jueves, 16 de agosto de 2007

Elvis, treinta años después

Recuerdo lo que estaba haciendo aquel día, 16 de agosto de 1977: elevando un palé con cajas de melocotones a la carrocería de un cuatroejes, cuando me comunicaron que Elvis había fallecido. Lo que no recuerdo bien son mis reacciones inmediatas, creo que no llegué a incorporar totalmente el tablero, me bajé de la carretilla elevadora (la fervi, le decían) y, escuchando los gritos de fondo del encargado, me marché a mi casa. Entonces mi casa estaba en la Finca Santa Bárbara, entre Badajoz y Olivenza; el encargado era mi padre y yo, además de él, el único que sabía medio llevar la carretilla elevadora.

Con su muerte se destrozó una de mis mayores ilusiones: ir a Memphis, o a Las Vegas, o a Nueva York para asistir a uno de sus conciertos. Ya que él nunca vendría a Europa, yo tenía intención de ir a los Estados Unidos. Y, posiblemente, el impacto de la noticia de su muerte fue el inicio de posteriores trompazos, como si me despertase a la realidad, tanto tiempo soñando con mundos fantásticos, con cóleras de dioses inclementes a los que llamé Nébulos, Infernos y otros...

¿Cómo conocí la
música de Elvis? También lo recuerdo. Fue en Los Valientes, una pedanía de Molina de Segura, donde mis padres tenían una pequeña casa que habían ido construyendo con mucho esfuerzo, y a donde íbamos a pasar los fines de semana y las vacaciones. Recuerdo que mi hermano Vicente puso el televisor. Entonces tenías el cincuenta por ciento de probabilidades de acertar, sólo la primera cadena y UHF, que se convertiría en la segunda. Y allí estaba el principio de una actuación musical: Aloha from Hawaii, vía satélite: Elvis Presley. Nunca antes había escuchado al cantante de Tupelo, nunca después dejé de escucharle.

Hoy creo que tengo todos los elepés que se publicaron en España, y todos los cedés que se han publicado, más algunos deuvedés, sobre todo el Aloha form Hawaii. Así de impactante ha sido mi relación con Elvis.

Hilario J. Rodríguez dice en el ABCD de las artes y las letras que el “impacto que causó
Elvis Presley en los años cincuenta fue similar al de un terremoto. La era Eisenhower, segregacionista y conservadora, vivió con sus canciones, bailes y películas una verdadera conmoción. Hasta cierto punto, era un aviso de que los tiempos estaban cambiando, como luego dejaría muy claro la contracultura. Un artista tan trasgresor como Elvis, capaz de mezclar el rhythm and blues con la música country (un combinado que abrió las puertas del rock and roll), había comenzado a borrar las severas líneas de demarcación que por aquel entonces separaban a la sociedad estadounidense, a negros de blancos, a evangelistas de baptistas, a ricos de pobres, la alta cultura de la cultura popular...”

No sé si algún día iré a Memphis, Tennessee, pues desde hace treinta años la vida me ha dado otras cornadas, pero sigo estando cerca de
Elvis, porque puedo verlo en El barrio contra mí, Viva Las Vegas, Paraíso hawaiano, Estrella de fuego, Aloha from Hawaii...

Desde aquel lejano de 1977, todos los 16 de agosto, desde primera hora de la mañana, escucho su música, repaso uno tras otro los cedés y, como la tecnología lo ha permitido, veo alguno de los deuvedés de sus actuaciones. Hoy añado además este comentario aquí y en vegamediapress.com.

El rey, os lo aseguro,
vive.

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