vivido en Madrid. Hice la mili en Figueirido (Pontevedra), cuando se hacían esas cosas, lo que me permitió conocer Galicia y llevarme algo de sus brumas. Mi primer año de trabajo fue en Ronda, donde deslumbrado por su belleza, tal vez aquejado del síndrome de Stendhal, me hubiera quedado a vivir allí; sin embargo, las circunstancias mandan y me vine para Águilas, que no es poco, a disfrutar de su mar y su sol; ahora vivo en Murcia pero con frecuencia me escapo a Cabo de Palos. De todos los sitios por donde he pasado, hayan sido estancias más o menos prolongadas, hay algo que se ha quedado en mí y su recuerdo me es grato. Pero son más interesantes los vínculos que he establecido con las personas y, de todos esos lugares, aún conservo amigos. Mis amores principales son mi mujer y mi hija, y mis tres gatas: la Wendy, la Lucy y la Chata. La familia es corta, pero suficiente para llenar mi intimidad. Aunque he tenido la oportunidad de conocer a muchas personas, sobre todo en los submundos de la poesía, es notoria en mí la carencia de destrezas sociales (debido a mi timidez, que, aunque se atenúa con la edad, no desaparece), y cualquiera que establece relación conmigo enseguida se percata de que soy un hombre solitario. Tengo alma de monje y frecuentemente suelo pasear solo y con mis pensamientos (ya lo decía el poeta, “quien anda a solas espera ver a Dios un día”). Sin embargo, puedo decir que la cualidad es importante en las cuestiones de la amistad, y gracias a unos pocos amigos fieles he podido aguantar etapas verdaderamente duras de mi existencia. Para terminar con tu pregunta, en referencia a lo de Ronda, te diré que abunda la clueca salida de corral. Me sorprende la poca hombría de algunos y el modo en que se solapan unos con otros a la hora de extender calumnias. Y dicho esto, no descarto la posibilidad de a quienes así lo merezcan proveerles de las aclaraciones que su curiosidad demande. Mientras tanto sepan que me acuerdo de sus santas madres como es debido. Las pobres debieron de darles mucha ternura cuando eran pequeños.
P.- Faustino Fernández Conejero decía que eras un “etrusco, un miembro de esa raza cuya lengua se olvidó exiliándose al paraíso”.
R.- En su día me explicó Faustino esta apreciación que señalas. Me llamó etrusco, porque —según él— yo pertenecía a un pueblo extinguido que, lógicamente, hablaba una lengua extinguida; esta lengua era la de la poesía, y, más concretamente, la de la poesía que aparece en el “Fanal de la aventura”. Los poemas de este libro son producto de, casi, una escritura automática (no, no consumí absenta), y por eso pertenecen a una lengua olvidada, asintáctica, con reglas emotivas pero no lógicas, caprichosa e intelectualizada, todo a la vez. Una lengua que busca la sonoridad del significante, la belleza de la sola palabra, sus conexiones de sonido para crear más belleza, como nueva significación en que se expresa el amor al mundo, a su forma. Una lengua de amor a la palabra por la palabra, sinfonía de letras que se siguen para perseguir la belleza, paraíso de signos que se deleitan en sí mismos. El “Fanal” es una luz, un faro, pero también un círculo a modo de jardín cerrado. Bueno, si no se me entiende del todo es porque soy poeta.
P.- Filosofía y poesía. ¿Qué papel tienen en un mundo como el actual, abocado a cambios climáticos, a superpoblación, a pérdida de valores, a globalización, a una pandemia tras otra?
R.- Es una buena pregunta. Primero deberíamos definirlas; después veríamos que función cumplen en nuestro mundo. Quizá sea más fácil comenzar por la filosofía. Etimológicamente todo el mundo sabe lo que significa, “amor al saber”, y podríamos ampliar tal definición y decir que es el intento de comprensión del yo y del mundo a través del logos; es decir, suministra una interpretación racional de la existencia. La poesía también es un modo de conocimiento (una interpretación) pero incluye facetas que no son las meramente racionales: involucra a la emoción, busca la belleza con preferencia a la verdad. Esto dicho, ¿qué funciones cumplen en un mundo tan complejo y contradictorio como el nuestro? Hoy en día quizá la función más relevante de la filosofía, y hago mención a un texto de Gilles Deleuze muy conocido por los filósofos, sea la de entristecer. La filosofía señala que las cosas van mal y por qué van mal; su función fundamental es la de denuncia y crítica de cualquier tipo de impostura. La poesía, por el contrario, en nuestro momento histórico, a veces entristece, otras no. Puede servir para denunciar, pero también sirve para celebrar; canta la miseria, pero incide en la belleza. A petición de José Cantabella escribí un artículo, “Repaso a la situación”, publicado en el nº 1 de la revista “Lunas de papel”, en el que trataba este tema. Con el fin de no extenderme más de lo debido, remito allí a quien desee conocer mis opiniones. Termino señalando, y para que sirva de motivo de reflexión, el hecho de que los primeros filósofos escribían sus obras en forma de poema. Y decir también que no es extraño encontrar en la actualidad al filósofo de temperamento poético, el caso de Heidegger.
P.- Tu primer libro de relatos “Dulcísimas hebras de oro”, en la colección LA biblioteca del tranvía, de Tres Fronteras Ediciones, no puede tener más carácter viajero.R.-Supongo que sí. Me produce cierto alborozo interior pensar que, en principio, parte de los tres mil ejemplares (creo) de la primera tirada, van a subir y bajar con el Tranvía. De momento, parece que el libro (o “librico”, como a mí me gusta llamarlo, por lo diminuto), por los comentarios que me llegan, está teniendo una buena acogida. Si pincho el título en el google, me sorprenden las entradas que tiene. Han sido publicadas, hasta la fecha, cinco reseñas del mismo: la de José Antonio Bascuñana, la de María Ángeles Moragues, la de Ana María Alcaraz Roca, la de Antonio Ortega y, la tuya, Paco. Espero que aparezca alguna más. Se han hecho dos presentaciones: una, con motivo de la semana del SELÍN, en Blanca; otra, en el Huerto Ruano de Lorca. Agradezco especialmente la implicación que han tenido en su difusión los compañeros de la Asociación Taller de arte gramático, a ti, a Fulgencio Martínez y a Joaquín Piqueras, quien ha tenido la amabilidad de incluirlo en su blog de insólitos. El libro, por lo general, sorprende; el título es engañoso y quien lo lee se encuentra con algo que es de todo menos melifluo, una cabalgada. En la pasada feria del libro se agotaron y hubo que reponerlos, y hace pocos días un amigo fue a Expo-Libro a comprar unos cuantos para regalo y sólo pudo llevarse dos. Espero que pronto los repongan y se agoten, para que mueva a la editorial Tres Fronteras a una segunda tirada. De verdad, os doy las gracias a todos los que os habéis implicado en él.
P.- Siete relatos en los que, en el que da título, nos presentas a un profesor “enamoradizo, y es verdad, especialmente con mis discípulas, ellas me cautivan, ¡están en esa edad tan tierna de la adolescencia!”. Te confesaré que, cuando leí este relato acababa de terminar de leer “Las grietas del infierno”, de nuestro común amigo Rubén Castillo. ¿Tan pillines son algunos profesores, o cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia?
R.- Me impresiona las filiaciones que lectores y amigos le han encontrado al libro. Unos dicen que ven allí a Vila Matas, otros a Kafka, otros a Azorín, otros a Gabriel Miró, otros a Bukowski, otros a San Juan de la Cruz, otros a Carver... Agradezco sus apreciaciones, y más si vienen desde la confianza, pero, tengo que decirlo, algunas de ellas me parecen hasta contradictorias. He leído a esos autores, ¡faltaría!, pero también a otros, por fortuna. Voy a citar unos cuantos a voz de pronto: Miguel Espinosa, Dostoyevski, Somerset Maugham, Eduardo Mendoza, Borges, Gabriel García Márquez, Giorgio Bassani, Pérez Galdós, Stendhal, Bécquer, Pascual García, Salvador García Jiménez, Andrés Salom (los miércoles, en La Opinión, recomendable), Camus, Andreiev, Chéjov, Sologub, Solojov, Cela, Blasco Ibáñez... ¡En fin! Podría poner en la lista, y muy gustosamente, hasta a Cervantes. Cualquier lector tiene derecho a su lectura y, en consecuencia, puede opinar lo que le venga en gana (sobre este punto no hay nada más que hablar). Ahora bien, asumiendo que ningún escritor es puro en el sentido de que inmaculado se ponga a escribir (lo cual es imposible), hago notar dos cosas: que las lecturas de un autor concreto no tienen por qué coincidir con las lecturas del lector, y, que la propia experiencia del autor tamiza cualquier tipo de lectura que previamente haya realizado. Y a lo que vamos: No he leído “Las grietas del infierno”, por lo que no sé cómo trata el tema Rubén. El caso de una mutua seducción entre profesor y alumna no es tan extraño; yo lo he tratado con un poco de locura, de forma poética, con una gran ironía y guiándome de manera implícita por la idea del cazador cazado. La dulce alumna es, en realidad, una graciosa y perversa bruja con nombre de demonio. El amor del profesor es obsesivo, propio de su naturaleza introvertida y solitaria, pero comprende bien que tarde que éste amor ha sido inducido por una voluntad diferente a la suya, la de Anabel, la apacible y atormentadora discípula. El final del relato queda abierto, puede suceder cualquier cosa, por lo que el lector discreto sabrá ponderar debidamente el equilibrio que hay entre ficción y realidad. Ahora bien, la realidad las más de las veces supera a la ficción. Conozco varios matrimonios que han surgido a modo docente, y, por cierto, ahora que son tantos los que se vienen a pique, funcionan perfectamente. En cualquier caso, Paco, este tipo de peripecias no obedecen a pillería: son amor.
P.- Ya sabes que lo de pillines ha sido con todo cariño. Durante la lectura de estos relatos señalé dos posibles hilos conductores: la belleza de las protagonistas, reales o imaginarias; y que el narrador, siempre en primera persona, no podrá alcanzarlas. Sirva este ejemplo: “te quiero amor, te destrozaré, amor” .
R.- Muy acertada tu apreciación. En todos estos relatos la mujer está idealizada, y los protagonistas buscan el amor puro, el ideal, la fusión con esa mujer de sus sueños, real, aunque también engrandecida por la imaginación. Nunca lo consiguen, y esa unión que pretenden queda frustrada. Quizá por la misma irrealidad que persiguen, quizá por la misma complejidad de los protagonistas, la pulsión erótica corre en ellos pareja a la pulsión thanática, por lo que, casi como necesidad, confrontan la muerte con el amor (en uno de los relatos “No sabes bailar, pero eres un caballero”, muy directamente). El amor que sienten, por otra parte, es de tal naturaleza que salta por encima de las convenciones sociales. Este amor que no admite a su lado nada que no sea el amor, se constituye en una paradoja: es puro, porque es esencial, pero es impuro, por imposible, por contradictorio, por quimérico, por destructivo; y la destrucción, sabemos, es la forma inversa del amor, su otra cara (o, su no cara). En referencia a la utilización de la primera persona, pienso que es la mejor para expresar la zozobra de los protagonistas; además, expresa la zozobra del autor y espero que también la del lector, o, por lo menos, lo involucre. ¿Quién no ha pasado por este tipo de experiencias aunque sólo haya sido en sueños?
P.- Si alguien tiene duda de la importancia de El Corte Inglés en Murcia, sólo tiene que leer tus relatos. Pero dime, ¿de verdad crees que hay “tanto culo peyéndose por este Corte Inglés”?R.- Y aún más, es necesidad fisiológica por más que alguien quiera escatimarla. Cuando alguien campea solo por el monte y truenan los cañones de Navarone, los sienten los pájaros; cuando “comprea” por el Corte Inglés se camuflan en la masa. En el relato “Fragmentos de un cuaderno desconocido” es metáfora de nuestra sociedad de consumo, la denuncia de una sociedad que poco a poco se ha convertido en sólo fachada. Detrás de los oropeles y las candilejas, de los rótulos y anuncios llamativos, de las lucecitas de colores, se esconde un gran trasero. Este es el mundo que hemos construido llegados al “final de la historia”, con sentido escatológico.
P.- En “Talismán” he leído una muy original, e inútil, forma de declarar el amor.
R.- Bruno Corcos (nombre que tomo de un personaje de Bassani), el protagonista del relato, es un hombre tan complejo, con una riqueza interior tan grande, que esta misma riqueza le impide pasar a la acción. Se le atropellan las ideas en la cabeza, quiere aclarar su mente sobre la naturaleza del amor, pero esto, justamente, le lleva a no tener nada claro y a que se frustren sus pretensiones. Hubiera sido todo más fácil si hubiera pasado a la acción directamente, si se hubiera dejado de cábalas y hubiera abordado a la amada sin preámbulos. Pero, debido a su psicología, esto resulta inconcebible. Ama en soledad, odia en soledad, desespera en soledad; todo el arrojo que en un momento tiene, se desvanece y rápidamente pierde su fuerza (no ajena a tal debilidad la diarrea que le acompaña a lo largo de su periplo), y, al final del relato, desiste de sus pretensiones. Mientras que se desarrolla la trama, el lector ha asistido a una reflexión, casi tematización, del amor, de su naturaleza. Por otro lado, Bruno Corcos no es real, es el personaje de un cuento que un desconocido entrega a Mari Luz en una cafetería, una mañana de primavera, cuando los vencejos pueblan las cornisas del aire.
P.- Ese hilo conductor que nos lleva desde Dulcísimas hebras de oro, el primer relato, hasta El traidor judeo-masón, el último, ¿lo decide el autor o es el editor quien ordena los relatos?R.- Presenté una colección de relatos al editor, José Antonio Bascuñana, con un título diferente, y éste hizo la selección con el fin de adaptar la extensión del libro al formato de la colección de El Tranvía. Le llamó la atención el relato “Dulcísimas hebras de oro”, cuyo título le pareció “redondo”, así que pasó a dar nombre al conjunto. Fue un acierto, pues si el libro perdió en extensión, ganó en intensidad, a parte de que quedó dotado de una unidad. El orden en el que aparecen estos relatos, sin embargo, me lo deben a mí. Que sean siete los que lo componen también ha sido un feliz “azar”; la estructura septenaria es ideal para representar el despliegue de la temporalidad. Hay una especie de secuencia in crescendo desde el primero de ellos, de choque, captador de la atención, fresco, hasta el último, que supone el aldabonazo final; en medio, la tragedia, o la tragicomedia.
P.- Poesía y relato. Tal vez la respuesta sea obvia, pero no puedo dejar de preguntarte, ¿dónde te encuentras más a gusto?R.-En principio, con la poesía, porque me parece que su reto es mayor del que supone la narrativa. Dicho esto, cuando observas que cualquiera que escribe la lista de la compra en forma de versículos reclama el derecho de llamarse poeta, te hace pensar. Sin embargo, incluso con este lastre, la poesía es un género especial. Hay una frase de Thierry Maulnier que me gusta citar en este sentido: “La poesía concentra el espíritu en el punto más alto de su vigilancia para un minuto de posesión de los secretos del universo”. La poesía auténtica dota al mundo de nuevas significaciones, de nueva profundidad, intensifica cualquier experiencia. Y al producirse el hallazgo, el poema, la concreción objetiva, en concomitancia aparece una especie de vértigo, de ebriedad, como correlato subjetivo. Pasar por tal experiencia es arrasador. Pero esto dicho, la narrativa posee un tipo de expresividad diferente al poético con el cual también se enriquece la experiencia del mundo. Y también, hay que decirlo, conlleva el disfrute del autor. Es cuestión de cambiar de “chip” para escribir de uno u otro modo. Se complementan.
P.- Muchos autores y autoras me han dicho que es su gran problema. ¿Cómo sabe Jesús Cánovas que un texto, un poema, es bueno o malo?
R.- Cuando me gusta, me hace vibrar, me emociona... lo considero bueno. Ciertamente es un criterio subjetivo, pero yo hablo desde mi subjetividad, que es, además, desde donde únicamente puedo hablar. Fíjate que preguntas por la “maldad” o “bondad” del poema, pero no por su “corrección” o “incorrección”. Implícitamente esto significa que para construir un buen poema no basta con el dominio de las técnicas expresivas, hace falta un “plus” que no da la técnica y que, incluso, un exceso de técnica podría ahogar. Borges tiene un cuento, “El Alef”, donde satiriza a un tal Carlos Argentino Daneri empeñado en componer un inefable poema; es tan inefable que, siendo técnicamente perfecto, resulta soporífero, a pesar de lo cual su autor recibe el Segundo Premio Nacional de Literatura (lo que nos lleva a pensar acerca del “enmierdamiento” de ciertos galardones). Otro peligro sería pensar que las modas pasajeras o el canon de la época de por sí son suficientes para determinar lo que puede ser el “buen” poema, menos aún lo que dictan ciertos lobbies poéticos, llevados las más de las veces por intereses demasiado patentes. Lo “bueno” o lo “malo” supone otro tipo de valoración o enjuiciamiento diferente a lo “correcto” o lo “incorrecto”. Quizá, con el fin de objetivar la “bondad” o “maldad” del poema podríamos buscar una serie de parámetros entre los cuales, la carga de emotividad que transmite sería uno de ellos. Otros podrían ser el sentido del ritmo, la coherencia interna, la innovación expresiva, la originalidad de la idea, la fluidez, la exactitud de la palabra, la intensidad, la sensación de belleza, la capacidad de evocación... Siempre estos criterios deben ser amplios y flexibles, no se trata de ahogar la creatividad, sino de facilitarla. El buen poema posee un sentido global, un equilibrio y, siempre, de alguna manera deslumbra; por más que lo hayas leído, descubres nuevas resonancias, cargas semánticas que no sospechabas, un extraño temblor. Por eso, por poner un ejemplo, “Las coplas a la muerte de su padre” de Jorge Manrique siguen siendo tan actuales. Cada nueva lectura lleva en sí una nueva perspectiva, nunca se agota. Pero que nadie se asuste, en todo hay grados.
P.- ¿Usas mucho la papelera, ya sea real o digital?
R.- Sí, me cuesta trabajo escribir. Soy de los que vuelven una y otra vez sobre lo escrito; hago, deshago y rehago. Y esto, aunque parezca tópico, supone una tortura. Pero es grata. Exceptuando algunos poemas y los libros “Kyrie eleison” y “Fanal de la aventura” que han sido muy espontáneos, el resto de lo producido por mí obedece a un trabajo laborioso. He llevado durante años en papeles un libro, o un poema, al que he vuelto de forma recurrente. Por eso son muchos los escritos que tengo inacabados. Sin embargo, no creo que la escritura (y menos aún la poesía) vaya contra la vida, como pensaba Cernuda, pero sí, por el contrario, que es un intento de clarificación de la vida, arduo y laborioso.
P.- Como nos hemos adentrado en preguntas más generales de tu actividad creativa. Y ya que hasta la fecha has publicado mayoritariamente poesía, ¿qué criterio te lleva a agrupar, secuenciar, relacionar, los poemas de una manera, y no de otra, para un libro?R.-Hasta ahora mis poemarios poseen un orden. El criterio suele ser numérico, es decir, procuro que sus poemas mantengan unas proporciones, un equilibrio, que estén íntimamente trabados como partes de una estructura. Pero me explico: Comienzo a escribir porque me llega una idea, una determinada intuición que poco a poco se va plasmando y concretando. Al principio, no sé qué es lo que estoy escribiendo, si eso constituirá un libro o no; no sé si aquello poseerá una unidad de sentido. Simplemente escribo. Pero después (en el ínterin pueden pasar años), cuando ya hay una colección suficiente de poemas, sucede una especie de revelación, aparece un orden, y este mismo orden demanda su propia estructura, la que ahora ha de ser completada. Joaquín Campillo, en su excelente prólogo de “A la desnuda vida creciente de la nada” (y a quien debo la publicación del mismo), ya hacía alusión a este particular y se preguntaba si no se buscaba con este ordenamiento una simetría arcana, al sesgo nombraba las cualificaciones que los pitagóricos otorgaban a los números. Joaquín se hacía esa pregunta para espolear la atención del lector; tal orden fue consciente. La primera parte del libro, la que le da título, supone una tirada con los XXII arcanos mayores del Tarot (jugaba con esta simbología), completada con una tríada de epitafios y un octógono (total 33 poemas); en ella se busca el sentido. La segunda parte del libro, “Del fondo de tus ojos”, está compuesta de cuatro series, a modo de los cuatro elementos, de siete poemas cada una de ellas (total 28 poemas, número de completud, pues es el triangular de 7); en ella se expresa el amor. Habría que añadir a estas consideraciones que los poemas son sonetos blancos. Emilio Saura, conocedor de la cábala en profundidad, le puso prólogo a “Kyrie eleison” (escrito en peregrinación por el Camino de Santiago) y desveló de manera magistral el tema sobre el que me preguntas. El poemario está trabado según una estructura septenaria que expresa el despliegue de la temporalidad. Las series impares, menos la última (que la componen 5 poemas), están compuestas de 17 poemas (el 17 es el número de la Iglesia, y su triangular es 151, la suma de peces de la pesca milagrosa); las pares, de 4 poemas cada una de ellas, por lo que su suma total supone 12, número que cierra un círculo, despliegue de una totalidad. Los poemas de las series pares constan cada uno de ellos de 56 versos, con ello expresan una subida, pues el número 56 hace referencia a la palabra “Carmel”, Carmelo. Mis conocimientos de numerología son rudimentarios y no se pueden comparar a los de Joaquín Campillo o Emilio Saura, pero es indudable que la intuición del poeta adelanta una suerte de comprensión que luego los que entienden de estas cosas precisan. En mis otros libros vuelven a aparecer este tipo de ordenamientos, pero dejo al lector curioso que vaya a descubrirlos por sí mismo, porque para él han sido publicados.
P. Escribía Eduardo García que un solo verso feliz puede permanecer durante siglos, mientras toneladas de poemas fallidos se pierden para siempre. ¿No desanima esa realidad al poeta?
R.- No, lo anima. Un solo poema puede justificar una vida y la hojarasca existe para ser barrida por el viento. El reto de cada escritor, y, en general, de cada artista, consiste en asumir de manera más o menos consciente que debe medirse con la muerte. Lógicamente, no sólo con la muerte, afortunadamente también con el sexo; y, entre el sexo y la muerte, con su creatividad, con el arte. No soy original al expresarme de esta forma, pues ya Raymond Abellio advertía de la existencia de únicamente tres temas merecedores de ser tratados, a los cuales pueden reducirse los restantes, y son estos: el sexo, que nos abre a una alteridad; el arte, que nos abre a una comunidad; y, finalmente, la muerte, que nos pone en contacto con la trascendencia. Lo común de estas experiencias es que nos sacan de sí, nos diluyen, rompen nuestros esquemas egoicos. Pero la paradoja está servida: Si nuestro destino es la muerte, nuestra obra, sin embargo, nos trasciende; sea en el hijo como la producción de nuestra sexualidad, en el poema como la de nuestra plesexualidad, o en el recuerdo (o “la otra vida”) como la de nuestra cerebralidad.
P.- Como lector curtido en mil libros. ¿Es verdad eso que dicen que hay pocas cosas más espantosas que un poeta malo?
R.-Los poetas malos son terribles, y no sólo porque sean malos, sino porque son pedantes, cargantes y pretenciosos, y esto último es lo realmente grave. Así, los poetas malos son también malas personas. No le ha concedido el cielo a todo el mundo el don de lo poético, la chispa que puede saltar en el pecho, como decía Carles Riba. No basta con un dominio de la técnica para producir un buen poema si falta el brote de la intuición, y hay que asumirlo. Pero este no es el caso. El problema está en transgredir el límite del buen gusto, y así a algunos que van de poetas habría que recordarles aquellos versos de León Felipe: “Sistema, poeta, sistema./ Primero cuenta las piedras,/después contarás las estrellas.” Se debe tener un sentido del pudor que a veces no se tiene, y se escriba como se escriba, hacer el propósito de no ser pelma; tal actitud producirá sus beneficios en quien así actúe, sin duda, pues se convertirá en buena persona, y, como consecuencia, logrará escribir buenos poemas. Que no desespere, que todo llega.
P.: ¿La buena literatura está hecha por gente desobediente?
R.- La rebeldía es consustancial al escritor. Si no protestas de algo, si no te rebelas contra algo, ¿qué vas a escribir? Un modo de afirmarse y de decir “yo soy” es la escritura. La escritura concreta las ideas, define las creencias; por la escritura nos clarificamos a nosotros mismos, nos definimos. Definirse supone enfrentarse con un límite; establecer lo que somos y lo que no somos. La escritura construye y destruye, y, sobre las ruinas de lo destruido, vuelve a construir; la escritura, en este sentido, es una herramienta privilegiada de conocimiento. Aunque los temas que podemos experimentar y, consiguientemente, hablar, son los mismos que ya han tratado las generaciones anteriores, sería absurdo repetir lo ya dicho de la misma forma ha como se ha dicho. Borges decía que sólo había un libro, los demás eran repeticiones, cacofonías, al igual que sólo hay una Biblioteca, que agrandan los espejos y la ignorancia. Seguro que es así, pero cada uno de nosotros tiene que experimentar el libro y conocer la Biblioteca. Recuerdo que Leopoldo Hércules de Solás tenía un consejo en la boca a la hora de beber: Whisky, whisky, whisky… y whisky. De la misma forma al escritor habría que sugerirle: Rebeldía, rebeldía, rebeldía… y rebeldía.
P.- No me resisto a añadir esta reflexión de Francisco Gijón pone en boca de uno de los personajes de su última novela: nadie que es feliz escribe, como tampoco nace el arte de ningún ser pleno.
R.- Me recuerda esta sentencia, al pronto, un texto de Gabriel Miró (ahora mismo no sabría precisar de qué obra) en la que se quejaba de aquella gente que piensa que el escritor debe pasar necesidad para que su genio sea espoleado. El oriolano pensaba que, tal vez, con sus necesidades cubiertas, produciría obras con mucha más calidad. También me recuerda el mito platónico del andrógino. Al principio los dioses crearon a los hombres con forma redonda, es decir, perfecta, pero pronto tuvieron miedo de que escalaran el Olimpo y pudieran desbancarlos, por lo que decidieron sesgarlos. El hombre, desde entonces, es un ser partido que busca su otra mitad, la completud. Por último me recuerda la caída de nuestros primeros padres del Paraíso, tal y como se relata en el Génesis; después de la caída ya nada es igual. Los hijos de Adán (aquel que hablaba con Dios a la caída de la tarde) son seres desestructurados, carentes, faltos y cuyo destino es el polvo. Esta es la realidad; la infelicidad existe, pero junto a la experiencia de la desgracia también existe la añoranza de la felicidad. El ser humano por su propia naturaleza (ya lo decía Aristóteles), tiende a eliminar las causas de su desgracia y a alcanzar la felicidad. La escritura (el arte, en general) es uno de los mejores instrumentos para procurar ese intento, para elevar el clamor.
P.: Cristina Fernández Cubas definió el cuento como “algo misterioso y titánico, que va siempre más allá de la extensión que tiene”.
R.-Me parece una excelente definición que se puede extender al poema. Escribí hace tiempo un artículo, “Fragmentos para una poética: a propósito del entusiasmo”, que apareció en el nº 9 de “Ágora”, donde incidía en el aspecto numinoso que debe tener un buen poema. Decía allí que la experiencia poética, por la carga de emoción de que es portadora, alude a capas profundas de nuestro ser, y que con la “sensación poética” se experimenta un nuevo orden de interrelaciones; lo cual conduce, concomitantemente, a una nueva estructuración de lo cotidiano, a una nueva inferencia de sentido. Por lo mismo, se podría hablar de cierta analogía entre la experiencia mística y la poética; en ambas no se nombran o describen situaciones propiamente, sino que se aluden, evocan, intensifican e integran. Por eso la lengua en que se suele expresar la mística es la de la poesía, en la que con facilidad aparecen como preeminentes las figuras retóricas de la metáfora, la metonimia, la imagen o el símbolo, ideales para tal cometido. El poeta es, en definitiva, “un intérprete de los dioses”, de ahí las palabras “vate” o “augur” con las que se le conocía en la antigüedad, referidas a la acepción original de su cometido. Apoyándome en la autoridad de René Guénon, en el artículo nombrado, señalaba que la palabra “carmina”, remite a la raíz sánscrita “Kr”, de donde proviene “Karma”, la que se encuentra en el verbo latino “creare”. Así, el poeta, en su sentido más genuino, es un creador, es decir, colabora con la obra de Dios. Adán hablaba en verso. Heidegger, por su parte, ha incidido en este aspecto. En la poesía acontece una comprensión radical del Ser, se asiste a su desvelamiento. En definitiva, que estoy muy de acuerdo con la definición del cuento de Cristina Fernández Cubas, pero la extendería al poema.
P.- No sólo de letras vive el hombre. ¿Dónde podemos encontrar a Jesús Cánovas en la red o es de los pocos que no tienen ni bitácora, ni ciberpágina, ni están en feisbuk...? ¿Le dedicas mucho tiempo a ella?
R.- No tengo bitácora, ni ciberpágina, ni estoy en el facebook; me temo que soy de los renuentes. Pero todo se andará. Estamos asistiendo a cambios demasiado profundos en lo que se refiere a comunicaciones, para que los de mi generación, que se puede comparar a la de los últimos dinosaurios, se adapten con facilidad a estos cambios. A empujones estoy entrando en el mundo de la informática, y esto por razones profesionales. He estado en alguna página web, pero ya no son operativas. Quizá la más interesante de ellas fue la que sacó mi buen amigo Pedro Javier Martínez con motivo del proyecto de la editorial Hipocampo donde publiqué “Fanal de la aventura”; te digo su dirección, porque todavía, creo, se puede visitar: http://perso.wanadoo.es/hipocampoed. Por otro lado, haciendo referencia a Internet, si pincho mi nombre en algún buscador (¡oh, vanidad!), quedo sorprendido por los otros jesuses cánovas que encuentro, y no sólo por esto, sino por las vueltas que puede dar un nombre con desconocimiento de quien lo lleva. Ante esta perplejidad, me pregunto, ¿quién soy yo?, ¿quién hay detrás de un nombre? Recuerdo a un amigo, que me decía que le gustaría escuchar detrás de una puerta todo lo que se hablara de él. Esta posibilidad quizá fuera terrible, pues nos ocurriría como a aquel Funes el Memorioso (esta mañana estoy algo borgiano), que, debido a su memoria y a su atención sostenida, incapaz de albergar en su mente tal cantidad de datos y recuerdos, terminó por morir. La ubicuidad sólo pertenece a Dios, pero con los adelantos técnicos estamos creando un simulacro de eternidad, donde la temporalidad queda abolida a favor de la espacialidad. A mi me da vértigo esta perspectiva. Estos miedos referidos, con la revolución informática nos estamos abriendo a un mundo fascinante; los caminos de Internet son multiplicativos. Afortunadamente, ahora, a Jesús Cánovas (y creo que ése seré yo mismo) se le puede encontrar en Ágora digital.
(Y en la gigantesca Biblioteca digital Leelibros, donde se ha subido una importante muestra de tu obra creativa, me atrevo a añadir. Como se observa en la fotografía, se necesitan más de cuatro manos para mostrar la obra publicada de Jesús Cánovas).
P.: Y como esta sección se llama Hablando de Libros, el futuro de los mismos, ¿cómo lo ve el licenciado en filosofía pura?
R.- Creo que mi generación, y la tuya, Paco, que somos casi de la misma edad, está pronta a extinguirse como la de los dinosaurios; lo que hemos visto y vivido nos pertenece, pero son otros los parámetros y circunstancias con las que se carean los jóvenes. Hemos visto sucederse muchas cosas, y rápidamente. De niños veíamos ir a nuestros padres al trabajo en bicicleta, que eso vestía, y asistimos a la entrada de los frigoríficos y televisores en nuestras casas; después llegó el hombre a la Luna, se poblaron las calles de automóviles y sucedió la revolución informática y la tecnobiológica, en las que estamos inmersos; paralelamente aconteció ese fenómeno de la globalización que todavía no sabemos qué nos deparará. Aparecen luces y sombras, temores y esperanzas inéditos; la humanidad, en general, tiene la sensación de estar al borde de un abismo, en un momento crítico como antes no lo hubo en la historia. Me impresionó, recién derribadas las Torres Gemelas, la lectura de “La tercera muerte de Dios” de André Glucksmann. ¿Qué es lo que llena el vacío que deja Dios en el psiquismo del hombre europeo? El nihilismo. Aquellas intuiciones del visionario Nietzsche, son hoy una realidad patente. Ahora bien, Nietzsche optó por el canto del optimismo, y el optimismo desembocó en los campos de concentración nazi y los archipiélagos GULAG soviéticos. Imposibilitado este optimismo, comprobamos con estupor que lo que hoy colma al nihilismo es una caricatura de religión en la que caven todos los fanatismos y, en última, instancia, el terror. ¿Qué podemos hacer? Ante la sensación de que la historia se nos escapa de las manos, de que no tiene sujeto, o de que es movida por unos hilos alienadores de las voluntades individuales, hay algo en lo que podemos estar de acuerdo la inmensa mayoría: restituir el sentido ético de la vida. Urge. Bueno… todo este royete lo he soltado por eso que has dicho de “licenciado en filosofía pura”, al oírlo me han chisporroteado las neuronas. Y, terminando, quizá el libro en soporte de papel esté entonando su canto de cisne, a los que le rendimos culto nos entristece. Pero los tiempos cambian. Asistimos a un cambio cualitativo en lo que se refiere a la comunicación de la información. La imprenta tipográfica de Gutenberg lo supuso, y en su momento fue un adelanto increíble sobre el manuscrito; un mismo libro podía multiplicarse de forma indefinida. Hoy en día, tal adelanto lo supone el libro digital y las posibilidades de Internet. El hecho de poder llevar una biblioteca en el bolsillo, es algo que pertenece a la magia más que a la realidad; lo mismo que la difusión al instante que puede tener cualquier libro en cualquier lugar del globo. En fin, a falta del Ganges, cuando vayamos muriendo los últimos dinosaurios, se nos debería quemar en la pira de nuestros libros a la orilla del calmo y sugerente Segura. Sería un espectáculo grandioso, ¿o no?, para los que entendéis de gestas épicas.
Un placer charlar contigo en esta mañana de extraña primavera, a la sombra del ficus de Santo Domingo.
R. Decía Poe que sería imposible escribir un libro cuyo título fuera “Mi corazón al desnudo” porque se incendiarían sus páginas. Sin embargo, algo de esto ha ocurrido con tus preguntas, y a lo largo de la entrevista las imágenes del fuego han pasado con frecuencia por mi imaginación. Gracias, Paco, por darme la oportunidad de hablar de mi obra y casi de confesarme. El placer ha sido mío.
PD: Un par de apuntes. En la Biblioteca de Sedice
4 comentarios:
HA sido un gozo leer vuestro "diálogo".
Enhorabuena a ambos.
Somos el tiempo
Gracias, Ángel, por tu atenta lectura.
Creeme si te digo que llevo varios días detrás de un comentario que simplifique ese caudal de sabiduría que derramas en la entrevista y que el amigo Paco, otra vez, ha sabido sonsacarte. Me parece una entrevista magnífica a todos los niveles: ético, poético, filosófico y vital. Un abrazo y enhorabuena.
Yo también creo, Manolo, que Paco es un "sonsacador". Si sus preguntas no hubieran ido en la dirección que han ido, posiblemente las respuestas hubieran sido diferentes.
Gracias por tu comentario, da ánimos para seguir adelante. Un abrazo.
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