—Muy bien, perfecto. De acuerdo. Bien.
Bien, bien— fue repitiendo mientras tomaba
asiento.
Volvió a sonar el teléfono. Carmen sabía que era para
llamar a la señorita equis, la amante del señor Clavel. Y así fue.
Cuando concluyó la llamada, volvió a conectar con la centralita y le pidió que
acompañase al señor Carlos Pujante a su despacho.
Mientras recorrían los pocos metros que les separaban, él
le preguntó, con aquella sonrisa que cautivaba:
—¿Te gusta la poesía?
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