viernes, 31 de agosto de 2012

La acequia



A José María Riquelme García

Caminaba
no había otro camino que aquel,
llevando los pies
a la acequia
seca desde entonces.
¿Dónde está el agua?
¿Dónde su cristalina canción?
Las cañas aún resisten
y recuerdo que, entre ellas,
nos escondíamos al bañarnos.
Nunca comprendí
cómo lo averiguaron.
Pero cuando a casa volvía
siempre, siempre, me zurraban,
con aquella soga
de seco esparto
que trenzaba
con paciencia en los dedos,
me bañase o no,
y para hacer más doloroso
el horrible espanto
me ordenaba le acercase
la cuerda de mi tortura.
Decidí bañarme siempre,
pues siempre me azotaba,
y en aquellos baños
vi tus pechos,
entre cañas
y furtivos vientos.
Aquellas amanosas sonrosadas
me acompañaban
mientras soportaba
el diario flagelo.


Francisco Javier Illán Vivas
Crepusculario

1 comentario:

CREADORAS dijo...

He sentido lástima al seguirte en estos versos, compasión... pero no por ti, pequeño loto que un día decidiste seguir bañándote para siempre en la fresca sonrisa de tu estanque. No. He ido más allá intentando comprender el dolor de quien manejaba la fusta. Esa ira sobre el lomo de un joven corcel de charoles limpios y brillo impertinente. Todo tiene su dolor y su porqué. A veces, las cuerdas trenzadas no son más que el espejo de unos genes malditos, cadenas de ADN que nos acechan hasta la muerte, si les dejamos. Pero yo no les dejaré, porque soy poeta y también "decidí bañarme siempre".

Gracias por compartir "Crepúsculo".