lunes, 10 de agosto de 2009

Prólogo a Reloj de Candela, de Faustina Bermejo


Sigo reproduciéndo los prólogos que he escrito para diferentes libros. Esta semana es el que escribí al poemario de Faustina Bermejo, IREL, titulado Reloj de Candela y del que, a diferencia del de la semana anterior, no cambiaría nada.

Lo terminé de escribir el 16 de abril de 2007:




Ser poeta no es ningún don que Calíope, la musa de la poesía, concedió. Muy al contrario. Ser poeta es también estar prisionero de Melpómene, de la tragedia, de los quebraderos de cabeza y de pocas alegrías.

Siempre recuerdo las palabras del cordobés Eduardo García, cuando en un lejano Taller de escritura, nos avisaba de los peligros de caer en las redes de la poesía, a la que no se puede renunciar como no se puede dejar de amar a la mujer (o al hombre) de tus sueños. Nos avisaba, y muy seriamente, de que se trataba de una necesidad que alimentábamos durante años hasta que se apoderaba de nosotros. Y entonces, esclavos de la musa de la tragedia, tendríamos que dejarlo todo cuando menos lo esperásemos para salir en busca- y captura- de lo que él definía como “el verso feliz o una oscura intuición” que nos conduzcan al poema. Y sabiendo, oh cruel Talía, que siempre, siempre, se quedará al menos un poco por debajo del que previamente Erato nos había permitido imaginar.


No hay antivirales para el virus de la palabra.

Pero tampoco los poetas son el centro de las notas de la flauta de Euterpe, no son “mensajeros de las alturas”. Tampoco. Pablo Neruda decía que, si alguna vez le llegaba la inspiración, que le cogiese escribiendo. Aquellas notas son la fuerza primigenia, a lo que Mallarmé nos diría “no es con las ideas con lo que se hacen los versos. Es con las palabras”.

Irel, Faustina Bermejo, es un ejemplo de todo lo anteriormente comentado. Quien la conoce, ¿pone en duda que sufre el virus de la palabra? Ella lo sabe, nosotros lo sabemos. Además, conocedora de su divina enfermedad, la recrea con los dones de Terpsícore y Polimnia.

En el presente libro de versos tenemos una muestra de su pasión, de esas notas musicales que un día escuchó mientras ascendía por desconocidas dunas, en lejanos desiertos, en mundos por los que ella transita en solitario, sabiendo que cada palabra tiene un sonido, vocal y musical, con el cual nos deleitará cuando las Musas, divinas, así lo decidan.


Por que además, se nos presenta quimérica, “soy una mujer,/ pero la otra mitad de mí/ es hombre” y, si sabiéndolo, le preguntas quién es, no dudará en contestarte “quién soy yo? Preguntas/ ¿amante o amada?”, dejándote con la duda, a la vez que te invita a seguir buscándola.

Hazlo. Te has asomado a estas páginas, has leído estas líneas, y al hacerlo, has revelado ya tus intenciones. Entra.


Francisco Javier Illán Vivas

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