viernes, 2 de octubre de 2009

Hablando de libros con Eloy Sánchez Rosillo


Eloy Sánchez Rosillo (Murcia, 1948) es profesor de literatura española en la universidad de su ciudad natal. Ha publicado siete libros de poemas: Maneras de estar solo (Madrid, 1978), con el que ganó el premio Adonais, Páginas de un diario (Barcelona, 1981), Elegías (Madrid, 1984), Autorretratos (Barcelona, 1989), La vida (Barcelona, 1996), La certeza (Barcelona, 2005), que obtuvo el Premio Nacional de la Crítica, y Oír la luz (Barcelona, 2008). En 2004 se publicó La cosas como fueron. Poesía completa (1974-2003), recopilación de los cinco primeros títulos mencionados, corregidos y en edición definitiva. Todos ellos pueden encontrarse en Tusquets Editores.

Le entrevistamos por Oír la luz, su último poemario, relativamente reciente todavía, pues salió hace ahora justamente un año.


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Pregunta: Lo primero que deseo preguntarle al autor del libro es si comparte que Oír la luz es una celebración de la vida, muy lejana ya de aquella angustia por el transcurso del tiempo que desprendían sus primeros libros.
Respuesta: Todo lo vivo cambia con el tiempo. Mi poesía, a la par que el hombre que la ha escrito, ha ido evolucionando a lo largo de treinta y cinco años, aunque sin saltos ni cambios bruscos, es decir, de manera natural y sin artificiosas transformaciones repentinas. Oír la luz es desde luego un libro en el que se respira una atmósfera rendidamente celebrativa, pero también pueden encontrarse en sus páginas de vez en cuando poem
as de tono elegíaco, pues la vida no es en todo momento del mismo color y tampoco tienen por qué serlo los libros. Siempre ha habido en mis obras una mezcla de elegía y de celebración, si bien la proporción en Oír la luz de elementos celebrativos es bastante más acusada que en otras ocasiones. La vida me ha llevado en los últimos tiempos por unos caminos esperanzados, que son los que, si uno tiene suerte, descubre y comienza a recorrer a partir de cierta edad. En la juventud se tiende más a una cierta desconfianza del mundo, a discrepar del tiempo y de la realidad. Luego, tal vez comenzamos a comprender ciertas cosas. Disiento un tanto de ti, sin embargo, cuando afirmas que en mis primeros libros había como un enfrentamiento angustioso con el tiempo. Yo no he sido nunca un hombre ni un poeta angustiado. La elegía no es angustia o negra desesperanza, sino suave tristeza, melancolía.


P: Este libro último, de entre los que tú has publicado, es el que más poemas contiene.
R: Sí, más del doble que otros libros míos. No es esto algo que yo me propusiera o premeditara, claro está. Muchas veces he dicho que los libros son como ellos quieren ser y que se hacen a sí mismos. Me limité en este caso, como siempre, a recibir lo que me iba llegando y a aceptarlo como finalmente llegó a ser, aunque colaborando siempre con entusiasmo y esfuerzo con el libro, ayudándole con todas mis ganas a ser así.


P: ¿Es la vida un “misterio absoluto”, como se lee en un verso de tu libro?
R: Desde luego, y cada vez la siento más de esta manera. Lo que sucede es que el hábito que tenemos de ese misterio embota nuestra capacidad de percibirlo como tal, y damos en pensar que la vida es algo plano y sin ninguna trastienda. Sólo cuando somos capaces de quitarnos las anteojeras de la costumbre nos damos cuenta del hondo misterio que hay en todo, incluso en las cosas más simples de la cotidianidad. Anoche, por ejemplo, iba yo por la playa y estuve contemplando despacio el reflejo móvil, cabrilleante, de la luna en el agua. ¿Es que ese reflejo, además de ser tan bello, no es un misterio?


P: El verso citado en la pregunta anterior procede del poema titulado “Porque nada termina”, dedicado a Ramón Gaya. En él también se afirma que “A cierta edad, un hombre no se engaña / y sabe lo que ha sido en su existencia / de veras decisivo”, que me parecen unos versos bellísimos. ¿Es ése uno de los misterios absolutos de la vida; es decir, que tenga que transcurrir el tiempo para que podamos descubrir lo que para nosotros ha sido importante?
R: El tiempo enseña y aclara, nos proporciona la perspectiva adecuada para considerar el pasado. Desde la altura de la edad valoramos más adecuadamente cada cosa de nuestro existir. Al hacer esta valoración es como si completáramos y termináramos de vivir lo que cuando estaba sucediendo vivimos un tanto inconscientemente y sin saber qué importancia iba a tener en el conjunto de nuestra vida.


P: ¿Es la alegría la verdad más absoluta?
R: Sí, es como la espuma del existir. En la vida de todo ser humano hay siempre dolor y alegría (en cantidades no del todo proporcionales, pero casi). Sin el contraste del dolor no sabríamos de la felicidad. El dolor es, pues, necesario, y si logramos superarlo nos prepara para conocer y valorar la alegría. El hombre aspira, desde luego, a la felicidad y sabe que en ella o en la búsqueda de ella es donde puede encontrar las verdades por las que merece la pena vivir.


P.- En Oír la luz hay muchos poemas que recuerdan la infancia del autor, sobre todo en el transcurso de aquellos veranos que jamás terminaban. ¿Por qué ahora los veranos no son tan interminables, cuando el cambio climático al que estamos sometiendo al planeta los hace verdaderamente más largos?
R: Los veranos a los que te refieres no tenían en realidad nada que ver con el tiempo (ni, por supuesto, con el clima). El mundo edénico del niño es un universo sin tiempo, en el que las cosas son, pero no transcurren, por eso aquellos veranos eran la eternidad (y son ahora la añoranza de la eternidad en el hombre que recuerda su infancia).


P: ¿Es posible, en este verano de 2009, oír la luz?
R: Hay que intentar oír la luz todos los días. Si no la escuchamos nunca padeceremos la sordera peor, que es la de estar muertos. Todo lo que en la vida es vida verdadera es también oír la luz, y no metafóricamente, sino de verdad. Esto lo saben bien los niños, aunque no se molesten en hablar de algo tan evidente; también lo saben los adultos que conservan algo de su pureza originaria.


P: Lo que creo ya imposible es sentir ese “silencio universal, profundo, / y una calma tan grande como nuestro deseo / de que no acabe nunca esta quietud”.
R: El ruido (procedente del entorno o de nuestro propio interior) es para mí una de las cosas más insoportables. Nos impide el diálogo con nosotros mismos y con el mundo. No es fácil encontrarlo, pero hay que intentar como sea llegar a él, pues de lo contrario se hace difícil o imposible cualquier asunto relacionado con el espíritu.

P: ¿Qué tiene el Puerto de Mazarrón, lugar en el veraneas, que no tengan otros lugares?
R: Toda esta bahía (desde la que, por cierto, estoy respondiendo al cuestionario que me enviaste) debió de ser un lugar bellísimo en otro tiempo. Hoy, urbanísticamente, es un disparate más de los que se fueron cometiendo en España en los años de la especulación salvaje del ladrillo. Hay que hacer abstracción de muchas cosas para borrar todo lo que en este sitio sobra y quedarse sólo con el mar, el cielo y el cerco de montañas volcánicas que ciñen la costa. Hace veinte años que vengo aquí (y no sólo en verano; también a veces en pleno invierno), y he de decir que, a pesar de los destrozos a los que me he referido, ha sido siempre para mí un lugar mágico. Desde La vida en adelante, prácticamente toda mi obra poética la he ido escribiendo en Puerto de Mazarrón. Consigo retirarme por completo del mundo en estos lugares y, sobre todo en los últimos cinco años, he tenido la suerte de escribir en el hondo sosiego que aquí me rodea muchos poemas en breves períodos de gran concentración. En la ciudad, después, los voy corrigiendo despacio. Los poemas, aquí, se escriben milagrosamente, sin esfuerzo ninguno, como en un sueño. Pero no lo digas mucho por ahí, no vaya a ser que a todos los poetas se les ocurra comprarse un apartamento en Puerto de Mazarrón y se ponga esto imposible.


P: Comentabas en una entrevista que leí hace un tiempo que en los últimos años eras un poeta más lento. Pero no lo parece así si tenemos en cuenta tus publicaciones últimas. Sólo hay tres años entre La certeza y Oír la luz, mientras que entre éste y La vida pasaron nueve.
R: No sé si estará bien recogido en la entrevista a que te refieres lo que quise decir. Yo no he sido nunca un poeta de mucho escribir ni de ponerme a trabajar todos los días. Pero aún así, al principio publicaba mis libros con regularidad aceptable. Luego me fui ralentizando y, sí, llevas razón: entre La vida y La certeza casi me eternicé. Pero como te he dicho antes, en los últimos cinco años me ha ocurrido algo que nunca me había pasado y que no sé si me volverá a suceder, que es el escribir muchos poemas en períodos muy cortos (de uno o dos meses a lo sumo). En unas cuantas tacadas de estas he escrito mis últimos libros publicados y otro que tengo muy avanzado. Estas breves temporadas a las que me refiero han sido para mí los momentos más intensos e inolvidables de mi vida de creador, un regalo del cielo, y no me cabe en el pecho la gratitud cuando hablo de ellos.


P: ¿No corre un grave peligro el poeta, el escritor en general, de perder a sus seres queridos cuando decide emprender ese viaje azaroso que debe llevar a cabo en busca de “extrañas maravillas que nadie ha visto antes”, como dices en un verso de tu libro.
R: Si las personas que están en el círculo íntimo del escritor entienden y valoran su labor no existe ese riesgo. No hay más remedio que apartarse. El escribir no es una tarea que pueda realizarse en equipo o tomándose unas cervezas por ahí con los amigos. Es preciso hacer completamente solo el viaje al que te refieres. Sin mucha soledad no hay creador que valga.


P: ¿Usas mucho la papelera? Te lo pregunto porque Blanca Andreu, en una entrevista para la revista Ágora, nos decía que publicar un libro al año a toda costa para estar en candelero va en detrimento de la obra.
R: Sí, la utilizo, pero, más que la papelera usual, lo verdaderamente importante (e incluso ecológico, pues ahorra mucho papel) es usar una papelera que cada escritor debe llevar dentro de sí. Mientras que no tengamos una emoción verdadera en todo nuestro ser y una necesidad imperiosa de expresarla no hay ni siquiera que coger el bolígrafo. Sólo debemos escribir cuando no podamos no hacerlo, es decir, cuando es el poema mismo el que manda, el que se presenta ante ti y comienza a decirse a sí mismo, valiéndose del poeta como hilo conductor para llegar al papel.


P: Haruki Murakami dijo una vez que escribir novela es un reto y escribir cuentos un placer, que es la diferencia que hay entre plantar un bosque o plantar un jardín. ¿Qué es entonces escribir poesía?
R: A mí, con permiso de Murakami, me parece que todo es lo mismo, e igual de milagroso y difícil todo. Un cuento, una novela, un poema, un cuadro, una sonata, si son verdaderos, son exactamente la misma cosa, vienen del mismo sitio y van al mismo lugar, aunque utilicen distintos caminos y medios diversos. Todo lo que no está traspasado de poesía (en el sentido griego del término) no vale para nada ni tiene que ver con la creación auténtica. La poesía y cada una de las otras formas artísticas son siempre el resultado del asombro del ser humano ante el mundo y del deseo vehemente y puro de expresar de una u otra forma las emociones que tal asombro le produce. Todo lo demás son jueguecitos o simples ganas de hablar.


P: Esta pregunta la suelo plantear a casi todos los poetas que entrevisto. En el mundo de las prisas, del iPhone, del cambio climático, de la pandemia por H1N1, ¿qué sentido tiene la poesía?
R: El de siempre: dar alegría, emoción y consuelo al corazón del hombre. Nadie puede vivir ni un solo día sin algo de poesía. Esa poesía no escrita, pero que está en el corazón de todos los seres humanos, es la que da verdadero sentido a la poesía escrita, la que hace que el buen poema escrito sea algo importante y memorable, patrimonio común de todos los hombres, en el que todos nos deleitamos y nos reconocemos, y no una mera ocurrencia o un pasatiempo.


P: Y como esta sección se llama “Hablando de Libros”, ¿cómo ve el futuro de los mismos el profesor de literatura española que tú también eres?
R: Como ha ocurrido en el pasado, el libro se irá adecuando en el futuro a las circunstancias de cada momento. Qué más da que un poema, una novela o lo que sea lleguen a nuestras manos en un papiro, en un pergamino, en un papel o en una pantalla electrónica. Cada época tiene su manera de entender el libro, que ha ido evolucionando constantemente desde sus orígenes; no creo que pese sobre él ninguna amenaza importante.


Ha sido un enorme placer charlar contigo. Muchas gracias.

2 comentarios:

Jordi Maqueda dijo...

hoy he aprendido algo de alguien a quien desconocia, gracias a ti.
Si sigues así, al final, y gracias a TI, voy a tener que leer poesia.
Veo que cambiaste la foto,bien hecho se te veia muy serio.

François de Fronsac dijo...

Jorge, si empiezas con la de Eloy, seguro que no te arrepientes.
Y en Ágora, que también te sé asiduo, tienes otro poeta entrevistado que tampoco te defraudará.