José Emilio Iniesta González, Murcia, 1953, es licenciado en filología románica y Catedrático de Lengua castellana y literatura.
Su interés por la civilización que floreció en Al-Andalus le ha llevado a estudiar árabe, obteniendo la diplomatura de dicha lengua en la EOI de Alicante.
Ha colaborado con varias revistas de variado carácter cultural, tales como La sierpe y el Laúd, Monteagudo, Postdata y otras. Sus relatos han aparecido en varias antologías.
Si Vivaldi aprendiese solfeo fue su primera novela, en 2006. Este 2010 ya ha publicado otra novela, también con Alfaqueque: La pintura del monstruo.
Le entrevistamos por su novela La risa de las mujeres muertas.
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Pregunta.- Dice una popular canción que Sevilla tiene un color especial. ¿Es Sevilla y su color el lugar idóneo para encontrarse con la aparición de una princesa mora que, además, era poeta?
Respuesta.- Yo creo que sí, ya que, además de la belleza en sí de la Sevilla de todas las épocas, en dicha ciudad reinó la dinastía de Al-Mótamid, que fue cultísima. El sultán Al-Mótamid fue uno de los mejores poetas de la España musulmana. La protagonista de mi novela “La risa de las mujeres muertas”, es su hija Buthayna, escritora también.
P.- Tal vez deberíamos haber comenzado por explicar qué es una distorsión en el tiempo, algo clave en el encuentro de Julio Petrel con la princesa Buthayna.
R.- Es una mezcla de épocas, el hecho de que dos personas de distintas épocas, alejadas novecientos años, se encuentren.
P.- ¿Es Buthayna todas las mujeres de la historia de la humanidad? Hay momentos de la reflexión de quienes la buscan, que la comparan a la Eva mitocondrial.
R.- Al leer su biografía yo tuve esa idea, esa sensación. Algo hay en los seres humanos que es herencia de todos nuestros antepasados, incluso los más remotos. En el caso de Buthayna, veo a la mujer fuerte y sufrida, sensible, la superviviente, la víctima del fanatismo.
P.- ¿Las mujeres necesitan un traductor, porque dicen una cosa, piensan otra y al final hacen otra distinta? Julio Petrel, por cierto, parece no encontrar la respuesta.
R.- El cerebro de los varones es una máquina simple, demasiado simple acaso para entender a la mujer, cuyo cerebro es más complejo, más perfecto.
P.- Me parece muy interesante, para que se tuviese encuentra, la reflexión de tu personaje Juan Sayago: “el cine español repite hasta la saciedad películas protagonizadas por travestíes, jovenzuelos drogadictos y cuarentones progres con ganas de echar una cana al aire. Si se dignan rodar algo sobre nuestra Historia, es invariablemente sobre la Guerra Civil”, y siempre sobre ella, repetidas unas y otras, pero no sobre otros muchos personajes históricos que no estaría mal descubrir.
R.- Veo una falta de imaginación muy grande en nuestro cine, aunque haya excepciones. Para empezar, tenemos una historia riquísima, fascinante, con sus luces y sus sombras, que en nuestro cine se suele menospreciar. Falta la imaginación y la frescura que, por ejemplo, demuestra el cine argentino.
P.- Si en la primera pregunta te citaba la música, creo que es por que ésta es algo que aparece a lo largo de la novela, y no porque Petrel sea músico, que también, sino por sus expresiones, simbología, metáforas, disonancias, polifonías...
R.- Es una novela “con banda sonora”, incluyendo las “nubas” andalusíes que se cantaban en la corte de Al-Mótamid y su hija Buthayna. Sevilla es una ciudad muy musical hoy, y lo era en el siglo XI, pues en ella se fabricaban los más hermosos instrumentos musicales de Al-Ándalus. Cuando los almorávides (los talibanes del siglo XI) conquistaron Sevilla, prohibieron la música y destruyeron todos esos instrumentos musicales.
P.- Admiro que, en tiempos donde parece que debemos encaminarnos hacia lo políticamente correcto, ¡donde el cuento de Cenicienta puede pasar a ser un tema tabú!, en tu novela aparecen los toros, los franchutes, los moros, la sumisión de la mujer al varón (claras y contundentes palabras del Rey Al-Mótamid a su hija, en la página 48)... incluso cuando mercadeaba con ella ante Yusuf ¿No temes que si ese párrafo, por ejemplo, lo lee la Ministra de Igualdad- suponiendo que lea algo- ordene que lo censuren?
R.- Me temo que la Inquisición ni se crea ni se destruye, simplemente se transforma, y hoy padecemos una Inquisición, que no es religiosa sino laica, y que no quema a la gente en la hoguera (mejor no les demos ideas), pero hay Inquisición y autocensura. Ahora bien, que mis personajes piensen una cosa, no significa que forzosamente yo piense igual. Yo no soy ni Julio Pretel, ni su amigo Aguayo, ni Juan Sayago… ni tampoco Al-Mótamid o Buthayna, claro. Por lo demás, vivimos en un mundo imperfecto, y lo políticamente correcto a veces es una alienación, el enmascaramiento de una realidad desagradable que por desgracia no va a desaparecer porque la nombremos de otra manera.
(Si la ministra me prohibiera ese párrafo, se convertiría entonces en una sucesora de los intolerantes almorávides)
P.- ¿Qué debe ocurrir para que un Zahir nos torture, nos devore y aniquile?
R.- El Zahir es una metáfora de nuestras obsesiones. A veces esas obsesiones nos eligen, y no podemos evitarlo. Mi novela surge de mi obsesión por la princesa Buthayna, mi necesidad de escribir sobre ella tras leer su biografía. Escribí la novela para liberarme de esa obsesión, o quizás para convertirla en algo creativo.
P.- Hay un detalle que me ha sorprendido de la novela. Hay momentos en que narras en tercera en pasado, pero otros en presente, y no para diferenciar el tiempo de Julio y de Buthayna, sino en el de aquél. ¿Por qué lo haces? ¿Qué pretende el autor con esta ruptura del tiempo narrativo?
R.- Traté de dinamizar mi relato presentándolo desde varias perspectivas, desde diferentes ángulos, y además lo he hecho dándoles la palabra a los personajes. Jugué con el tiempo, algo muy propio de la novela contemporánea, porque todo cuanto somos y cuanto nos pasa es consecuencia de un pasado.
P.- ¿Cuánto usas la papelera? O, desde otra perspectiva, ¿cómo sabes si un texto es bueno o no?
R.- Hasta ahora he escrito tres novelas. Por cada novela válida, se han quedado pro el camino tres o cuatro novelas que pudieron ser y no fueron… ¡y que en algún caso ya casi había terminado! Uno nunca está seguro de nada hasta que los demás no lo leen y te dan su opinión, pero creo que el escritor debe ser ante todo crítico consigo mismo.
P.: ¿La buena literatura está hecha por gente desobediente?
R.- No necesariamente, aunque un cierto grado de transgresión es conveniente y puede que imprescindible.
P.- ¿Escribir es al mismo tiempo un regalo y una opresión?
R.- Para mí es un regalo. Me lo pasé muy bien escribiendo “La risa de las mujeres muertas”, hasta el punto de que cuando acabé me invadió cierta melancolía. Pero escribir exige mucho esfuerzo… Más que una opresión es una especie de urgencia que te desvela por las noches, te produce jaquecas, etc., aunque al final, si de eso sale algo medianamente bueno, lo das por bien empleado.
P.- En la breve reseña biobibliográfica que encabeza esta entrevista he citado que este mismo año se ha publicado La pintura del monstruo, que aún no he tenido tiempo de leer. ¿Qué puedes contarnos de esa pintura?
R.- El protagonista de “La pintura el monstruo” es un cuadro atribuido a Caravaggio… y en torno a ese cuadro, las ambiciones, deseos, actitudes y secretos de una serie de personajes actuales. Caravaggio fue un genio de la pintura (en 2010 se conmemora el cuarto centenario de su nacimiento), pero también quizás el mayor psicópata de la Historia del Arte. Se desconocen las circunstancias de su muerte y hasta acaban de ser exhumados sus restos para saber si lo envenenaron.
P.- No sólo de letras vive el hombre. ¿Dónde podemos encontrar a José Emilio en la red? ¿Le dedicas mucho tiempo a ella?
R.- Yo utilizo el ordenador fundamentalmente como máquina de escribir. Es verdad que a través de la red indago, busco cosas… pero no soy un modelo de internauta.
P.: Y como esta sección se llama Hablando de Libros, el futuro de los mismos, ¿cómo lo ve el catedrático de lengua castellana y literatura?
R.- Espero y deseo que los libros no desaparezcan, porque si eso ocurriera, el hombre perdería una de las pocas cosas que mantienen eso que se llama humanismo. Nos embruteceríamos definitivamente. Pero tengo esperanzas de que, tarde o temprano, se produzca un nuevo Renacimiento. Estamos necesitados de ello. Y de los libros.
Muchas gracias.
Su interés por la civilización que floreció en Al-Andalus le ha llevado a estudiar árabe, obteniendo la diplomatura de dicha lengua en la EOI de Alicante.
Ha colaborado con varias revistas de variado carácter cultural, tales como La sierpe y el Laúd, Monteagudo, Postdata y otras. Sus relatos han aparecido en varias antologías.
Si Vivaldi aprendiese solfeo fue su primera novela, en 2006. Este 2010 ya ha publicado otra novela, también con Alfaqueque: La pintura del monstruo.
Le entrevistamos por su novela La risa de las mujeres muertas.
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Pregunta.- Dice una popular canción que Sevilla tiene un color especial. ¿Es Sevilla y su color el lugar idóneo para encontrarse con la aparición de una princesa mora que, además, era poeta?
Respuesta.- Yo creo que sí, ya que, además de la belleza en sí de la Sevilla de todas las épocas, en dicha ciudad reinó la dinastía de Al-Mótamid, que fue cultísima. El sultán Al-Mótamid fue uno de los mejores poetas de la España musulmana. La protagonista de mi novela “La risa de las mujeres muertas”, es su hija Buthayna, escritora también.
P.- Tal vez deberíamos haber comenzado por explicar qué es una distorsión en el tiempo, algo clave en el encuentro de Julio Petrel con la princesa Buthayna.
R.- Es una mezcla de épocas, el hecho de que dos personas de distintas épocas, alejadas novecientos años, se encuentren.
P.- ¿Es Buthayna todas las mujeres de la historia de la humanidad? Hay momentos de la reflexión de quienes la buscan, que la comparan a la Eva mitocondrial.
R.- Al leer su biografía yo tuve esa idea, esa sensación. Algo hay en los seres humanos que es herencia de todos nuestros antepasados, incluso los más remotos. En el caso de Buthayna, veo a la mujer fuerte y sufrida, sensible, la superviviente, la víctima del fanatismo.
P.- ¿Las mujeres necesitan un traductor, porque dicen una cosa, piensan otra y al final hacen otra distinta? Julio Petrel, por cierto, parece no encontrar la respuesta.
R.- El cerebro de los varones es una máquina simple, demasiado simple acaso para entender a la mujer, cuyo cerebro es más complejo, más perfecto.
P.- Me parece muy interesante, para que se tuviese encuentra, la reflexión de tu personaje Juan Sayago: “el cine español repite hasta la saciedad películas protagonizadas por travestíes, jovenzuelos drogadictos y cuarentones progres con ganas de echar una cana al aire. Si se dignan rodar algo sobre nuestra Historia, es invariablemente sobre la Guerra Civil”, y siempre sobre ella, repetidas unas y otras, pero no sobre otros muchos personajes históricos que no estaría mal descubrir.
R.- Veo una falta de imaginación muy grande en nuestro cine, aunque haya excepciones. Para empezar, tenemos una historia riquísima, fascinante, con sus luces y sus sombras, que en nuestro cine se suele menospreciar. Falta la imaginación y la frescura que, por ejemplo, demuestra el cine argentino.
P.- Si en la primera pregunta te citaba la música, creo que es por que ésta es algo que aparece a lo largo de la novela, y no porque Petrel sea músico, que también, sino por sus expresiones, simbología, metáforas, disonancias, polifonías...
R.- Es una novela “con banda sonora”, incluyendo las “nubas” andalusíes que se cantaban en la corte de Al-Mótamid y su hija Buthayna. Sevilla es una ciudad muy musical hoy, y lo era en el siglo XI, pues en ella se fabricaban los más hermosos instrumentos musicales de Al-Ándalus. Cuando los almorávides (los talibanes del siglo XI) conquistaron Sevilla, prohibieron la música y destruyeron todos esos instrumentos musicales.
P.- Admiro que, en tiempos donde parece que debemos encaminarnos hacia lo políticamente correcto, ¡donde el cuento de Cenicienta puede pasar a ser un tema tabú!, en tu novela aparecen los toros, los franchutes, los moros, la sumisión de la mujer al varón (claras y contundentes palabras del Rey Al-Mótamid a su hija, en la página 48)... incluso cuando mercadeaba con ella ante Yusuf ¿No temes que si ese párrafo, por ejemplo, lo lee la Ministra de Igualdad- suponiendo que lea algo- ordene que lo censuren?
R.- Me temo que la Inquisición ni se crea ni se destruye, simplemente se transforma, y hoy padecemos una Inquisición, que no es religiosa sino laica, y que no quema a la gente en la hoguera (mejor no les demos ideas), pero hay Inquisición y autocensura. Ahora bien, que mis personajes piensen una cosa, no significa que forzosamente yo piense igual. Yo no soy ni Julio Pretel, ni su amigo Aguayo, ni Juan Sayago… ni tampoco Al-Mótamid o Buthayna, claro. Por lo demás, vivimos en un mundo imperfecto, y lo políticamente correcto a veces es una alienación, el enmascaramiento de una realidad desagradable que por desgracia no va a desaparecer porque la nombremos de otra manera.
(Si la ministra me prohibiera ese párrafo, se convertiría entonces en una sucesora de los intolerantes almorávides)
P.- ¿Qué debe ocurrir para que un Zahir nos torture, nos devore y aniquile?
R.- El Zahir es una metáfora de nuestras obsesiones. A veces esas obsesiones nos eligen, y no podemos evitarlo. Mi novela surge de mi obsesión por la princesa Buthayna, mi necesidad de escribir sobre ella tras leer su biografía. Escribí la novela para liberarme de esa obsesión, o quizás para convertirla en algo creativo.
P.- Hay un detalle que me ha sorprendido de la novela. Hay momentos en que narras en tercera en pasado, pero otros en presente, y no para diferenciar el tiempo de Julio y de Buthayna, sino en el de aquél. ¿Por qué lo haces? ¿Qué pretende el autor con esta ruptura del tiempo narrativo?
R.- Traté de dinamizar mi relato presentándolo desde varias perspectivas, desde diferentes ángulos, y además lo he hecho dándoles la palabra a los personajes. Jugué con el tiempo, algo muy propio de la novela contemporánea, porque todo cuanto somos y cuanto nos pasa es consecuencia de un pasado.
P.- ¿Cuánto usas la papelera? O, desde otra perspectiva, ¿cómo sabes si un texto es bueno o no?
R.- Hasta ahora he escrito tres novelas. Por cada novela válida, se han quedado pro el camino tres o cuatro novelas que pudieron ser y no fueron… ¡y que en algún caso ya casi había terminado! Uno nunca está seguro de nada hasta que los demás no lo leen y te dan su opinión, pero creo que el escritor debe ser ante todo crítico consigo mismo.
P.: ¿La buena literatura está hecha por gente desobediente?
R.- No necesariamente, aunque un cierto grado de transgresión es conveniente y puede que imprescindible.
P.- ¿Escribir es al mismo tiempo un regalo y una opresión?
R.- Para mí es un regalo. Me lo pasé muy bien escribiendo “La risa de las mujeres muertas”, hasta el punto de que cuando acabé me invadió cierta melancolía. Pero escribir exige mucho esfuerzo… Más que una opresión es una especie de urgencia que te desvela por las noches, te produce jaquecas, etc., aunque al final, si de eso sale algo medianamente bueno, lo das por bien empleado.
P.- En la breve reseña biobibliográfica que encabeza esta entrevista he citado que este mismo año se ha publicado La pintura del monstruo, que aún no he tenido tiempo de leer. ¿Qué puedes contarnos de esa pintura?
R.- El protagonista de “La pintura el monstruo” es un cuadro atribuido a Caravaggio… y en torno a ese cuadro, las ambiciones, deseos, actitudes y secretos de una serie de personajes actuales. Caravaggio fue un genio de la pintura (en 2010 se conmemora el cuarto centenario de su nacimiento), pero también quizás el mayor psicópata de la Historia del Arte. Se desconocen las circunstancias de su muerte y hasta acaban de ser exhumados sus restos para saber si lo envenenaron.
P.- No sólo de letras vive el hombre. ¿Dónde podemos encontrar a José Emilio en la red? ¿Le dedicas mucho tiempo a ella?
R.- Yo utilizo el ordenador fundamentalmente como máquina de escribir. Es verdad que a través de la red indago, busco cosas… pero no soy un modelo de internauta.
P.: Y como esta sección se llama Hablando de Libros, el futuro de los mismos, ¿cómo lo ve el catedrático de lengua castellana y literatura?
R.- Espero y deseo que los libros no desaparezcan, porque si eso ocurriera, el hombre perdería una de las pocas cosas que mantienen eso que se llama humanismo. Nos embruteceríamos definitivamente. Pero tengo esperanzas de que, tarde o temprano, se produzca un nuevo Renacimiento. Estamos necesitados de ello. Y de los libros.
Muchas gracias.
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