viernes, 19 de marzo de 2010

Hablando de libros con Eloy M. Cebrián



Eloy Miguel Cebrián Burgos (Albacete, 24 de diciembre 1963) es licenciado en Filología Inglesa y profesor en un instituto de su ciudad natal. Su actividad literaria abarca la narrativa juvenil y la novela para adultos. Para los jóvenes ha publicado Bajo la fría luz de octubre (Premio Jaén 2003), Vida de Alejandro, por Bucéfalo, y Operación Beowulf. En cuanto a su producción para adultos, cabe destacar El fotógrafo que hacía belenes (VII Premio Francisco Umbral), Los fantasmas de Edimburgo (finalista de los premios Fernando Lara y Herralde).

Ha recibido también importantes galardones como autor de relatos breves, algunos de ellos se recogen en Comunión. Es, además, colaborador habitual en prensa y traductor literario ocasional, y desde hace una década codirige la revista de creación El Problema de Yorick.

Fotografía: Toñy Riquelme
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Pregunta.- He de confesarte que lo primero que me llamó la atención era que codirigías una revista de creación literaria, El Problema de Yorick. Y lo hizo porque desde noviembre tengo esa dedicación en común contigo.
Respuesta.- Yo creo que esto de publicar revistas literarias se hace por puro amor al arte, o bien por amor sin más, porque si no es así, no se entiende. Aunque tengo que decirte que a pesar del trabajo y del dinero invertido, es algo que da muchísimas satisfacciones. A mí me ha servido para crear una red de amigos-escritores que se extiende por toda España y por América Latina, y que se mantiene en el tiempo. Y también he tenido la satisfacción de ver cómo gente joven que ha publicado por primera vez en nuestra revista ha triunfado luego con publicaciones y premios importantes. Dirigir una revista literaria es otro modo de acercarse a la literatura.


P.- En
Comunión, el libro que nos ocupa, hay relatos que han recibido algunos galardones de concursos de relato breve.
R.- En concreto hay dos relatos, La Torre e Igual que entonces, que fueron finalistas en los Premios NH en dos ediciones consecutivas. El segundo se tradujo a varios idiomas. El resto de mis relatos premiados aparecieron en mi libro anterior de cuentos: Las luciérnagas y 20 cuentos más. Antes concursaba con bastante asiduidad, pero las colas en las oficinas de correos son cada vez más largas, y la competencia cada día más feroz.


P.- Doce relatos que comienzan con Sonidos en un piso vacío, que posiblemente podía haber dado título al conjunto. ¿Por qué Comunión?
R.- Me gustan los títulos breves, creo que tienen más fuerza. Comunión es también el título de uno de los cuentos, pero a la vez le veo mucho sentido como título de la colección. Los personajes de Comunión son seres solitarios que van buscando encuentros, comuniones con otros seres humanos. Aunque generalmente éstas no se producen. O lo más que obtienen es un atisbo o sucedáneo una comunión auténtica. Como el protagonista de Las luciérnagas, que fuma de noche en su balcón y ve relucir otros cigarrillos en los balcones de su barrio. O el deprimido que no sale de casa en El hombre que respondía a los correos basura, a quien le inspira pánico la compañía de otros, pero siente esa necesidad de estar acompañado, aunque se trate de una compañía abstracta, ficticia.


P.- Esos dos relatos que hemos citado, Monos de mar, El hombre que respondía a los correos basura... ¿no hay en todos ellos un hilo conductor que lleva a los personajes hacia ese Sur que nos describes en Tres versiones de El Sur?
R.- Sí, creo que se puede percibir que son personajes abocados a alguna tragedia, aunque trato de ser también compasivo, o al lo menos de no estar allí cuando ésta se desencadene (cosa que no sucede en Tres versiones de El Sur, que es un relato bastante descarnado). Otro ejemplo sería este hombre mayor que vive con su madre anciana en Los muertos, tal vez sea el relato más elegíaco de todo el libro.


P.- En Tres versiones de El Sur podemos leer que “la vida es la materia prima de la literatura”. ¿Hay mucho de tu vida, de la vida de Eloy M. en estos relatos?
R.- De mi vida, de vidas que conozco, de vidas que he leído… ¿De qué otra cosa podemos escribir mejor, con más conocimiento de causa, que de nuestra propia experiencia? El poder de la literatura consiste en tomar esa materia prima y darle sentido y belleza.


P.- Ya he citado varias veces El Sur, que lo defines como la barbarie, la muerte indiscriminada y violenta, la fatalidad arbitraria. Por tanto no es una zona geográfica, ¿o podemos encontrar El Sur en algún lugar del mapa?
R.- El Sur está detrás de todas las esquinas. La violencia es consustancial a nuestra especie, está siempre a flor de piel y puede aflorar en cualquier momento. La practican los estados y la practican los niños en la guardería. Podemos disfrutar de la vida más placentera y estable, pero el Sur siempre nos acecha. El azar es un tren en el que todos viajamos, y muchas de sus estaciones están en el Sur. Es un pensamiento poco reconfortante. Con un perfume existencialista, diría yo. Pero también es una idea muy rica como tema literario. De hecho, como sabes, el título del relato y su arranque vienen de un famoso relato de Borges del titulado así, El Sur.


P.- El cambio climático, la superpoblación, el agotamiento de los recursos marinos, las nuevas epidemias... ¿No crees que ahora El Sur golpea, golpea y golpea más a menudo?
R.- En inglés existe la expresión “death wish”. Yo creo que en lo más íntimo deseamos la muerte, o al menos la deseamos como especie. De otro modo no se entienden muchas de las cosas que ocurren. Por otro lado, en el cálido sur la vida es siempre más rica y pujante, pero también la muerte golpea con más fuerza.


P.- Otra reflexión que he destacado durante la lectura de Igual que entonces es que “la vida casi siempre decide por nosotros”. Todos los planes, ilusiones, sueños, muchas veces quedan varados por esa decisión de La Vida, en mayúscula.
R.- Volvemos a la idea de que el azar está en el centro de todo, de que es la fuerza más poderosa que existe y no hay ambición ni proyecto ni esfuerzo que lo pueda contrarrestar. Azar y vida es lo mismo. Vivimos con la ilusión de que nuestras vidas tienen sentido y se encaminan hacia algún sitio, pero estoy casi seguro de que unas bacterias observadas al microscopio, y que para nosotros son sólo bichos absurdos, viven bajo el mismo espejismo.


P.- Hace unas fechas, en una conversación sobre literatura y cine, destacaron una frase de la película “
Tierras de penumbra”: la literatura me acompaña cuando estoy solo. Pero tu personaje, ese que respondía a los correos basura, piensa que para la soledad siempre está internet.
R.- No creo que internet remedie la soledad. Es un sucedáneo y, como tal, profundamente insatisfactorio. Internet es un océano lleno de náufragos.


P.- “Su necesidad de comunicarse fluía en un sentido. Es decir, sentía grandes deseos de hablar de sí mismo, pero le horrorizaba la posibilidad de tener respuesta”, devastador.
R.- Bueno, ya sabes, “el infierno son los otros”.


P.- Antes hablábamos de El Sur, como hilo conductor, pero también esa idea que destacaba hace un par de preguntas, La Vida en mayúsculas, como El Sur, casi a todos tus personajes les alcanza ese “punto de inflexión en el cual, para bien o para mal, todo queda sentenciado”, sería el segundo hilo conductor.
R.- Sí, creo que es un buen modo de enfocar este libro. Son personajes al límite que buscan algún tipo de antídoto para su soledad (de nuevo volvemos a la idea de comunión). Pero generalmente se dan cuenta de que han rebasado un punto del que no es posible regresar. Hay varios relatos que abundan en esa idea, cuyos personajes están condenados a la soledad y al olvido. De todos modos, estos relatos se escribieron a lo largo de un período de tiempo bastante largo. Su concepción fue independiente. No los pensé para que formaran parte del mismo libro. Con todo, parece que sí existen hilos conductores, una especie de corriente subterránea de tristeza y de desconsuelo que recorre todas estas historias.


P.- Los relatos, en el orden que los encontramos en el libro, ¿los decides tú o el editor?
R.- Fue un trabajo conjunto. La primera recopilación era algo distinta. Había alguna historia que luego desapareció por motivos de espacio, y sin embargo se incorporaron otras que no estaban originalmente. Existían algunos imperativos de espacio debidos a las característica de la colección “Equipaje Ligero” de Alfaqueque, como por ejemplo el de no un cierto número de páginas. De forma conjunta, Fernando Fernández y yo decidimos omitir un relato bastante largo, que de todos modos yo ya había publicado en un libro anterior. Nos dimos cuenta de que su extensión desequilibraba un tanto el conjunto. También me pidió que le dejara leer algún relato inédito que yo no había incluido al principio. Al final resultó que uno de estos relatos agregados después es su favorito. Creo que Fernando ha cumplido de forma ejemplar su labor como editor, que no consiste solamente en publicar el libro y encargarse de los aspectos técnicos. Le ha dedicado mucho tiempo y trabajo a este libro, y para mí ha sido una experiencia estupenda trabajar con él. Este guiso tiene dos cocineros, y espero que podamos seguir colaborando en otros proyectos.


P.- ¿Cuándo sabes si un texto es bueno o malo?
R.- Trato de ejercer la autocrítica, pero en un primer momento es difícil. Es preferible dejar pasar cierto tiempo hasta que el texto se enfría dentro de tu cabeza. Entonces lo puedes enjuiciar con la distancia necesaria. De todos modos, la opinión del autor no siempre coincide con la de los lectores. Textos que para mí no significaban demasiado han gustado mucho, mientras que otros en los que he puesto mucho amor y esfuerzo han pasado desapercibidos. En cierto modo es lógico que sea así. Una vez que el texto se publica, deja de pertenecerte. Aunque el autor siempre puede optar por el cajón en lugar de por la imprenta.


P.- Y casi a renglón seguido: ¿usas mucho la papelera?
R.- No tiro nada de lo que escribo. Siempre hay en mis textos algo mío, algo que me gusta. Tal vez un relato resulte fallido como tal, pero quién sabe si no podré usar algún personaje, descripción o pasaje en un trabajo futuro. Tengo bastante material que no he publicado por decisión propia, pero nunca me desharía de él. Como mínimo, me sirve para aprender sobre mis errores. Esto se llama “reciclaje literario”.


P.: Como escribes tanto novela como relato, tengo que hacerte una pregunta ya clásica en mis entrevistas, y está relacionada con las palabras del japonés Haruki Murakami, quien dijo que escribir novela es un reto, escribir cuentos un placer, que es la diferencia entre plantar un bosque o plantar un jardín. ¿Lo ves de igual forma?
R.- Absolutamente. Y me vas a permitir que me cite a mí mismo. Lo que voy a leerte está en prólogo de “Las luciérnagas y 20 cuentos más”, una colección de relatos anterior a “Comunión”. Y reza así: “Resultaría útil comparar una novela con un lienzo de grandes dimensiones, abundante en detalles y figuras, mientras que un cuento sería parecido a un retrato de pequeño formato o un bodegón. El gran lienzo sólo puede ser apreciado por partes, y con frecuencia es necesario separarse de él varios metros para captar un efecto de conjunto, que llegará al observador de forma lenta, gradual. La pequeña pintura, en cambio, se deja contemplar en un solo golpe de vista. Esto provoca en el observador una impresión más intensa, y por lo tanto un efecto más contundente. Una novela se escribe «a trozos» y se lee del mismo modo. Su fuerza se diluye a lo largo de sus páginas como un buen vino que se mezcla con agua. Pero esto no ocurre con el cuento. Un cuento escrito con habilidad y pulso atrapa al lector y ya no lo deja escapar. Y al final, si el cuento es bueno de verdad, le asestará un zarpazo del que le va a resultar difícil recobrarse.” Añado que el trabajo de escribir un cuento es mucho más placentero que el de una novela. Más breve e intenso. Y no lleva aparejada esa sensación de soledad, de estar perdido en medio de un páramo lleno de encrucijadas sin tener la seguridad de encaminarte hacia alguna parte.


P.: “El cuento es algo misterioso y titánico, que va siempre más allá de la extensión que tiene”, en palabras de Cristina Fernández Cubas. ¿Cómo se consigue eso?

R.- Conviene tener muy clara la idea central, el concepto o la sensación que se quiere dejar en el lector. Tengo entendido que Poe subordinaba todos los elementos del relato a la consecución de un efecto final preconcebido. Yo trabajo de un modo parecido. Mis cuentos suelen brotar del final. De ese modo puedo prescindir de lo superfluo y conseguir mayor concentración. Por eso tal vez el efecto de un cuento que funciona es tan contundente, por la alta densidad que puede llegar a alcanzar. En una novela uno se puede permitir andarse un poco por las ramas, añadir pasajes o elementos que en principio pueden parecer superfluos, pero que tal vez logran que la novela gane en detalle, en naturalidad, que se parezca más al mundo. Un cuento literario suele presentar un grano mayor de artificio (en el buen sentido), pero también es mucho más intenso. Todo aquello que resulte superfluo o casual lo estropea y diluye su efecto en el lector.


P.: No sólo de literatura vive el hombre. ¿Dónde podemos encontrar a Eloy en la red? ¿Le dedicas mucho tiempo a ella?
R.- Tal vez demasiado. Aunque en mi caso la red y la literatura se retroalimentan. Vivo en provincias y no viajo mucho a Madrid ni a Barcelona, que es donde están las editoriales y los agentes, y donde se cuecen los libros. La red me ha servido para establecer los contactos necesarios. Sin ella seguramente no habría llegado a publicar nada y mi carrera literaria se habría estancado muy pronto.


P.: Hemos comenzado hablando de El Problema de Yorick y me gustaría casi terminar la entrevista pidiéndote que nos hablases de ella, de sus objetivos, de cómo ves su futuro y, con él, en de las revistas de creación literaria.
R.- Las revistas son imprescindibles para que la literatura goce de buena salud. Son la pista de despegue para los autores que empiezan. Y también una salida excelente para el material breve como el relato. Muchos poetas publican sus piezas en revistas antes de darles forma de libro. El Problema de Yorick va a celebrar el próximo otoño su décimo aniversario, y creo que es un logro del que mi socio, Antonio García, y yo nos podemos sentir orgullosos. Para confeccionar un nuevo número, nos basta con ponernos en contacto con los muchos amigos que hemos hecho durante estos años. Algunos tienen carreras literarias de éxito, pero siempre se muestran encantados de seguir colaborando con nosotros. El número del décimo aniversario, que aparecerá el próximo otoño, será muy especial por su significado y por la calidad que vamos a reunir en sus páginas. Lo que empezó como un fanzine se ha convertido en una revista hecha y derecha. Y en una colección de libros asociada que lleva publicados diez títulos de poesía, narrativa y artículos.


P.: Esta sección se llama Hablando de Libros. ¿Cómo ves el futuro de los libros?
R.- Lo veo necesario. Los libros y el ser humano van juntos desde hace mucho tiempo, y eso es porque necesitamos literatura, necesitamos nuestra dosis periódica de emoción y belleza. El soporte en realidad no es importante, y no creo en esas predicciones apocalípticas sobre el libro electrónico que se oyen por ahí. Más miedo me da la mercantilización de la literatura, la extinción del editor en beneficio del ejecutivo. El arribismo de las estrellas mediáticas, que no deja espacio para la gente que se toma la literatura en serio, el adocenamiento, los libros-clones, los productos de consumo masivo, la bestsellerización, la trivilialización, la falta de calidad y de ideas. Si queremos una buena literatura, habrá que fomentarla desde el sector editorial. Y si las editoriales insisten en publicar novelas de vampiros y de templarios, o libros de autoayuda, las instituciones tendrán que hacer algo para fomentar la creación de calidad. Una gran ventaja de las obras literarias es que no necesitan grandes medios para surgir. Basta con buenas ideas, técnica y tiempo. Pero cualquier escritor que se tome en serio su trabajo necesita apoyo, reconocimiento y ayuda para ver sus obras publicadas.


Muchas gracias.
Un placer.

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