martes, 29 de mayo de 2007

El final de La Maldición.


(imagen de poemas-del-alma.com)

Hace un par de días me planteaban, en un foro, un interesante dilema, respecto a la posible semejanza entre el final de mi novela y el final de la película de Eragon.
La Maldición concluye:

Cuatro jinetes surcan el cielo azul de la mañana, cuando Eos se ha levantado del lecho amoroso compartido cada noche con Sol. El cielo, pintado con tintes azules y finísimas líneas blancas, es una invitación a la vida, como están invitados aquellos que, vistiendo espléndidas armaduras de guerra, vuelan hacia el sur a lomos de pegasos regalados por el último de los alquimistas, Testimodeos de Unahuma, amigo personal de Safardeus de Iskar. Deben realizar una misión antes de descender al Orco: cercenar la cabeza del desconocido monarca de Suhamak, jamás visto por ningún Humano, pero de quien se relata tenebrosas leyendas. En Celestos la Imperecedera, la de Siete Puertas, el señor del Cetro del Poder, Nébulos universida, contempla en el Ojo del Tiempo el viajar de su hijo y Eostes hacia tierras desconocidas por los Imperiales hasta ese momento y desaprueba la presencia de Annae y Zaida en su viaje. Cuando sobrepasen el desierto de Talanta, se verán acechados por peligros imprevisibles, porque en el sur viven seres que ya dominaron el mundo antes de los cataclismos evolucionistas. Y Magios, consejero nebulida, está dispuesto a comenzar una nueva página en los Libros del Tiempo, tan viejos como el pensamiento, tan antiguos como la primera forma de vida, donde casi todo quedó escrito por Universos.

Eragon, el libro, tiene un final menos épico, más con él protagonista despistado, sin saber donde se encuentra, cuanto tiempo lleva allí (se lo dice Ángela), ni otras circunstancias que le explican tanto Arya como Murtagh.

En Eragon, la película, buscan una escena más cinematográfica, con la elfa hacia su país (por cierto, un tanto india americana con esa pluma), acompañada de su séquito- casi como al principio de la cinta- y la llegada y posterior marcha apoteósica de Eragon y Shapira.

Como dice David Prieto (quien pronto publicará Urnas de Jade), las aventuras nunca terminan, siempre amanece tras una larga noche de oscuridad.

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